Publicado en: El Nacional
Por: Elías Pino Iturrieta
Para analizar la novedad del liderazgo de oposición que hoy conmueve a Venezuela, miremos hacia la gestión de la anterior directiva de la AN. Puede servir para comentarios aceptables. Fue una gestión anodina, sin capacidad para manejar los asuntos de su incumbencia con el objeto de rescatar la credibilidad del organismo representado, menos todavía para restablecer el nexo con las masas de votantes que provocaron una representación apabullante de adversarios de la dictadura en las curules. Actores de gestos timoratos y de poses sin magnetismo, gente tal vez sin deseos de dejar huellas de su paso, oradores sin palabras memorables, políticos sin un pensamiento capaz de demostrar que de veras estaban allí para combatir al régimen o para dar señales de vida trasmitían una sensación de parálisis debido a la cual no solo se jugaba la vida del Parlamento, sino también el destino de los combates por la democracia.
Sus sustitutos son lo contrario, en términos redondos. En actividad desde el primer día, empeñados en mirar de cerca los problemas inadvertidos por la miopía de los antecesores, ansiosos de abrir los portones del Capitolio para echarse a la calle a buscar lo que se había perdido en la víspera, gentes de arriba pendientes, por fin, de la gente de abajo; parlamentarios haciendo, por fin, su trabajo con empeño, significan el hallazgo de unas antípodas que parecían perdidas en profundo abismo. Si, para mayor excepcionalidad, para hacer una arrolladora ostentación de primicias, se aferran a la lucidez de un sorprendente político joven a quien ofrecen posición de vanguardia, la sensación de una mudanza esencial de la cúpula, y de que ha cesado una modorra perniciosa, dinamiza la atmósfera e invita a proezas que no estaban en el programa de las luchas sociales.
Pero lo más llamativo del asunto radica en que no hubo que asaltar el edificio del Congreso para que sucediera la mutación. No se expulsó a sus viejos habitantes a la fuerza para cambiarlos por otros distintos que le imprimieran fuerza y le pusieran aceite a la maquinaria. La trasformación salió del propio organismo que parecía agotado, quizá porque, así como se jugaban la vida sus criaturas si continuaban adormecidas e indiferentes como antes, también condenaban la república al cementerio. Las circunstancias fueron fundamentales en la mudanza, desde luego, porque el diagnóstico de la inacción coincidió con la usurpación perpetrada por Maduro y con la multiplicación de las carestías que agobian al pueblo, trance que obligó a definiciones como las de hoy y, quizá también, a hacer de la necesidad virtud. Sea como fuere, la elaboración de un libreto para la dirección de los nuevos capítulos, hecho por cabezas de la casa combinadas con fuerzas de afuera, es decir, por la dirigencia política del país, por protagonistas del exilio y por factores de otras latitudes, ha concretado un movimiento de rechazo a la usurpación a través de la valoración del parlamentarismo, sobre cuyas posibilidades nadie hubiera apostado en el pasado reciente.
El seguimiento del libreto, su ejecución de todos los días, ha dependido fundamentalmente de los parlamentarios jóvenes, de los menos cargados de años y de historias. Se puede pensar que forzaron la metamorfosis para hacer que los mayores se subieran al tren antes de que partiera, para que no permanecieran varados y defraudados en la estación; o que concertaron un plan que los arropara a todos sin que los más viejos dejaran de estar presentes, pero relativamente distanciados del timón. Más como viajantes de primera que como directores de itinerario. No como convidados de piedra, porque tenían boleto de ida y vuelta y derecho al menú principal, pero apenas como partes del pasaje que se necesita para culminar el trayecto.
Un elenco sobresaliente de jóvenes ha logrado la restauración del Parlamento como factor de poder, hasta el extremo de que podamos observar la gestión de la directiva anterior como antecedente digno de olvido, y ha hecho el portento de un nuevo movimiento de masas que hace temblar al usurpador. Representan un refrescamiento de élites que nos puede llevar a un capítulo mayor del republicanismo si no olvidan que la política viene de antes, de mucho antes, de cuando el registro civil aún no suscribía la partida de nacimiento de cada uno de ellos.
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