Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
Según la mitología griega clásica, en el principio de todas las cosas, la necesidad, Ananké, surgió súbitamente del vacío y comenzó a formarse a sí misma, de modo que la necesidad no sólo es un ser incausado sino que va formando de continuo su propia necesidad de ser. Ella contiene en sí y para sí la razón de su existencia. Su imponente figura es, a simple vista, incorpórea, y sus sigilosos movimientos semejan a los de las sierpes. Sus largos brazos son fantasmales y se extienden por toda la infinitud del cosmos. No es improbable que tenga –como dice el adagio popular– “cara de perro”. Lo cierto es que ella es y no puede no ser. Avanza siempre en espirales, de la mano de su hermano Cronos, el tiempo, y fue en su inseparable unidad que rondaron pacientemente el Ovo primigenio del que surgieron los elementos que le dieron forma y contenido a la creación: el mar, el cielo y la tierra. Además, Ananké parió tres hijas: Kloto, la hilandera de la vida; Lákesis, la que mide la longitud de los hilos de la vida; Átropos, la inevitable cortadora del hilo de la vida. Hilar, medir y cortar, una y otra vez, siempre de nuevo. Ellas son las Moiras, las diosas del destino, temidas y respetadas por todos los dioses, pues incluso ellos se encuentran sometidos a sus severos y hieráticos designios.
Nadie, que se sepa, se ha encontrado a la necesidad en persona, serpenteando y moviendo sus largos brazos por alguna de las calles de la ciudad. Y, sin embargo, a pesar de que a nadie en particular se le haya aparecido, ello no significa que no esté ahí, justo ante los inadvertidos ojos del transeúnte o del buen vecino. Está en la menesterosa fila de los ancianos que, desde tempranas horas, esperan a que les sea cancelada su pensión, o en los que, detrás de la cava refrigerada, estacionada en la esquina, completan los devaluados billetes para poder llevar a los suyos, por lo menos, una pieza de pollo. Está presente y serpentea cuando el servicio eléctrico colapsa, cuando el agua –como suelen decir los periodistas, ese “vital líquido”– no llega ni por dentro ni por fuera de los ductos, o cuando el transporte público termina siendo nada menos que una “perrera”. Ella está ahí, siempre al acecho, en el hospital sin medicamentos y sin las mínimas condiciones para garantizar que una vida se pueda salvar a tiempo. Como también está en el bote de basura, en el que centenares de fámulos, cuerpos esqueléticos, ausentes de carne y alma, esos a quienes se les suele llamar los más necesitados, buscan algún sustento para poder mantenerse en pie, por un día más. O en los millones de ciudadanos que, exhaustos de tanto miedo, de tanta ira y de tanto dolor, se ven forzados a abandonar un país convertido en callejón sin salida. Son esas, entre tantas otras, a las que Hegel llama “necesidades subordinadas de la vida de los hombres”, tan básicas y esenciales que son las que determinan y dan sustentación material al carácter absoluto y universal de la necesidad. Superar las necesidades del espíritu pasa –por cierto– necesariamente, por la superación de las necesidades inmediatas. Primum vivere, deinde philosophari, apunta Aristóteles.
Por definición, lo necesario es lo que no es contingente. Pero en Venezuela sólo lo contingente es lo necesario. Es verdad que existen grados de necesidad. En efecto, la necesidad se puede sentir, entender y comprender. Se siente en el llanto de la criatura con hambre que necesita comunicar sus deseos para poder saciarla; se entiende cuando se toma conciencia de su presencia y se la convierte en objeto de estudio, se la conoce y clasifica con rigurosa meticulosidad. Y, una vez en posición de “lista para llevar”, se cosifica y enajena. Todo ante su acechante presencia. Así, por ejemplo, una vez entendida la necesidad de liberarse de una tiranía se consultan los manuales de instrucciones para el usuario. Y todo parece quedar instalado según el orden de convención prestablecido. Pero el temor –¡esa pesada contingencia!–, ante una inevitable confrontación de la libre voluntad con el gansterato, es tal que se termina sugiriendo la necesidad de un entendimiento con el cartel, un acuerdo electoral que ponga fin a la tiranía. De una parte, la ira belicista pide venganza. De la otra, la hipocresía del pacato se oculta tras las banderas del humanismo y la civilización que exhibe. Finalmente, se comprende la necesidad cuando, a un tiempo, se la conserva y supera, porque, al sorprenderla, se llega a saber que la fuerza de la libre voluntad proviene de la incesante confrontación y el reconocimiento con la mismísima necesidad. Sólo entonces la sustancia deviene sujeto: se trata del cese de la usurpación, del gobierno de transición y de las elecciones libres, en ese mismo orden, porque “el orden y conexión de las ideas es idéntico al orden y conexión de las cosas”.
El sentir y el entender la necesidad hacen que las sociedades vivan acechadas por sus sinuosos movimientos y sean presas de sus largos y asfixiantes brazos. En las sociedades sometidas a estos niveles de necesidad, todo lo que las trasciende, todo lo que se remonta por encima de la amarga presencia inmediata de la caja de alimentos o del racionamiento eléctrico, es considerado como un excedente, como un lujo. En ellas impera el “reino animal del espíritu”, en el que cada individuo no es más que el conjunto de sus necesidades de subsistencia, una multitud de individuos que concibe al resto como sus eventuales medios para la satisfacción de las mismas. Homo homini lupus, el hombre transmutado en lobo del hombre. Es dentro de este tipo de necesidades en las que se encuentra atrapada la sociedad venezolana. Si “se va la luz” es que se está en presencia de una señal “inequívoca” de que la oposición, otra vez, perdió vigor y que se debe “negociar” con la narcotiranía, nada menos que con un cártel que se encuentra “atrapado y sin salida”, que boquea buscando un segundo aire que, esta vez, no le llegará. De “necesidades radicales” habla Agnes Heller. No pareciera comprenderse que los diferentes modos de actividad, que forman parte del proceso reproductivo de la vida cotidiana, son actividades sociales objetivas. Lo son los impulsos y las motivaciones que se transforman en actos específicos. Pero también lo son el lenguaje y el pensamiento. Lo es el reconocimiento del individuo como elemento determinante del ser social. Más allá de lo inmediato está la verdad. No se supera la necesidad sin tener plena conciencia de las necesidades. Y es justo eso a lo que Spinoza llama libertad. Comprender la necesidad es enfrentarla hasta que se vea, ella misma, en la forzosa necesidad de reconocer que la voluntad humana es la mayor de las fuerzas del universo. Desde hace rato, las Moiras rondan el Ovo de las cabezas del narcorrégimen usurpador.
Lea también: “Las tinieblas“, de José Rafael Herrera