Por: Jean Maninat
Allá en los tempranos años de la década de los setenta, cuando el mundo era profundamente incorrecto políticamente, y los cómicos eran profundamente divertidos y políticamente incorrectos, Flip Wilson, un comediante norteamericano dio vida al personaje de Geraldine, -entre tantos otros- quien cuando era reprochada por comprar sin reparos estrafalarios vestidos respondía ofendida, “The devil made me do it” (El diablo me hizo hacerlo) como una coartada sobrenatural y justificar así sus gastos mundanos. Con un poco de licencia podríamos especular que es una frase precursora del aquí huele a azufre. El diablo es catire y se llama Mr. Danger.
La teoría de la dependencia fue una elucubración para tratar de identificar y exorcizar al diablo rubio de la metrópoli que se había apoderado de las economías tercermundistas para su beneficio. Qué mejor que cerrar las economías, producir los únicos bluyines de poca duración, maquilar autos, y celebrar las batallas perdidas en contra del gringo invasor. Un mundo cerrado como un centro comercial de productos autóctonos. Los ecos de la teoría de la dependencia regresan recurrentes a malograr los avances de la economía abierta allí donde germine.
Otra vez surgen en Cuba los lamentos, trasvasar las culpas de lo mal hecho en las políticas económicas y señalar al old gringo, el viejo compañero, el dilecto enemigo, propiciador de todas las excusas frente a fracasos producto de la falta de visión para sostener los cambios prometidos de apertura -o al menos sugeridos- tal como argumenta Rafael Rojas en un artículo reciente en El País de España.
De nuevo se recurre a un blackout tecnológico forzado, a regresar no al futuro, sí al más mediocre de los pasados, el de una revolución que solo le ha dado penuria y atraso a la población que dice defender sobre todas las cosas. ¿El enemigo? ¿Las nuevas armas de destrucción en contra de la revolución? El Internet, un simple teléfono móvil, de los que usan los niños en cualquier sociedad más o menos abierta, la cámara que registra piñatas, los matrimonios, pero también es capaz de retratar el miedo a la libertad de una nomenclatura fracasada, son condenados como instrumentos del diablo en la isla de Cuba. La inquisición con guayabera blanca.
Rodarán los días y con ellos cabezas aporreadas, periodistas censurados, artistas silenciados, escritores sin teclados, blogueros sin Internet, músicos con los instrumentos confiscados, son todos culpables de alimentar la diabólica amenaza. La nomenclatura reforzará la represión y la poca libertad que alguna vez permitió. La invasión no es de Marines, es de ciudadanos criados por la revolución cubana y ahora descreídos y frustrados con las promesas de cambio.
The devil made do it argüirá la nomenclatura, ya sin excusas a esta altura de la historia.
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