De la virtud – José Rafael Herrera

De la virtud - José Rafael Herrera
Cortesía: El Nacional

Publicado en: El Nacional

Por: José Rafael Herrera

“El entendimiento sin la razón es ciego. La razón sin el entendimiento es vacío”

Kant

Según Benedetto Croce, es un error, de origen positivista, la pretensión de creer que los fenómenos naturales presentan un movimiento constante y, por ende, previsible. En realidad, señala el filósofo italiano, se trata de ficciones “seudoconceptuales”, inventadas, con las cuales se intenta dar respuesta a las necesidades generadas por situaciones específicas y, por ello, circunscritas a un determinado tiempo histórico. Además, agrega, la pretensión de prever los fenómenos naturales tiene su origen en el primitivo deseo de profetizar el futuro. Pero tal deseo oculta, tras las pompas de su ropaje científico, la presuposición de creer que la naturaleza presenta un comportamiento “regular”, cuando lo único que es efectivamente regular son las “leyes” creadas por la mente humana, en su esfuerzo por entender, controlar y someter la naturaleza.

Geometrica demostramus quia facimus, afirmaba Hobbes en De corpore. Sólo se conoce lo que se es capaz de hacer. Se trata de un postulado que se puede rastrear a lo largo de la historia de la modernidad, por lo menos desde Hobbes y Bacon, pasando por Descartes y Leibniz, hasta Kant y Fichte. Y, en efecto, el dominio absoluto que las ciencias naturales matematizadas han ejercido sobre la historia moderna y contemporánea ha terminado por producir la ficción según la cual no solo la naturaleza depende de leyes constantes y previsibles sino que, además y por simple extensión, dichas leyes rigen el quehacer político y social con una casi total precisión. Todo pareciera estar escrito en “caracteres matemáticos”, incluyendo los atributos éticos que configuran el entramado de la Virtud humana. El entendimiento sin la razón es algo, dice Hegel. Por fortuna, Vico supo comprender que sobre los mismos fundamentos de tal principio -más tarde, devenido ideología hegemónica del presente- es posible afirmar que, via negationis, lo que los hombres han creado y lo que constituye el más alto objeto del saber, no radica en la ficción de la construcción matemática -en el sentido de lo calculable o cuantificable- sino, más bien, en la realidad de la construcción histórica. La flexión contenida en la frase, terminó radicalizando profundamente su propio significado. De pronto, y más allá de Descartes, el conocimiento se fundía en uno, la verdad y lo hecho se identificaban recíprocamente, ya que: Si geometria et physica demonstrare possemus, faceremus, porque: Verum et factum convertuntur.

En efecto, Vico señala que “esta ciencia -la filosofía de la historia- procede lo mismo que la geometría, que crea el mundo de las dimensiones al tiempo que construye y considera los fundamentos correspondientes; pero con tanta más realidad por cuanto que los asuntos humanos poseen mayor objetividad que los puntos, las líneas, las superficies y las figuras”. Se ha dicho que ya son suficientes los diagnósticos que se han hecho sobre el gansterato narco-terrorista que coerciona a Venezuela. La cuestión es que no se trata de cuántos diagnósticos se hayan hecho, sino de la adecuación del Verum y del factum.

Ser virtuoso no significa poder tocar magistralmente el piano o el violín. Hace falta algo más: ser una persona de bien, una, cada vez más, mejor persona. Para lo cual se requiere de mucha valentía. Ser virtuoso quiere decir, pues, ser para la libertad, traspasar los límites del en sí y del para sí en la transparencia del para nosotros: vivir en y para la eticidad, saberse individuo y, por eso mismo, ciudadano. Porque es en esto que consiste la realización de una vida plena y auténticamente feliz. Ser genuinamente liberal no quiere decir asumir su propia privacidad como único interés, sino poseer una profunda inclinación por la valoración del bienestar social. Alcanzar esta condición autoconsciente es enfrentar la ambigüedad, el temor, la dificultad y la oscuridad que acechan de continuo el día a día. Porque la virtud no es ni una premisa ni, mucho menos, una dádiva. Es un resultado, una conquista. Tal vez sea esa la razón por la cual tanto Maquiavelo como Spinoza -en épocas de consagración progresiva de la pusilanimidad- le recuerdan a sus lectores que la palabra Virtud proviene de virilidad, sin la cual no sería posible ejercer la libre voluntad ni llegar a ser feliz. Y será necesario advertir que, por cierto, no han sido pocas las mujeres virtuosas, capaces de dejar perplejo al peor de los Corleone.

Pero ya en Aristóteles, ser virtuoso quería decir ser virilmente civilizado, por lo cual -según el gran pensador de la antigüedad clásica- se debe tender a ser valiente, moderado, liberal y magnánimo, amable, auténtico y jovial. Cualidades que se configuran en el llamado “término medio”, es decir, entre los excesos y los defectos. No obstante, la expresión “término medio” ha sido sistemáticamente entendida por la modernidad -y por lo que va de postmodernidad- en sentido metódico-matemático, llevado de la mano por Descartes. Preguntarse por el “punto medio” entre 0 y 10 tiene como respuesta 5, que es el punto equidistante respecto de sus extremos. Pero en estricto sentido ético, “cinco” no representa la mediación entre temeridad y cobardía. En términos aristotélicos, ninguna Virtud se sitúa en exacta equidistancia de los extremos, porque, a diferencia de las abstracciones cuantitativas, requiere de valores contextuales, cabe decir, onto-históricos. Ser valiente, en consecuencia, es el término opuesto correlativo -la Aufgehoben– de temeridad y cobardía. No hay grises, ni gradaciones, ni tonalidades entre lo uno y lo otro, porque su lógica no es ni la de la contradicción ni la de la contrariedad, ni la de la –Croce dixit– distinción, sino la de la oposición. Lo dice el propio Aristóteles, unos cuantos siglos antes de Vico o de Hegel.

Una consideración que parta solo del individuo -lo que, por su propia definición, condena la existencia real de su autonomía- es vana y limitada. Pero, sobre todo, es mezquinamente falsa. Los griegos le decían Idiotas. Los hombres solo se conocen a sí mismos con base en el estudio de sus relaciones sociales e históricas, del cual son autores y actores. Economía, Política, Derecho, Ética, Religión, Salud, Educación, Lenguaje, Artes, Ciencias, etc., son, como afirma Vico, productos de fattura umana. Se producen en la historia y, por eso mismo, no pueden ser reducidos al tutelaje de las cifras y los porcentajes, como tampoco pueden ser abstractamente interpretados -siguiendo la lógica de la cuantificación- de modo aislado, a partir de relaciones atomizadas, interindividuales -o contractuales-, escindiéndolos de sus determinaciones histórico-culturales concretas. Es momento de un nuevo giro copernicano. Giro, tal vez, indispensable para comprender los reales motivos que impulsan a la barbarie ritornata y poder superarla.

 

 

 

 

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