Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
Nadie puede negar los estrechos vínculos que, con el paso de los días, se han ido urdiendo entre la praxis política propiamente dicha y las ideologías de estricto corte populista, por lo menos no durante lo que va de este sombrío y decadente siglo XXI. Y es que pareciera que cada nueva centuria –corso e ricorso– se estrena con esta exigencia devenida fervor, con este exasperado grido del popolo, iluminado por la mayor de las esperanzas y oscurecido por la mayor de las frustraciones. No obstante, es verdad que, en la extensión de esta mala infinitud, existen populismos y populismos, como también existen diversos modelos de socialismo y, por supuesto, de liberalismo. No se puede hacer un saco de gatos en medio de la floreciente posverdad acechante, a pesar de las quejas interpuestas por los siempre entusiastas reductores del saber social a la floreciente instrumentología del presente. De ahí que el populismo al que apunta la vulgata sociológica suela ser vinculado exclusivamente con el llamado narodnismo ruso del siglo XIX -término que, por cierto, deriva de la expresión narodnichestvo, y cuya traducción literal al español significa “ir hacia el pueblo”. Pero no por ello resulta menos cierto el hecho de que del populismo pueda hablarse, histórica y culturalmente, desde el surgimiento mismo de la Polis griega y, más específicamente, desde las primeras formas de aparición de la demagogia. Como afirmaba una vieja publicidad de la línea aérea Pan-Am -que Hegel no tendría inconvenientes en refrendar- “la experiencia -en este caso, de la conciencia- hace la diferencia”.
Claro que, así como no es lo mismo hablar del desempeño del dinero en la antigüedad clásica en comparación con el peso específico que éste mantiene en la actual sociedad del capital financiero, no se puede confundir el populismo de los tiempos de Cleón, Alcibíades o Cleofonte con el de los tiempos de Trump, Putin o Chávez, del que, por cierto, Maduro es, apenas, una caricatura grotesca, pintarrajeada por las manos del poder gansteril. De ahí la crucial atención que merece el discernimiento de los caracteres fundamentales del fenómeno en y para el presente. Tarde o temprano, la “astucia de la razón” impacta la cotidianidad. Así, quince años después de iniciarse el día a día del nuevo siglo, José Luis Villacañas, lúcido y distinguido filósofo español, publicó un breve ensayo que lleva por título Populismo (Madrid, La Huerta Grande). Su contribución a la comprensión de este problema -una vez más, de esta experiencia de la conciencia contemporánea- que ha estremecido con tanta severidad el hacer, el pensar y el decir del presente, resulta de factura esencial, a los efectos de sorprender los posibles intersticios que han terminado poniendo severamente en peligro los fundamentos mismos sobre los cuales ha surgido la cultura occidental, su bella eticidad ciudadana, su institucionalidad y, particularmente, la actualidad de su idea republicana, en sentido enfático.
“Atravesamos una época de riesgo sistemático. De cualquier sitio puede emerger la situación que inicie una cristalización peligrosa y dé paso a nuevos posicionamientos de todos los actores. No es azar que los fenómenos de espionaje se hayan tornado universales e intensos. Este hecho testimonia un movimiento histórico de fondo, cuya configuración final está lejos de presentarse a la vista”. Época de juicios confusos, de aliados esquivos, de intereses múltiples, de juegos ambiguos: “unos actores se muestran desinhibidos y sin escrúpulos, como Rusia, otros, como Alemania, se atienen a fijaciones fetichistas cuya nítida función de producción de seguridad apenas se puede ocultar”. Son, sin duda, palabras importantes escritas por Villacañas. Palabras de extraordinaria vigencia que remiten a la toma de conciencia de una sociedad que ha sido empujada por la razón instrumental y el pensamiento débil hacia la mayor oscuridad, cuyos puntos de inflexión escisiva conforman el epitafio de la estricta rigidez del cesarismo, por un lado, o de la inescrupulosa promesa de la flexibilización paternal, por el otro. Extremismos que, en última instancia, terminan apuntalando el mismo resultado, el mismo retorno de la barbarie, aunque no pocas veces con factores invertidos. En el fondo, se sirve a la causa de la sociedad orwelliana, sea ésta la del desaliño y vulgarización lumpemproletaria o la de la estricta regulación que finge garantizar la libertad mientras la condena a la cotidianidad de una enorme, apabullante, cadena de montaje.
“El populismo es la teoría política que siempre ha sabido que la razón es un bien escaso e improbable”, porque en la época de la política de masas, “la razón es la última de las potencias masivas capaces de responder a la crisis”. Por eso el populismo tiene la necesidad de poner en duda que los fundamentos de la sociedad tengan una base racional. “Lo que en tiempos de estabilidad parecía una exageración, incluso una patología, ahora se torna normalidad. El populismo se levanta sobre esta operación de borrado entre lo normal y lo patológico.. Pero su mirada, bastante penetrante, comprende que en la base de las sociedades hay siempre una falta de suelo, esa falta de fundamento que muestra la filosofía de Heidegger, y que cuando esta sensación de operar en el vacío emerge, sale a la luz un exceso peligroso”. Sólo basta que la crisis alcance cierta densidad para inundar todo con su saña y asaltar los espacios trabajosamente conquistados por la razón.
La política del populismo consiste en convencer a las sociedades de que no existe otra política que la populista. Sólo es cuestión de tiempo. Su ritmo patológico contagia, al punto de que su exigencia convoca a la indeterminación guiada por una pasión exacerbada que conduce, directamente, a la perversión de la nada devenida –via negationis– todo, transmutada en dependencia totalitaria. El totalitarismo es, de hecho, su meta. Quizá como nunca antes la filosofía se ha vuelto imprescindible, a los efectos de propiciar salidas concretas ante esta atmósfera asfixiante. Y quizá la inminente propuesta de la fundación de una nueva Ilustración contenga, aquí y ahora, mucho más que una imperiosa necesidad.