Publicado en: Blog personal
Por: Marina Ayala
La ética es un constante diálogo que mantenemos con nosotros mismos. Una evaluación discursiva sobre lo que consideramos bueno para uno y para los otros al momento de actuar. Conforma una atmósfera en nuestro entorno y define quienes somos y qué se puede esperar de nosotros. Es la que imprime esa marca por la cual nos conocemos y los otros nos identifican. Se puede romper su línea de mando, pero a veces el costo por ello es muy alto. Antes de actuar hay que pensar porque con las consecuencias del acto hay que proseguir. Decisiones de principios particulares que en una sociedad no todos deciden por igual. Al contrario, en cada época y lugar la apreciación sobre lo bueno y lo mal son distintas. Por ello hay que andarse con cuidado podemos topar con alguien muy raro que crea que arrancarte la cabeza es bueno para ti. Solemos llamarlo loco, delirante, caníbal, pero andan sueltos y pueden ser tus vecinos o tus gobernantes.
No se puede dejar el bien común a las decisiones de cada quien, por ello existen las leyes. La ley ordena no apropiarse de lo ajeno so pena de tener una sanción que también precisan los códigos de una sociedad. Estas reglas son escritas y la letra queda impresa no se presta para su discusión ni cambios y acomodos una vez que han sido sancionadas y publicadas. Usted infringió la regla debe, sin chistar, someterse a la justicia. Eso de andar lloriqueando y balbuciendo sandeces no es nada elegante, la estética también es propia de las sociedades y los seres éticos. A usted puede que no le guste que le prohíban robar, está en su derecho si se trata de una democracia, pero está obligado a acatarla porque es la norma que nos rige como sociedad. Si se rehúsa y se cree más poderoso que la constitución será mejor que se mueva con astucia y no se deje agarrar porque la sociedad entera irá por usted. Tarde o temprano lo alcanzará la justicia o las hordas enfurecidas se desatarán.
Esa atmósfera ética que nos distingue como país y forja el carácter de las personas es la que le puede poner límites al poder. ¿Desea tener poder para actuar sin límites? Tampoco podrá indefinidamente porque a nadie le gusta que lo pisoteen eternamente. Decía Heráclito (hace 27 siglos) que ese carácter será nuestro destino. Si somos identificados como un país con una alta tasa de corrupción, nuestro destino será el aislamiento y el rechazo general. En los países anglosajones la palabra tiene un valor casi de ley, pero di una mentira, una sola y serás execrado como un apestado. Les pasó a algunos becarios del Mariscal de Ayacucho les cerraron las cuentas bancarias por mentirosos y tramposos, no pudieron volver a abrirlas. Los países pueden generar un mal carácter, malos hábitos y costumbres y así pierden el poder sobre su presente y su futuro, solo queda convertirse en seres reactivos, dispuestos siempre a la defensiva.
Discursos moralistas con la intención de contener este desenfreno egoísta con el que se mueven los actores políticos del presente no encuentran un marco adecuado para ser aceptados. No tienen la eficacia esperada cuando se actúa por el propio beneficio. Weber se hace este mismo cuestionamiento cuando en 1919 el mundo atravesaba también un desequilibrio político. Es un momento de quiebre el que obliga a la sociedad plantear una prédica moralista a la política. Sin resultado ninguno, porque el carácter de los hombres no fue tocado por la ética. Seres que son descaradamente amorales y que en nuestra jerga local denominamos “cara de tabla”. Amorales en el poder o tras él y su consecuente monopolio de la violencia que se ejerce sobre ciudadanos desarmados.
Al no tener parámetros para dirimir lo bueno y lo malo, inclinados a despreciar los entendimientos y respetar las diferencias, la sociedad se dirige a una guerra. No podemos tener y conservar una democracia con seres que no han introyectado una ley ética de convivencia.