Por: Jean Maninat
El diálogo social es una de las prácticas democráticas más valiosas que produjo ese largo período de luchas sociales, laborales y políticas que fue el siglo XIX. La representación de las luchas obreras en el imaginario de la izquierda radical ha estado impregnado por la visión de un París punteado por barricadas erizadas de banderas rojas, construidas por heroicos trabajadores mal armados, pero dispuestos a todo durante los levantamientos de la Comuna de París. Marx se encargaría de hacerle una demoledora autopsia en el mejor de sus escritos como cronista político: El 18 brumario de Luis Bonaparte.
Hasta nuestros días, se le sigue rindiendo culto a esa idealización del enfrentamiento de clases violento y definitorio -como un duelo en el viejo oeste- entre proletarios y burgueses. Las organizaciones sindicales radicales enchilan sus nombres añadiéndoles términos como clasista, combativa, proletaria, para subrayar su condición supuestamente intransigente frente opciones “conciliadoras”: Confederación Clasista de los Trabajadores Combativos. En Argentina las organizaciones de los “piqueteros” ejercen una violencia social en contra de la ciudadanía, cortando vías con violencia y bullicio fascista, todo en nombre de la justicia social.
Para Lenin y los bolcheviques los sindicatos eran concebidos como correas de transmisión al servicio del partido y la revolución. Meros apéndices del Buró Político y su secretario general. El advenimiento de los Trade Unions británicos y el surgimiento de la socialdemocracia alemana y austríaca, le darían al movimiento sindical un margen de autonomía que sus miembros se encargarían de ensanchar y proteger sin llegar a la desaprensión política. En su autonomía reside su fortaleza y capacidad de influir la política. Otro tanto puede decirse de las organizaciones de los empleadores, libres y autónomas, sin injerencias de partidos políticos ni gobiernos.
La realización, en días recientes, del Foro de Diálogo Social Tripartito que reunió al Gobierno con representantes sindicales y empresariales bajo el auspicio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), es probablemente la mejor noticia en lo que va de este año tan desdichado. El solo hecho de establecer un diálogo es ya una ganancia en un país polarizado y obligado a subsistir entre la impericia económica del Gobierno y la inopia política de las élites opositoras. A estas alturas, el resultado del diálogo es la decisión de continuarlo, como suele suceder, y tendrá sus altibajos, pero lo fundamental es que se cuide el espacio, se fortalezca con esmero y se le proteja de los intentos de confiscación que seguramente vendrán de varios lados del espectro político venezolano.
No había terminado el Foro y ya las aves agoreras estaban denunciando su inutilidad, y la escasez de mollera radical clamando que era una trampa del Gobierno, la misma gilipollez de siempre, la capacidad de causar daño intacta. Seguramente tanto en Fedecámaras como en los sectores sindicales, conviven halcones y palomas, renuentes y partidarios del diálogo y también, nunca fallan, los que arrastran los pies a paso de trotaconventos para dilatar un eventual resultado positivo del acercamiento.
Será un proceso largo y complejo, como armar un edificio de Lego, hará falta paciencia e imaginación. A pesar del graznar de los cuervos agoreros, habrá valido la pena y debería ser ejemplo para eso que mientan “el país político”. Es el diálogo social, estúpido.