El Evangelio según Bernabé – Carlos Raúl Hernández

Vacunas, amores, cochinadas… - Carlos Raúl Hernández
Cortesía: El Universal

Publicado en: El Universal

Por: Carlos Raúl Hernández

En 2000 se descubrió el Evangelio de Bernabé también llamado Biblia de Turquía. En él, entre otras muchas cosas, se afirma que no crucificaron a Jesús, sino a Judas quien lo suplantó en el martirio, y engañaron así a María, a Magdalena, y a la Humanidad entera que no se dio cuenta. Tampoco Jesús era el Redentor sino un profeta al estilo de la creencia musulmana. En 2006 se conoció, después de largas peripecias, el Evangelio de Judas, que hace esfuerzos por reivindicar al símbolo de la traición con argumentos filosóficamente no desdeñables (cumplía una misión fijada desde la Eternidad). Cristo vino a la tierra a morir por los pecados del hombre, y Judas fue el instrumento de Su voluntad a conciencia de ambos. En 1945 hallaron 52 textos en Egipto, entre ellos el Evangelio de PedroApocalipsis de Santiago y Evangelio de Tomás. Sobre el último se rodó Estigma (Wainwright:1999) con Gabriel Byrnie y Patricia Arquette.

Consiguieron fragmentos del Evangelio de Magdalena que la identifica como discípula más que favorita del Maestro y líder de los apóstoles. Los investigadores afirman que en el siglo II circularían más de doscientos evangelios, término cuya traducción real, más que buena nueva, es biografía de Cristo. Como sabemos Ireneo de Lyon establece el Canon de cuatro: Mateo, Lucas, Marcos Juan. Los otros se denominan apócrifos, elaborados por grupos gnósticos que ponían en discusión los principios. Esta proliferación de textos indica que el cristianismo nació en medio de una intensa polémica, que lejos de cesar, se ha mantenido por dos mil años, desde el Evangelio de Tomás hasta las proclamas de Camilo Torres. A lo largo de veinte siglos hubo sectores empeñados en construir una institución estable y poderosa,

Sus antagonistas que odiaban el poder de la Iglesia, se dedicaron a cuestionarla e incluso destruirla, a nombre de una relación directa entre el pueblo y Dios, sin los recamados hábitos de los obispos ni riquezas materiales. En el apócrifo Tomás, ponen en boca de Cristo “búscame en una piedra o en un pedazo de madera y allí estaré”, leitmotiv de la película (entonces ¿para qué Iglesia?) Un convulso proceso político estableció los cuatro Evangelios canónicos y los, en total, veintisiete libros del Nuevo Testamento. El teólogo Orígenes fue el primero que intentó configurar un canon, pero su antisemitismo lo hizo excluir todos los documentos judíos en beneficio de los griegos. Esta ofensiva secesionista y herética hizo reaccionar a los activistas que organizaban las diócesis dispersas de Alejandría, Siria, Corinto, Roma, Atenas y Nicea.

Empuñaron los cuatro evangelios como arma ideológica para enfrentar a Orígenes. Cerca del año 180, en medio de una furiosa represión romana, Ireneo, Obispo de Lyon, en histórica demostración de liderazgo, confirmó los cuatro Evangelios y excluyó los demás. Para enfrentar torturas, asesinatos y piras, tuvo la genialidad estratégica de reforzar un credo unívoco y sencillo sin las dudas gnósticas que erosionaban la jerarquía, el liderazgo de los obispos, la Iglesia misma y hasta las bases de la fe. Mateo, Marcos, Lucas y Juan configuraban un programa político-ideológico y moral que daba fuerzas a cientos de mártires para morir heroicamente por él. A la mártir inmortal, Blandina (que de blanda no tenía un pelo) la sentaron en una silla de hierro calentada al rojo, mientras gritaba su fe. Más tarde, cuando las cosas cambiaron y el emperador Constantino se cristianizó, convocó el Concilio de Nicea en 326.

Habla suavemente. Allí se ordenó editar cincuenta ejemplares de la Biblia oficial para las cabezas de las iglesias locales, ahora bajo un comando único en Roma. A lo largo de veinte siglos, la Iglesia enfrenta en repetición borgiana, grupos internos que la ponen en la picota, con exponentes tan brillantes como Lutero y Calvino, que intentan desmantelar su estructura de poder. Una de las últimas fue la Teología de la Liberación, brazo cristiano del castrismo. Los primeros cristianos, entre decenas de grupos judíos que predicaban en el Imperio, se presentaban como una fuerza subversiva que amenazaba a los paganos con el infierno, el juicio Final, el Día de la Ira, la “explosión social”, cuando el pueblo tomaría venganza aterradoramente en las calles contra los gentiles. Pero en poco tiempo sus líderes conjugaron un discurso para ganar a los romanos y no para aterrarlos y cede la aterradora agitación apocalíptica.

Lograron éxito político universal gracias a la progresiva moderación de su perfil, y logran el milagro de suavizar a sus verdugos, los emperadores romanos. Más tarde Constantino (316) y Teodosio (380) se convirtieron a la fe y la hicieron religión oficial del Imperio. Si el paganismo era profuso en eróticas diosas que vivían intensidades pasionales con los humanos, el santoral cristiano se pobló de santas, vírgenes y ángeles. Entre Mateo y Lucas hay un importante y sutil cambio. De “bienaventurados los que tienen hambre” a “bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”; y de “bienaventurados los pobres” a “bienaventurados los pobres de espíritu”, replanteamiento semiótico, invitación a los ciudadanos romanos y a los que no pertenecían a las masas de menesterosos que pululaban en Roma. Fuera la amenaza radical, llevan veinte siglos de hegemonía.

 

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