Publicado en: Blog personal
Por: Ismael Pérez Vigil
“Es malo necesitar héroes, pero qué bueno tenerlos cuando los necesitamos.”
Soledad Morillo
Todos nos quedamos un tanto desconcertados con lo del pasado 23F; fue muy extraño, ocurrió el escenario que menos esperábamos. Estábamos listos para ver como entraba la ayuda humanitaria sin mayores dificultades, porque el régimen no se expondría –pensábamos– a las consecuencias de una probable intervención militar para facilitar que la “ayuda” pasara. Pero no fue eso lo que ocurrió.
La dictadura arremetió con saña, incluso más allá de lo esperado. Podíamos imaginar algunos colectivos acompañando como comparsa a la GNB, pero no imaginábamos lo que algunos describen, que esos “colectivos” llevaran la iniciativa y acompañados de presidiarios matones, vestidos de policías y guardias, arremetieran contra la población civil.
Los medios internacionales y los periodistas que cubrieron los dos frentes noticiosos, admiten que en la frontera con Brasil resultaros muertos como mínimo 4 indios pemones, algunos (en Brasil) dicen que fueron más de 15 los fallecidos. Las “tropas” oficiales asaltaron en ambas fronteras con paramilitares, colectivos, presos vestidos de policías y GN; agredieron a la gente a mansalva como todos lo vimos hasta por TV y en las gráficas de los reporteros. Sabían que no había fuerzas militares, ni de Colombia, ni de Brasil, acompañando la ayuda humanitaria, por eso se atrevieron a actuar cobarde e impunemente contra civiles desarmados o indios armados con arcos y flechas. Mientras, en Caracas, el dictador festejaba su “triunfo” grotescamente bailando salsa en una tarima.
“No tiene sentido lo que ocurrió, ¿Quién querría quemar comida y medicinas?”, dice como excusa la hipócrita izquierda internacional, esa que llaman la izquierda caviar, de cafetín y de lujosas visitas a Venezuela. En efecto, no tiene sentido si los que actuaran para impedir la entrada de la ayuda humanitaria hubieran sido fuerzas regulares; pero si los que actuaron fueron, entre otros, malandros sacados de una cárcel y colectivos violentos, no hay control, pues esos reaccionan a la mínima provocación como lo que son, como asesinos y violentos.
El 23F la oposición estaba organizada para lo que esperaba, que era que no iba a pasar nada, salvo la ayuda humanitaria; pero no estaba preparada para enfrentarse con malandros y colectivos o presos y según dicen, mercenarios del ELN o disidentes de las FARC; por eso al final solo sacaron unos pocos camiones, porque sabían que no tenían apoyo militar para pasarlos y menos para lo que no estaba calculado: la violenta reacción del otro lado.
Creo que el plan o la expectativa se basaba en que el régimen había “mordido” el anzuelo, había creído las “amenazas” y que la ayuda pasaría, lo que significaba una victoria de la oposición, que nos abría el futuro a un intrincado proceso de negociación. Eso no fue así, la reacción fue muy violenta y nadie podía estar preparado para eso, no había forma de estar preparados para eso, sin una fuerza similar que oponer ante esa alternativa.
Tampoco creo que había preparación para que el resultado de la reunión del Grupo de Lima, el 25 de febrero, fuera lo que fue. Así lo denotaba la reacción del diputado Julio Borges –Embajador de Venezuela ante el Grupo de Lima– en su declaración previa a la reunión de dicho Grupo, al solicitar acciones diplomáticas más “contundentes” y el “uso de la fuerza” contra el régimen venezolano. El presidente Guaidó, algo más comedido, pedía también una “acción más definitiva”. Para ambos debe haber sido una sorpresa el punto 16 del Comunicado del Grupo de Lima de ese día: Transición pacífica a la democracia, sin uso de la fuerza. Por eso hubo que remendar el capote con la gira de Guaidó.
Lo de la gira fue una reacción rápida. El presidente Guaidó partió de Colombia a recorrer cuatro países más, donde fue recibido como Jefe de Estado por los presidentes de esos países. No vale la pena especular sobre lo tratado, lo importante fue la gira en sí, el trato recibido y sobre todo el regreso.
Para ese regreso, la gira se inició además con una ventaja adicional y es que ahora sabemos que el régimen no confía en las FFAA; para impedir lo que ocurriría el 23F tuvo que apelar a sus malandros, mercenarios y colectivos. Ni siquiera confió en las FFAA para apresar a Guaidó el 4M; por eso lo dejaron pasar. Juan Guaidó regresó por Maiquetía, tal como dijo que lo haría; y logro ese objetivo no solo gracias a la argucia de Panamá, aunque hay que reconocer que Guaidó se las jugó, sino porque la dictadura no tiene la fuerza política para mandarlo a apresar.
Con su regreso, con la forma, con la emoción que vimos en el terminal de Maiquetía; en la autopista a la salida del aeropuerto, donde la multitud obligó a la caravana a detenerse para que Juan Guaidó los saludara; con la muchedumbre que lo esperaba en la Plaza Sadel de Las Mercedes. Allí, sin grandes discursos, ni grandes promesas, sobre una tarima y un andamiaje, Juan Guaidó desgranó un plan sencillo: continuar en las calles, ordenó a la Fuerza Armada detener a los colectivos que actuaron el 23 de febrero pues ser cómplice por omisión es también un delito de lesa humanidad, informó que continuarán y habrá nuevas sanciones internacionales contra la dictadura, informó que insistirá en la entrada de la ayuda humanitaria pues el pueblo la necesita y agradeció el respaldo a su presidencia de los países de la región. Pero lo importante es que su jornada de regreso demostró una vez más que tiene una capacidad enorme para insuflar esperanza, emotividad, entusiasmo; un líder así la gente lo esperaba y lo necesitaba hace tiempo.
Afortunadamente tenemos que decir que todo salió bien. Fue un triunfo. La gira de Juan Guaidó y su regreso nos coloca otra vez en el 24F que habíamos esperado –como si lo de la entrada de la “ayuda” hubiera sido la victoria política que merecíamos– y ahora se nos vuelve a abrir un proceso de negociación… como estaba planteado desde un principio. ¡Vamos bien, vamos muy bien!
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