Una impecable semblanza a la realidad política del Continente que lleva este análisis, concreto y directo, a los albores de dónde está el eje estratégico que sostiene a los regímenes latinoamericanos. Desde Ortega en Nicaragua, pasando por Bukele en El Salvador; hasta llegar a la Patagonia en Argentina donde quizá veamos el final del kirchnerismo, pero del peronismo ¿cuándo? Y Venezuela, claro, donde “la Rusia de Putin y el Irán de los Ayatolas, son los soportes del régimen madurista y de las otras dictaduras de nuestro Continente”. Respecto al título de su artículo, la mejor argumentación después de los comicios del 21N.
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Paulina Gamus
“El problema de los Estados Unidos no son los locos, son los cobardes”.
Paul Krugman, Premio Nobel de Economía.
Los venezolanos llevamos casi 23 años mirándonos el ombligo. Es natural que a las personas nos afecte más nuestro propio sufrimiento, carencias y desesperanzas, que lo que les ocurre a los demás, sobre todo si son lejanos. El 21 de noviembre 2021, tuvimos una jornada electoral sobre la cual hay poco que agregar. Hemos leído y oído de todo: que si fue la abstención; que la culpa la tuvo la oposición dividida; que el régimen ganó pero en realidad perdió; que hubo atropellos, abusos y ventajismo. No creo necesario agregar una letra más a todo lo que han escrito y dicho desde los más sesudos analistas hasta los managers de tribuna del Twitter. Quizá todo pudiera resumirse en una sola frase: ¡Votar en dictadura!
He comenzado con lo del ombligo porque inmersos en nuestra desgracia no vemos lo que pasa a nuestro alrededor. No es Nicolás Maduro el único dictador envalentonado que se atreve a decir, al igual que su entorno con prontuario, que la oposición jamás gobernará de nuevo, que ellos nunca se irán, que llegaron para quedarse, etcétera. Daniel Ortega y su diabólica esposa Rosario, acaban de burlarse del mundo entero con la elección más viciada y delincuencial que se haya conocido en los últimos tiempos. Nayib Bukele, presidente de El Salvador, quien comenzó su primer gobierno como un joven líder prometedor, ha derivado en un dictadorzuelo lamentable. Y no les pasa nada.
Como contrapartida el electorado chileno que le tiene pavor al modelo chavista, ha votado mayoritariamente por un candidato filo-pinochetista. Deberán ir a una segunda vuelta y quizá el miedo al regreso de ese error garrafal y tan costoso para Chile, que fue el gobierno de Salvador Allende, lleve a los chilenos que quieren estabilidad y paz, a votar por un candidato que reivindica los horrores de la dictadura de Augusto Pinochet.
“¿Por qué seguiré votando? Voy a recordar el caso de dos dictaduras que salieron por los votos: la del Sandinismo en Nicaragua en 1990 y la de Pinochet en Chile por el plebiscito de 1988”
En Argentina, la derrota de la dupla Fernández-Kirchner en las recientes elecciones legislativas presagia el fin del kirchnerismo pero no del peronismo. Por desgracia la Argentina es un país que parece haber sufrido un hechizo o conjuro que lo obliga a volver siempre al origen de sus penurias.
Todavía hay venezolanos, (los había por centenares durante el gobierno de Donald Trump) que creen que un día los Estados Unidos dirán basta a las tropelías del régimen chavomadurista y vendrán a poner orden. Estos últimos son los campeones del ombliguismo. Basta con lanzar una mirada a lo que ocurre en Europa con Alexander Lukashenko, el dictador de Bielorrusia y marioneta del maxi dictador Vladimir Putin, enfrentados ambos a la Unión Europea y a EE.UU., sin que se les agüe el ojo. Irán es, ha sido y seguirá siendo una piedra en el zapato de Estados Unidos y de todo el mundo occidental. Y son estos, la Rusia de Putin y el Irán de los Ayatolas, los soportes del régimen madurista y de las otras dictaduras de nuestro Continente. ¿Quién les pone el cascabel a esos gatos?
Titulé este artículo “Cuenten con mi voto” y recordé un chiste de la era estalinista. Se dice que fueron convocadas unas elecciones en la URSS y a cada elector le fue entregado un sobre cerrado. Uno de quienes esperaban en las kilométricas filas, comenzó a abrir el sobre y alguien lo toco por la espalda y le dijo: “Camarada Popov, recuerde que el voto es secreto”. Aquí no hemos llegado a ese extremo y no creo sea necesario. Hay métodos menos descarados para de todas maneras amarrar y amañar votos. Después de 22 años hemos tenido un Consejo Nacional Electoral con cierto grado de credibilidad, pero por supuesto con una capacidad de acción restringida porque no es un poder, el poder está en otro lado.
¿Por qué seguiré votando? Voy a recordar el caso de dos dictaduras que salieron por los votos: la del Sandinismo en Nicaragua en 1990 y la de Pinochet en Chile por el plebiscito de 1988. Recuerdo que a fines de 1989, Violeta Chamorro visitó Venezuela, y fue agasajada por la primera dama Blanca de Pérez con un almuerzo para mujeres en La Casona. Por allí comienza la poca credibilidad que inspiraba a Carlos Andrés Pérez II esa candidatura. Las mujeres parlamentarias de distintos partidos fuimos ubicadas en una misma mesa. Alrededor de las 2 de la tarde llegó CAP y comenzó a saludar. Luego se sentó con nosotras y nos dijo: “Esa pobre señora es apenas un ama de casa, no tiene ningún chance pero hay que ayudarla”. Ya sabemos lo de la ayuda de 17 millones de dólares que nunca llegó a Nicaragua y sus consecuencias para el gobierno de Pérez. Pero Violeta ganó porque los nicaragüenses, hartos de los abusos y corruptelas del sandinismo, votaron valientemente a pesar de bandas (colectivos) que disparaban contra las filas de electores.
En el caso de Pinochet, está claro que el dictador quiso desconocer los resultados del Plebiscito pero la declaración del general Fernando Matthei, Comandante General de la Aviación, a la prensa nacional y corresponsales extranjeros al salir de La Moneda en la madrugada del 6 de octubre: “Parece que realmente ganó el ‘No’, al menos para mí, lo tengo bastante claro ya”, cambió el rumbo de Chile en su tránsito de dictadura a democracia.
Comencé este artículo con una cita de Paul Krugman, que pudiésemos parafrasear así: El problema de Venezuela no son los delincuentes en el poder sino los cobardes. ¿Quién quita que al perenne, inamovible e inconmovible general Padrino López le dé algún día por pasar a la historia con las glorias del general chileno Fernando Matthei?