Dos hechos, dos momentos, dos actos que hablan de la Venezuela que vivimos hoy. Uno fue la presentación de dos volúmenes sobre la obra y la época del presidente Raúl Leoni, que desbordó las expectativas de los organizadores, y expone la necesidad que hay de tener referentes que hablen del país posible. El otro, un desfile militar en el Paseo de Los Próceres. “Maduro no asistió a la parada castrense, cosa insólita en los tiempos cívico-militares-policiales de la actualidad, “Súper Bigote” se encargó de su suplencia. La magnitud del desprecio a la conmemoración del 5 de julio de 1811, y a los valores que del trascendental suceso se desprenden, no necesita comentarios”.
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
El pasado 5 de julio presenciamos dos manifestaciones públicas, a través de las cuales pudimos advertir una disparidad de entendimientos del republicanismo y dos apreciaciones del bien común que muestran cómo nos debatimos en una pavorosa pugna sobre el presente y sobre el destino de la sociedad. Si en una fecha significativa para el pueblo -la conmemoración de la declaración de su Independencia del poder español- sucede un choque brutal sobre asuntos primordiales para el diagnóstico de los tumbos que damos sin saber cómo salir de una espesa ciénaga, parece evidente que nos falta mucho para cumplir las promesas que hicieron los padres fundadores cuando emprendieron la ruta de la autonomía.
Quizá a la misma hora, sucedieron dos actos en los cuales se refleja la tragedia que aquí se quiere destacar: la presentación de dos volúmenes sobre la obra y la época del presidente Raúl Leoni, y la realización de un desfile militar en el Paseo de Los Próceres. La parada militar acaparó la atención, como ha sido habitual desde los tiempos del general Juan Vicente Gómez, mientras el bautizo de los libros apenas recibió atención generalizada. Pero, ¿qué pasó en ese evento, realizado en el Teatro Trasnocho del Paseo Las Mercedes cuando los soldados monopolizaban la televisión y la radio? Debido a una convocatoria de la Fundación Rómulo Betancourt y de una asociación civil creada por la familia Leoni Fernández, el lugar se llenó hasta el extremo de que decenas de personas se quedaran con las ganas de formar parte del suceso. Fue una presentación excepcionalmente acompañada, una aglomeración pocas veces vista, si se compara con las otras de su especie. Fue de veras gratificante, debido al volumen de la inusual concentración de personas, sentirse como parte de un fenómeno susceptible de especial valoración.
“El acto llevado a cabo para valorar la obra del presidente Leoni representa, por fortuna, la otra cara del pasado 5 de julio. Nos vincula con realizaciones fundamentales de la sociedad y hace memoria de sucesos sin los cuales no se pueden valorar cabalmente los aportes de la democracia representativa”
Pese a que los convidantes carecían de recursos materiales para llamar a sus destinatarios, la gente se hizo presente desde tempranas horas en las puertas del teatro. Pese a que parece desaparecida la costumbre de interesarse por libros que no sean de índole comercial, precedidos por la correspondiente propaganda, una larga cola de compradores llenó de alegría a los editores. Pese a que no iban a escuchar arengas políticas, ni a acompañar a los dirigentes de la oposición que todavía merecen atención, nadie quería perderse los detalles de lo que dirían los autores de los textos que comenzaban a circular. Ahora no es tiempo de referirse a sus contenidos, que necesitan consulta atenta, pero de lo que adelantaron los investigadores ante su auditorio se desprendió una versión auspiciosa de las realizaciones y de la época del presidente Leoni. Si se considera que no fue un mandatario aficionado a los relumbrones, sino una encarnación de la modestia republicana, el hecho de que haya sido el eje de un cálido convite no solo habla con elocuencia de la justicia que hace la posteridad, sino también de la necesidad que tenemos hoy de beber en fuentes cristalinas.
El acto militar de Los Próceres pudo ser como los anteriores de su repertorio, yermo y huero, anodino y sin sorpresas, pero se volvió excepcional debido a que, después de la marcha de los cadetes y de otras fuerzas uniformadas, los promotores hicieron que desfilara un muñeco de goma llamado “Súper Bigote”, que representaba las fortalezas y las cualidades mitológicas de Nicolás Maduro y debía hacer las delicias de los concurrentes. “Súper Bigote” es la balurda imitación de un héroe de comiquitas, de un paladín de suplementos tipo Batman o Capitán América, que los publicistas del régimen han creado tras el improbable objeto de aumentar la decaída popularidad del sujeto al que pretende representar. Es un artificio que se infla como los globos de los cumpleaños infantiles, o como bomba de Carnaval, ideado para su utilización en los actos del PSUV o en otros que requieran la distracción de los asistentes, o simplemente algo que impida que la gente se les duerma. Como Maduro no asistió a la parada castrense, cosa insólita en los tiempos cívico-militares-policiales de la actualidad, “Súper Bigote” se encargó de su suplencia. La magnitud del desprecio a la conmemoración del 5 de julio de 1811, y a los valores que del trascendental suceso se desprenden, no necesita comentarios que lo vuelvan más monstruoso y más digno de repulsa.
El acto llevado a cabo para valorar la obra del presidente Leoni representa, por fortuna, la otra cara del pasado 5 de julio. Nos vincula con realizaciones fundamentales de la sociedad y hace memoria de sucesos sin los cuales no se pueden valorar cabalmente los aportes de la democracia representativa. Nos mete en la fábrica de una historia que la “revolución” quiere demoler, y que se remonta, pese a que parezcan lejanos, a los motivos del suceso fundacional que se debía festejar entonces sin disonancias. Pero es apenas el testimonio de un hecho aislado, la motivación de un grupo de personas comprometidas con la rehabilitación de la República que no pasan de unos cuantos centenares de entusiastas, o de puentes capaces de acercarnos a una trayectoria sin cuya consideración todo lo que hagamos en adelante será trivial. Un solo detalle puede descubrir las limitaciones de un evento que fue trascendental, como se ha tratado de afirmar aquí, pero que no permite todavía que echemos las campanas al vuelo: ni un solo líder joven de la política venezolana estuvo presente, de esos de las nuevas generaciones que nos iban a llevar a la tierra prometida. No les interesó. Tampoco ninguno de los políticos más veteranos que están ocupados de sus campañas partidistas. Andan en otros trajines, superfluos y sobrantes.