Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
Al idiota desconocido.
Como nunca antes en la historia de la humanidad, la cultura del tiempo presente ha sido capaz de promover un modo de pensar que se caracteriza por la más pura y absoluta abstracción. La mayor parte de los inadvertidos supone que pensar abstractamente es una cuestión muy profunda y, como suele decirse, precisamente, “muy abstracta”. En realidad, abstraer quiere decir escindir, separar, aislar, desconectar, distinguir algo, en sentido fuerte, respecto del resto de las partes que lo conforman. De hecho, siempre se ha abstraído, porque la abstracción es una de las operaciones constitutivas del pensamiento. No obstante, sólo ha sido en el presente que la abstracción se ha transformado en la piedra angular, en el fundamento mismo, de toda posible forma de representación y de toda posible labor, al punto de haberse institucionalizado como la forma propiamente dicha, auténtica, del ser que va siendo. A lo que sin duda ha contribuido, en gran medida, la cada vez mayor presencia de la llamada “realidad virtual”: la informatización, la automatización y la digitalización, puntas de lanza de la gran industria de este período histórico, que brinda tanto culto a lo privado como al pensamiento débil. Un culto detrás del cual se oculta The big brother.
La sociedad contemporánea no suele comprender. Solo está capacitada para el entendimiento. Entender significa analizar y, consecuentemente, analizar significa separar, cortar. Analizar es, pues, un acto de abstracción. Se vive una era que parece haber perdido el juicio y, con él, la idea de totalidad en sentido orgánico, concreto. El “todo” ha sido extrañado e invertido. Es una imagen de la reflexión que aparece como un inmutable mayor, el telón de fondo sobre el cual actúa la infinitud de las partes. Una emblemática pieza musical de 1969, de la agrupación británica King Crimson, lo preanunciaba: «21st Century Schizoid Man» (El hombre esquizofrénico del siglo 21): “La sangre rasga el alambre de púas / la hoguera del funeral de los políticos / los inocentes violados con el fuego de napalm / La semilla de muerte que ciega el anhelo del hombre / los poetas hambrientos que sangran a los niños / realmente nada de lo que tiene necesita el hombre esquizofrénico del siglo 21”. ¿Será necesario recordar que el esquizofrénico es un ser enajenado, fuera de sí, un sujeto sin voluntad consciente, que ha devenido cosa?
En el fondo, subyace la convicción de que la realidad está hecha de partes aisladas -abstractas, precisamente-, independientes las unas respecto de las otras, que le sirven de fundamento a toda posible distinción conceptual. La representación que se tiene de la idea de “totalidad” consiste en un compuesto de partes mutuamente inconexas, recíprocamente externas, carentes de articulación o de relación. Además, como si se tratara de un inmenso rompecabezas, las partes se suponen previas, anteriores y exteriores, a su eventual “encaje” y posible movimiento. Las cosas aparecen inermes, carentes de organicidad y, lo que es aún más preocupante, ajenas al clinamen, despojadas de todo posible conatus. Ahora conforman una articulación puramente mecánica, una cadena de montaje, un “dinamismo” que no altera ni la quietud ni la constancia de lo existente. ¡Vaya mundo de pernos virtuales!
En el Ensayo filosófico sobre las probabilidades, de 1819, Simón Laplace vislumbraba el propósito de lo que hoy se ha transformado en la realidad efectiva: “Deberíamos considerar el presente estado del Universo como el efecto de un estado anterior, y la causa de la que seguirá. Supongamos una inteligencia que pudiera conocer todas las fuerzas que animan la naturaleza, y los estados, en un instante, de todos los objetos que la componen: nada podría ser incierto, y el futuro, como el pasado, sería presente a sus ojos”. Es el anhelo de poseer una sola ciencia: la ciencia de las particularidades elementales que permiten explicarlo “todo”. Una sola ciencia y un solo método: la ciencia del estudio de los átomos -la física- y de las moléculas -la química- que es también la de las moléculas que se asocian para formar moléculas orgánicas, proteína, grasa, etc. En una palabra, células. En este sentido, la biología es una química más complicada, tal como la química es una física más complicada. Y, por ende, la psicología es una biología más complicada, porque estudia la biología de las neuronas. A su vez, la sociología sería una psicología un poco más complicada todavía, dado que es la psicología de la sociedad. Y así, hasta llegar a la historia, que no sería más que “una variación en el tiempo de una sociología fundamental”. Pero, en todo caso, sólo se trata de lo mismo, porque siempre se trata del gran mecanismo de los átomos. La “gran cadena del ser” que sostiene al mundo contemporáneo no es más que una cadena de montaje. El fordismo -sí, el de Henry Ford- inspira la hegemonía de la era digital.
Y así, desde el reduccionismo establecido por Laplace, mejor conocido como reduccionismo “clásico”, pasando por el reduccionismo “por analogías”, se llega al reduccionismo de los “arquetipos”, es decir, al compuesto de estructuras o formas envasadas al vacío en el que en cada nivel de complicación se pueden reconocer las formas comunes que posibilitan la conformación de esta “ciencia universal”, el lienzo que compendia el recorrido de las ciencias particulares. Es la “teoría general de sistemas”, la “meta-teoría” del estudio de los principios aplicables a los sistemas de cualquier nivel en todos los campos de la investigación, entendiendo por “sistema” aquella “entidad con límites y con partes interrelacionadas e interdependientes, cuya suma es mayor a la suma de sus partes”. El rompecabezas está terminado: átomos, moléculas, células, neuronas, individuos, sociedades, imágenes, estructuras, realidades virtuales. En el fondo, siempre se trata de partes, de átomos, porque ellos son -según esta forma mecánica de concebir el mundo- la base simple y originaria de las subsiguientes estaciones de la cadena. Al cambiar una parte del “sistema” cambia, automáticamente, el sistema completo, de modo tal que se puede predecir el comportamiento de todo el resto del mecanismo. Decía Marx que el materialismo abstracto es un idealismo abstracto de la materia. A partir de tales presupuestos, la palabra “libertad” queda reducida justo a eso: a una palabra. Por eso mismo, cuando se dice que las tiranías y los regímenes gansteriles han surgido indefectiblemente de las formas de racionalización instrumental, propias del conocimiento, cabe decir, de la reflexión del entendimiento abstracto, se hace menester la revisión integral de todo el proceso educativo de la sociedad. Recuperar el derecho a pensar para poder comprender, quizá sea la tarea más importante del presente y la única garantía de reconquistar la libertad.