Publicado en: El Universal
En dos siglos el feminismo ha sido de las corrientes esenciales para el desarrollo de la democracia, como el sindicalismo, el antirracismo, y el parlamentarismo, y lo sigue siendo. Pero desde finales del siglo XX, le retoña una rama torcida, reaccionaria y totalitaria, sorda amenaza para la libertad y la vida civilizada. El feminismo democrático nace con una gran filósofa política británica criminalmente ignorada aun hoy, Mary Wollstonecraft quien produjo la primera obra teórica sobre el tema, Vindicación de los derechos de la mujer (1792). En su momento fue un terremoto del pensamiento que cuestionó al totem Rousseau, quien excluía las mujeres de la vida pública. (p.127)
Lo lleva en la sangre su hija Mary Shelley, mujer del gran poeta romántico. A los 18 años escribió nada menos que Frankenstein, en competencia con amigos en el veraneo de un castillo ginebrino. Tal vez por machismo, Wollstonecraft no es frecuente en manuales de teoría política, pese a fundar que las facultades humanas se desarrollan sin distinción de clase, raza o sexo cuando hay libertad e igualdad. Ironiza a Rousseau, amante vividor y brutal, al equiparar el “derecho divino de los reyes y el derecho divino de los maridos”.
“Débil”, “inepta para sobrevivir”, “oscuro objeto de deseo” (frase tomada por Buñuel), no son rasgos naturales sino sentencias que imponían la educación, los oficios domésticos, “el confinamiento en jaulas” en las que “aprendían un ideal femenino” falso. Lo que lenguaje posterior llamaría “un constructo social”, frente al que Wollstonecraft vindicaba otro en el que “no exista coerción” para que “los sexos ocupen su lugar adecuado… ellas puedan ser médicos igual que enfermeras… y participar directamente en debates del gobierno”. (p.252)
Esas fundamentalistas del voto
Otro de los grandes pensadores de la libertad, John Stuart Mill reabre el tema en su obra Ensayo sobre la igualdad sexual (1869): la inferioridad nace en las instituciones y cuando la represión cesa, las mujeres realizan un potencial humano similar a los hombres. Presentó en el Parlamento un proyecto de ley para el voto femenino que rechazaron. Luego la segunda ola histórica feminista es el sufragismo entre los siglos XIX y XX, de Hubertine Auclert, Emmeline Pankhurst, sus hijas Cristabel y Sylvia, Milicent Fawcet, sus seguidoras en Gran Bretaña y muchos otros países.
Encarceladas se declaraban en huelga de hambre y el gobierno las hacía comer a la fuerza. Las reprimieron salvajemente, pero ganaron. Finalmente Nueva Zelanda les otorgó el voto (1893), Australia (1902), Finlandia (1906), hasta 1996 cuando cedió el último rincón oscurantista, el Cantón suizo de Vaud. La tercera ola del feminismo arranca en los años 60 con la gran revolución sexual de la píldora anticonceptiva, la minifalda de Mary Quant, la masificación del rock, Elvis y Jagger.
Las universidades se llenan de mujeres, igual que el mercado de trabajo, los puestos de comando en las empresas y el Estado, y bajo el conjuro del mayo francés fue universal la doctrina: “mientras más hago la revolución, más ganas me dan de hacer el amor… mientras más hago el amor, más ganas me dan de hacer la revolución”. En los 2000 latinoamérica llegó a tener cuatro presidentas: Bachelet, Chinchilla, Rousseff y Kirchner. Paradójicamente por las mismas fechas, bajo el turbio influjo de Jaques Derrida, Gilles Deleuze, Michel Foucault, se expande una enredadera maligna: el feminismo revolucionario, antisistema y antihumanista.
Hay cosas peores
No cree en continuar el avance hacia la igualdad plena dentro de instituciones ya transformadas que lo propician, sino en la aberración de que todo hombre es un violador, y las mujeres sufren violencia por ser mujeres. Los estudios demuestran que 70% de asesinatos pasionales ocurre entre parejas homosexuales masculinas. Otro engaño socorrido, la supuesta diferencia salarial por sexo, la echó por tierra Google en un estudio global que comenzó por sus propios empleados. El feminismo revolucionario adultera a conciencia la idea de Wollstonecraft para afirmar que lo construido no es la inferioridad, sino el sexo mismo.
Si se educa y viste niños como niñas y viceversa, “cambiaría su constructo sexual”, pero casos y experimentos conocidos terminaron en desastre. No importa que 95% de los humanos desde la infancia sienta atracción instintiva por el sexo opuesto. Es cuestión artificial según la llamada “política correcta” o “política de género”, soslayando que los seres vivos no poseen género sino sexo porque el género es una propiedad del lenguaje. Por eso combatir la homofobia y defender el derecho a que cada quien viva su sexualidad cualquiera sea, es un paño caliente reformista.
La revolución declara guerra “al patriarcado” en sociedades que dejaron de tenerlo gracias a las tres oleadas feministas y al movimiento de la dignidad gay, pero que lo tolera en las musulmanas. Conferencista española “de género, pidió a los varones feministas que oyeran la charla tres horas de pie para que demostraran vergüenza y “empatía” con las mujeres. Y conocida matriarca socialista declaró que “cada vez que penetran a una mujer, vive la humillación histórica del patriarcado, el machismo y el capitalismo”. Una joven tuitera, con gran discreción, le respondió: “señora… puedo vivir con eso”. Y es verdad. Hay cosas peores.
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