Publicado en: Tal Cual
Por: Laureano Márquez
Leo un tuit del periodista Luis Carlos Díaz (@LuisCarlos) en el que comenta una frase que califica de horrorosa: “teníamos que pasar por esto para aprender”. El comunicador responde lo siguiente: “Hemos visto gente morir y partir por diseño estatal. Nadie debería pasar por eso jamás. Es más: no hay garantía de aprendizaje. De trauma seguro que sí. No hay mérito en el sufrimiento”.
Interesante tema para la reflexión: ¿realmente hemos aprendido algo en las últimas dos décadas o hemos olvidado a causa del envilecimiento político al que ha sido sometida la sociedad venezolana? La travesía del pueblo de Israel por el desierto duró mucho más de lo previsto, porque se suponía que el viaje era una lección para un pueblo que había osado adorar a un becerro de oro en lugar de a Dios, que les había liberado de la esclavitud.
¿Qué lección hemos sacado nosotros en este largo transitar por el desierto de la destrucción institucional y económica de la nación? Teme uno que no mucho. Algunos, los peores, los que nos someten a la barbarie, aprendieron cosas horribles, que pensábamos que ya estaban en el olvido en Venezuela: a matar sin remordimiento, a usar la justicia para su provecho personal, aprendieron a robar de una manera que ha producido una insuperable marca mundial de corrupción.
El gran aprendizaje de este régimen es que la democracia puede ser desmontada con los votos, que el cinismo es una extraordinaria herramienta de sometimiento, que el miedo y la ignorancia son las mejores formas de arremeter contra un pueblo para tiranizarlo, que el uso estratégico del hambre puede arrodillar a una nación entera, que el “divide et impera” es una antigua verdad que está más vigente que nunca.
Ciertamente, este régimen nos dejará con muchas cosas que aprender para edificar el país que merecemos. Por ello el papel de la educación, en todos sus niveles, ha de ser la protagonista de la Venezuela que ha de venir. La elevación cultural de nuestro pueblo para que no caiga en las garras de los demagogos, ni en la abulia ni la barbarie, que eran, según Picón Salas, males que pesaban por igual en nuestra “argamasa étnica”. Ya decía Andrés Eloy Blanco en su discurso de lanzamiento al mar de los grillos del castillo de Puerto Cabello: “hemos lanzado al mar los grillos de los pies, vayamos ahora a la escuela a quitarle a nuestro pueblo los grillos de la cabeza, porque la ignorancia es el camino de tiranía”.
Tenemos, sí, cosas por aprender:
– Que la civilidad es el único camino para el avance y que la experiencia histórica lo demuestra.
– Que los militares no deben tener injerencia en la política y deben ser un cuerpo profesional obediente al poder civil.
– Que no somos un país rico, a menos que haya riqueza en nuestros cerebros para aprovechar con sensatez la que tenemos en el subsuelo, que solo el trabajo y el esfuerzo son el camino del progreso.
– Que la justicia debe ser profesional, independiente, en manos de gente proba y no de criminales.
– Que, como decía Bolívar, no hay nada peor que una persona eternizada en el poder, que el caudillismo es una de nuestras grandes catástrofes históricas.
– Que cuando recuperemos un sistema electoral transparente, no debemos dejar de votar en ningún caso.
– Que el país que anhelamos nace, a fin de cuentas, en cada uno de nosotros; que un país decente es la sumatoria de muchas decencias individuales, de un compromiso con la convivencia cívica. Entre muchas otras cosas.
Estos veinte años no han sido una enseñanza, han sido una catástrofe que nos deja política, económica y moralmente devastados. Solo se puede aprender algo en libertad y cuando ella retorne nos tocará, entonces sí, aprender cómo evitar que una tragedia política como la padecida vuelva a repetirse.
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