Por: Jean Maninat
Pleased to meet you
Hope you guess my name.
Simpathy for the Devil (Rolling Stones)
Una tarde tórrida en Moscú, dos funcionarios literarios soviéticos conversan con ánimo burocrático sobre la inexistencia de Jesús y los argumentos que habría que desarrollar para probar semejante hipótesis. Mientras discurren, un extraño de elegante y extranjera apariencia, de nombre Vóland, los interrumpe para asegurar que el Cristo no solo existió sino que el extranjero habría estado de cuerpo presente cuando fue condenado a muerte por Poncio Pilatos, procurador de Judea. La insólita tertulia que se establece entre los dos altos burócratas y el autoinvitado contertulio da inicio a una de las más grandes obras de la literatura rusa del siglo pasado y una de las más fieras y sofisticadas críticas desde la literatura al estalinismo: El Maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov. (Recién apareció una nueva traducción de Marta Rebón publicada por la Editorial Navona).
La novela narra la visita del Diablo a Moscú -en pleno estalinismo-, sí, es el mismo Vóland, acompañado de una cohorte de divertidos seres diabólicos: Faggoto, una especie de valet, Beguemot, un gato parlanchín, un esbirro de nombre Azazello y protuberante colmillo, Abbadona quien con la mirada causa la muerte y una hechicera llamada Guela. El cortejo se encargará -literalmente- de enloquecer a la nomenclatura literaria, y a los burócratas comunistas dejando varios cadáveres en el camino.
Luego la historia se entreteje con el libro sobre Poncio Pilatos que escribe el Maestro, el amor de su enamorada Margarita, el internamiento de uno de los burócratas del parque y las andanzas del mismísimo ángel caído. Un verdadero cóctel mólotov de literatura subversiva para el gusto del régimen estalinista.
Como buena parte de los escritores rusos bajo el estalinismo Bulgakov no pudo ver su novela publicada en vida. Establecería, curiosamente, una relación de dependencia con Stalin, a quien escribía cartas recurrentes reclamando libertad artística o permiso para salir del país sin que obtuviera respuesta. Una vez recibió una llamada del propio dictador que se truncó lo cual lo sumió en una desesperación mayor que cuando obtenía solo silencio. El dictador jugaba con él como el gato maula de Gardel con el mísero ratón.
La obsesión de Stalin con los “intelectuales” era enfermiza, a algunos los cortejaba para luego dejarlos al descampado o esperando el terrible golpeteo en la puerta que anunciaba la visita del temido NKVD y su sustracción del mundo. El genio musical Shostakovich solía dormir vestido y con la maleta hecha para no molestar a la familia el momento venido. Vivió buena parte de su vida aterrorizado -con toda razón- pensando qué pensaría Stalin de sus partituras. “Mero ruido”, mandó a escribir en Pravda el dictador sobre la segunda ópera del compositor, Lady Macbeth de Mtsensk.
Ni siquiera Vasili Grossman, el gran cronista de Stalingrado, escapó a la inquina de Stalin con los escritores y entró en el túnel de la persecución silente de su obra. Durante la discreta apertura de Nikita Jrushchov su obra más conocida, Vida y Destino, recibió la condena de Mijaíl Súslov, el gran inquisidor bolchevique: la novela -le dijo- no sería publicada ni en 250 años.
Ya sabemos lo que siguió, tan poderosas obras de arte continuaron su curso, fueron publicadas y están entre lo mejor que ha producido el espíritu humano. Quienes quisieron eliminarlas son basura cósmica, los huevos de una serpiente que se reproduce hasta nuestros días, mudando de piel para mimetizarse y socavar la libertad y la democracia desde adentro o desde afuera según la ocasión.
Quién quita, y por aquello de que vuelan, vuelan, Vóland y su justiciera y divertida pandilla de rufianes diabólicos regresen a Moscú y vuelvan a desquiciar a la nomenclatura y su nuevo Zar. In the Devil we trust.
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