Estos años sucios y horribles, estos dolores insufribles de las heridas abiertas, estas rabias que nos rasgan las gargantas y el alma, no habrán sido en vano.
Seremos mejores. De eso no tengo duda. Mi papá me decía que de lo malo se aprende. Que los momentos difíciles no cuartean el carácter, lo hacen más sólido.
Seremos menos petulantes. Habremos entendido que si nos ponemos a nosotros de primeros y no al país, el país se nos vuelve añicos y no tendremos ya ni espacio para la necia petulancia.
Seremos más empáticos. Entenderemos que con los párrafos plagados de verbos conjugados en primera persona del singular no se construye sino un espacio yerno.
Seremos más perspicaces. Habremos aprendido no a desconfiar pero sí a detectar a los farsantes vendedores de fatuas ilusiones. Y los sabremos distinguir de esos que, si que de lenguaje menos relamido, nos hablan con honestidad.
Seremos menos malcriados. Habremos aprendido que es de mal gusto y de pésima educación andar por la vida diciendo vulgaridad es y haciendo berrinches.
Seremos más trabajadores. Repudiaremos el regalo fácil y las supuestas dádivas que no hicieron sino convertirnos en esclavos domesticados al servicio de mandones disfrazados de santones.
Seremos venezolanos. Gente que se preocupa y ocupa de su país, de su comunidad, de su familia, del dolor del otro y sabe ponerse en sus zapatos sin jamás mirarlo por encima del hombro.
Aún falta camino dentro del túnel. Pero saldremos de él y, cuando todo esto acabe, seremos lo que siempre debimos ser.
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