Publicado en: El Universal
Que se cocinaban “sorpresas” llegamos a escuchar, sin dar mucho crédito a la especie. Pero en efecto, sorpresa hubo, y una difícil de tramitar, como el aviso de un parto prematuro. El 30A nos madrugaron las movidas de lo que parecía el ensayo de una insurrección: un ejercicio que nunca cobró forma, que no dibujó propósitos nítidos, que no ocultó el azoramiento de sus actores. Al término de la inescrutable jornada, tras noche sacudida por la expectativa de que “algo” ocurriría y visto el saldo trágico del día siguiente, la sorpresa tuvo más que ver con el barrunto de que el voluntarismo y la improvisación hacían de las suyas. Otra vez.
A merced del secretismo, del vistazo a estrategias que “existen, pero que no se pueden revelar”, la perplejidad no nos abandona. Junto a la maña del régimen para torear el imprevisto, algo que habla no de invulnerabilidad y sí de una suerte de “anti-fragilidad”, como sugiere Francisco Contreras, la falta de claridad respecto al contenido/destino de empresas como la “Operación Libertad” –¿movilización masiva, catártica; toma periódica de calles, demostración simbólica de fuerzas sin mención de demandas concretas…?- amenaza con socavar la confianza.
Y es que lejos de disminuir, claro, las preguntas cunden en medio del marasmo. ¿Qué espera la dirigencia de una ciudadanía sin fuerza militar, pero resteada con la necesidad de cambiar un modelo que nos arrastra al peor de los sótanos? ¿Cuál es el rol de ese ciudadano a la hora de empujar salidas que, según anuncio original, transitarían la ruta pacífica y democrática? Mientras nos embarcamos en el “suspense” del ensayo y error, en la calle ciega del “sí o sí”, ¿cuántos podrán aguantar el salvaje deterioro de la calidad de vida? A falta de resultados tangibles en términos de la consecución del objetivo de finiquitar la usurpación, ¿no es lógico insistir en el ajuste de la ruta o examinar la pertinencia de ciertos métodos, antes de ser víctimas de una praxis recurrente y suicida?
No basta pedir fe. Para desbrozar el enmarañado terreno de las expectativas y definir el alcance de la adhesión ciudadana al menú de opciones “sobre la mesa”, habrá que recordar que la agenda del bloque democrático representado en la AN -y a sabiendas de que la lucha asimétrica contra el autoritarismo terminó haciendo de esta institución un bastión opositor- responde en primer término al interés nacional. El voto de 14 millones de venezolanos avaló la legitimidad de un desempeño, una auctoritas reconocida además por la mayoría de países democráticos del mundo. En ese sentido, cualquier política que dimane del parlamento debería ser lo más amplia y plural posible, fruto del respeto y la proliferación de ideas divergentes, capaz de prever recursos para gestionar el conflicto, no para atizarlo en función de agendas personales o partidistas, por más justas que parezcan.
Tras lo visto el 30A surgen motivos para la suspicacia. Las tercas señas de la ruta insurreccional que en 2014 y 2017 impusieron los promotores de “La Salida”, salen de nuevo al paso, con el descaro de la vieja arruga que no se disimula tras el refreshing. En las antípodas de una negociación en curso (“pecado” que el mismo Bolton hizo público) la natural desesperación ofrece coartada para vender soluciones “definitivas” que van desde una salida de Maduro forzada por la FAN, hasta una intervención extranjera, la guerra-que-no-es-guerra sino operación rápida, sin costos, a tono con el siglo XXI, como la pinta un risueño Brownfield. Absurdo puro: así la defensa de la violencia, el “¡no a la paz!” trueca en imperativo “moral”, y el discurso de sectores extremistas (enemigos de la política y de la propia AN) cobra cuerpo, animado por la dilución de esa identidad democrática que las circunstancias ponen a bailar sobre la cuerda floja.
¿Habrá explicación para tanto déja-vù? Quizás sea que el error no se percibe como tal, que aparezca como visión refractaria a cualquier modificación porque al margen de la evidencia, lo que allí impera es el sesgo de confirmación: solamente se presta atención al dato que refuerza la propia creencia. Penosamente, el dislate que no pasa por el cedazo de la consciencia no dejará cicatriz ni lecciones. Bastará entonces pedir “borrón y cuenta nueva” para bregar con la ocasional espinita; pero cuando haya otra oportunidad de equivocarse, allí estaremos, auto-engañados y prestos a remozar consignas para justificar el mismo traspié.
Al tanto de ese uróboros, lo justo es librarse del castigo de la sorpresa perenne. No se podrá culpar a la ciudadanía de “perder la fe” cuando lo que intenta es apelar al pesimismo de la inteligencia y superar el atasco crónico, el círculo infernal. De allí la pertinencia de una crítica revigorizada y autónoma, de iniciativas como el documento de Provea para exigir lo que nunca debimos dejar de exigir: cooperación internacional virtuosa, (el caso de la UE-GIC) entendimiento, elecciones, alternabilidad. Todo eso de lo que toca reapropiarse, urgentemente.
Lea también: “Desequilibrio“, de Mibelis Acevedo Donís