Publicado: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Toda derrota deprime y las hay tan demoledoras que parecen ser el fin de toda esperanza. Pero mientras haya guerra, una batalla suele ser una batalla. Que una derrota hoy no implica las siguientes mañana. Es más, se podría decir que no hay conflicto político o bélico de alguna duración que no implique derrotas del vencedor, pues de lo contrario no tuviese prolongada duración. Tal perogrullada hay que traerla a colación porque en este momento de depresión política, esta parece generar una siniestra sentencia en expansión: no pudimos ayer, no podremos nunca.
Reconocer la derrota y sobre todo hurgar en sus causas es tarea loable. Pero convertir esta en demostración inapelable de que tal o cual estrategia no funcionó ayer y por ende no funcionará nunca es por lo general un sofisma. En el fondo es hacer falazmente del pasado una condena inapelable del futuro. Y peor todavía, expandir ese sentimiento negativo a todas las posibilidades de acción no puede conducir sino a una capitulación sin retorno.
El diálogo va a fracasar en República Dominicana porque ya sucedió las veces que se ha intentado. Lo cual se puede confirmar hasta con algunos repetidos signos manejados mágicamente: República Dominicana como escenario, Rodríguez Zapatero, los hermanos Rodríguez y, sobre todo, la misma oposición supuestamente blandengue o cómplice, en vez de los más aguerridos que son siempre ninguneados. ¿Que hay esta vez algunas muy ventajosas diferencias como el masivo apoyo del planeta democrático o que el gobierno no puede pagar ya ni la cuenta de la luz de Miraflores y el país agoniza? Tonteras, esos tipos son demasiado malvados e hipócritas y nuestros voceros tan pendejos que dejarán que los canallas prometan lo que no cumplirán y ganen tiempo y prebendas democráticas ante el mundo. El señor Zapatero es especialista en el oficio de vender espejitos y los nuestros en entregarle el poco de oro que hayamos podido acumular en tantos años.
¿Elecciones presidenciales, somos mayoría? Seguramente serán fraudulentas. ¿No recuerdan a Capriles? ¿Y la Asamblea anulada? ¿Y Ledezma despojado? Y nada se hizo de eficaz para intentar recuperar nuestros derechos. Se las arreglarán con o sin vigilancia internacional, con un CNE que siempre manipulará aun maquillándolo, sino es que logran dejar a los mismos delincuentes en serie.
Es posible que muchos piensen de buena fe de esta manera. Habría que tratar de reanimarlos y mostrarles que también hemos tenido victorias, que es un despropósito pensar que el gobierno goza de buena salud y, sobre todo, que hay guerras largas y no solo por las torpezas de los nuestros, sino por su propia naturaleza. Por último, que en cierta medida el futuro se inventa lo que se llama libertad. Churchill, Roosevelt, De Gaulle y Stalin necesitaron 80 millones de muertos para derrotar al nazismo.
Pero hay sectores que no practican este derrotismo cándidamente, sino como una herramienta para su propio provecho. A veces de la manera más artera. Todo aquel que piense debería caer en cuenta de que el diálogo inminente es una posibilidad cierta, una opción importante para encontrar al fin la salida, la salida dije, la defunción política de Maduro y, además, la posibilidad de aliviar inmediatamente otros males, verbigracia presos políticos o canal humanitario. Por tanto sabotear esa opción porque no se es protagonista de primera línea en el evento es una vileza. No lo son por minúsculos y disonantes. Pero al menos les es exigible que ante un combate realmente decisorio, en que mucho se puede ganar o perder ciertamente, al menos que callen y esperen y no traten de deteriorar las fuerzas que hemos acumulado para llegar hasta esta encrucijada. Porque estamos presentes aquí y ahora, con una larga lucha en la espalda, con muchos y grandes errores en nuestro hatillo, cansados también, pero mirando hacia adelante y tratando de afrontar la única realidad en que de verdad se juega hoy la libertad. No en las elucubraciones vacías de los críticos que se pretenden radicales, es decir, sin aquí y sin ahora.