El día después ya fue… – Jean Maninat

Jean Maninat

Por: Jean Maninat

La eternidad por fin comienza un lunes

y el día siguiente apenas tiene nombre

y el otro es el oscuro, el abolido.

Eliseo Diego

Después de la tempestad nunca vino la calma, por el contrario, siempre fue un momento de acopiar los estragos, levantar los cadáveres y sacar cuentas de las estupideces cometidas. (De Troya, a nuestros días).

Aún quienes están acostumbrados a gobernar en la opacidad, saben que la transparencia termina imponiéndose y sus chapucerías criminales explotarán tiempo después en una crónica, una novela, una obra teatral, o en una mundana serie de televisión. No hay escapatoria a ese retrato en familia.

Boris Johnson es infectado luego de minimizar alegremente los peligros de la pandemia; Jair Bolsonaro se  pasea sin protección alguna rodeado de guardaespaldas sin tapabocas -pero con cara de pocos amigos- en encuentros “casuales” con sus conciudadanos; López Obrador se encomienda a estampas milagrosas para que lo ayuden a salir del trance; y el gobernante de la primera potencia mundial le echa la culpa de sus proverbiales desaguisados a la potencia asiática que lo tiene medido desde el primer día en que comenzó a gobernar. Y Rusia se frota las manos.

(Mientras, la Unión Europea se las lava ante sus socios del sur del continente, agobiados por el virus y su falta de pericia en el Gobierno, poniendo en entredicho -una vez más- uno de los proyectos políticos más prometedores del siglo pasado).

La pandemia no ha dejado títere con corona, solo los científicos –siempre tan porfiados- han sacado la cabeza con pertinencia para indicar los vericuetos del virus y su eventual claudicación, a riesgo de que un energúmeno en el poder se la corte de un tajo presuntuoso. Hemos aprendido a conocer y valorar su labor reservada, apenas alumbrada por un premio Nobel anual de difícil traducción en nuestras vidas cotidianas, cuando creemos que las cosas van bien, y nada nos tocará.

La fábula milenarista según la cual una hecatombe divina redimiría a los humanos de sus caídas gracias a un Juicio Final (sin abogados, ni presunción de inocencia, dicho sea de paso), se ha topado siempre con la milenaria capacidad de los mortales para ponerse de pie, rehacerse, y continuar -aferrados a sus creencias- labrando su presencia en el planeta con las uñas y el intelecto.

Los héroes de esta nueva hazaña humana son los médicos, paramédicos, enfermeras, vecinos y voluntarios, gente valerosa que cumple con su deber -perdonen la insistencia- sin la presunción de realizar una gesta  épica, en situaciones de alto riesgo, mientras nosotros permanecemos sanos, resguardados en nuestras casas, gracias a su vigilia.

No, no son campanadas que anuncien un futuro mejor, ni peor, ni un nuevo hombre sobre la tierra, simple y llanamente puntean el increíble privilegio de seguir respirando contra todo pronóstico, gracias al esfuerzo y la solidaridad de otros.

El día después ya fue…

 

 

 

 

 

 

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