De cómo los perezjimenistas cavaron su fosa – Elías Pino Iturrieta

De cómo los perezjimenistas cavaron su fosa - Elías Pino Iturrieta
Cortesía: La Gran Aldea

Es evidente que ya existen elementos capaces de continuar la lucha contra la dictadura. Por fin se abre con paso firme el sendero de la restauración democrática. El disparate dictatorial obliga a compromisos firmes entre los jefes de la resistencia, quienes olvidan sus diferencias y forjan una comunidad de trabajo que no parecía posible en la víspera. Vale recordar que el 23 de enero de 1958, fecha estelar que conmemoramos cada año, fue el proceso que surgió de una maniobra de los consejeros del jefe militar. “De donde menos se espera salta la liebre”.

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Elías Pino Iturrieta

Después de un control férreo que se impone a partir del derrocamiento de Rómulo Gallegos, pasan los años y no se ven posibilidades de derrotar a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Una represión que ha llenado las cárceles invita a la pasividad. La censura de la prensa ha impedido que se conozcan a cabalidad las atrocidades y las depredaciones del régimen. Los partidos ilegalizados han actuado por su cuenta, sin mayor concierto, para que sus acciones no pasen de una ineficaz intermitencia. En términos generales, no hay testimonios contundentes de que la sociedad esté dispuesta a luchar por el retorno de la democracia desaparecida del mapa en 1948 debido a un cuartelazo. Sin embargo, de pronto, un cabo suelto dentro de la trama del poder une las voluntades de los líderes de la resistencia y conduce a un movimiento destinado a triunfar.

Como se sabe, los militares encabezados por Pérez Jiménez desconocen el resultado de las elecciones de 1952 para la formación de una Asamblea Constituyente, que ha ganado clamorosamente el partido Unión Republicana Democrática (URD) con el apoyo de los adecos recientemente ilegalizados. La militarada modifica los resultados para que los sufragios favorezcan al hombre fuerte de estreno, coronel Marcos Pérez Jiménez, e inaugura un simulacro de parlamento hecho a su medida. Del esperpento nace una nueva Carta Magna que disfraza de legalidad el nuevo lapso de gobierno, pero que, a la vez, deja abierto el sendero para que pueda la sociedad rebelarse ante el escamoteo que ahora ha sufrido.

Debido a las prisas, o a la incompetencia y a la ignorancia de los siervos del coronel convertidos en representantes del pueblo, el libro mayor que ahora redactan establece el lapso que corre entre 1953 y 1958 para que gobierne Pérez Jiménez como Presidente Constitucional. Después se deben realizar nuevas elecciones mediante consulta popular, directa y secreta de los sufragantes, impone la Constitución recién refrendada. Bien porque pensaran que un quinquenio era una eternidad, o porque no podían desconocer descaradamente la influencia de los procedimientos democráticos fundados durante el Trienio Adeco, que habían calado profundamente en la sensibilidad de los venezolanos, los legisladores de la dictadura dan las primeras paletadas de su entierro: obligan a la celebración de elecciones en 1958, pero como las que se llevaron a cabo en 1947 para ponerle la banda presidencial a Gallegos.

“No sé si lo escrito pueda ser útil en nuestros días, caracterizados por la desunión de los líderes de la oposición y por su desconocimiento de la historia política del país”

Para remendar la tronera del capote de las prisas y las impericias constitucionales de 1953, y ante la inminencia de la conclusión del lapso del mandato que había fraguado, el congreso aprueba la convocatoria de un plebiscito para los meses finales de 1957. A los “sabios” del perezjimenismo, con el Ministro del Interior a la cabeza, no se les ocurre mejor salida. Aparte de ser una anomalía legal y una curiosidad histórica, un proceso alejado de las regulaciones vigentes y de las maneras de sostenerse los gobiernos en el pasado republicano, el plebiscito se convierte en la posibilidad más razonable de reunión de las fuerzas políticas anteriormente desgajadas. Pero, además, también en puente a través del cual se relacionen en forma expedita las orientaciones de la cúpula de una resistencia más consistente, con la posibilidad cierta de levantar los ánimos colectivos que se refocilaban en la modorra.

Antes del anuncio del plebiscito circula el primer Comunicado de una Junta Patriótica que apenas está debutando y sobre cuyos objetivos se preguntan los sorprendidos y aletargados lectores. La insólita decisión electoral ofrecerá plataforma a sus integrantes, quienes se harán legendarios debido a que encuentran oídos en todos los sectores a partir de entonces. Es evidente que ya existen elementos capaces de continuar la lucha contra la dictadura, pero su esfuerzo no había fructificado. Ahora, debido a un insólito llamado a las urnas, a un despropósito proveniente del seno de un perezjimenismo cada vez más desprovisto de ideas e inesperadamente cautivo del pudor de la decencia, o de la necesidad de maquillar arrugas y pecados, por fin se abre con paso firme el sendero de la restauración democrática. El disparate dictatorial obliga a compromisos firmes entre los jefes de la resistencia, quienes olvidan sus diferencias y forjan una comunidad de trabajo que no parecía posible en la víspera.

De allí que, antes de insistir en la manida crónica sobre la existencia de una repulsa popular que llega a la cumbre el 23 de enero de 1958, fecha estelar que hoy conmemoramos, sea más prudente recordar que el proceso surgió de una maniobra de los consejeros del jefe militar. Sin sentirlo a cabalidad, iniciaron ellos con la mayor confianza, seguros de sí mismos, sin parpadear siquiera, un viaje hacia el cementerio. No sé si lo escrito pueda ser útil en nuestros días, caracterizados por la desunión de los líderes de la oposición y por su desconocimiento de la historia política del país, pero no parece trivial que tengan presente que de donde menos se espera salta la liebre.

 

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