Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
La expresión conatus es de origen latino, aunque tanto los seguidores de Aristóteles como los estoicos utilizaran la palabra όρμήν (órmen), con la cual caracterizaban el impulso instintivo de conservación de todas las especies. Su traducción al español va desde el originario “esfuerzo”, hasta el “apetito”, el “deseo” y la “voluntad” (del latín, respectivamente, appetit, velle, vult). Aristóteles, Diógenes Laercio y Cicerón coinciden en afirmar que el conatus consiste en el rechazo a la propia destrucción: los seres humanos -afirmaban- no desean hacer algo porque piensen que es bueno, sino que piensan que es bueno porque desean hacerlo. La inclinación instintiva de todo ser consiste en el deseo de autopreservarse, siendo ese su mayor deseo. León Hebreo -uno de los referentes esenciales para la adecuada comprensión de los orígenes del pensamiento de Spinoza- decía que se trataba del movimiento natural “hacia arriba y hacia abajo” de un ser equilibrado en posición intermedia, en busca del “amor natural”.
Para Descartes, y a diferencia del sentido antropomórfico que mantuvo el término -como expresión de esfuerzo y lucha ético-política- durante toda la filosofía antigua, el conatus consiste, más bien, en “una fuerza o tendencia activa de los cuerpos a moverse, expresando el poder de Dios”. Con lo cual, además, su interés por el conatus se concentra no tanto en los seres vivos como en el interés por el entendimiento de las leyes físico-matemáticas que controlan el sistema de la razón natural. No debe olvidarse que Descartes es el filósofo de las distinciones –clarité et distinction-, por lo que, para él, nada tiene que ver, por ejemplo, la gravedad –conatus a centro– o la fuerza centrífuga –conatus recedendi– con una disposición inmanente o con un deseo animado, implícito en la materia, de querer preservar su movimiento. De hecho, su conatus se movendi no es más que una anticipación del principio galileano de la inercia: “Todas las cosas -dice- en tanto que descansan, siempre conservan el mismo estado, y cuando son movidas, siempre continúan moviéndose”.
Pero si Descartes es pensador de la distinción, Spinoza lo es de la unidad que comprende las distinciones. Comprender quiere decir superar: “Ordo et conectio idearum idem est ac ordo et conectio rerum”. El particular conatus de los cuerpos es el appetitus de lo general que le es inmanente a la virtus que conforma la libre voluntad de los hombres: “Este conatus, cuando se refiere solo al alma, se llama voluntad; en cambio, cuando se refiere a la vez al alma y al cuerpo, se llama apetito. Éste no es, pues, otra cosa que la misma esencia del hombre, de cuya naturaleza se sigue necesariamente aquello que contribuye a su conservación y que el hombre está, por tanto, determinado a realizar”. Sujeto y objeto. El esfuerzo por preservar el ser implica la correlativa adecuación de extensión y pensamiento. El mito del materialismo crudo spinoziano, de su supuesto afán por exaltar el dominio absoluto de la naturaleza sobre la humanidad -negando el ethos civil, la constitución de una sociedad de libertades-, no sólo es un mito sustentado en una lectura triste -unidimensional- de su obra, es, además, una aberración. “No se puede acusar de ateísmo a una filosofía que tiene a Dios como fundamento”, advierte Hegel al referirse al prejuicioso unilateralismo de quienes se aproximan a Spinoza asistidos, desde la “Nueva Izquierda”, por la lógica de la identidad.
“Nada se puede destruir excepto mediante una causa externa”. Es la resistencia spinoziana frente a la autodestrucción, el feliz esfuerzo por preservar la propia existencia y aumentar su poder. La conquista de la libertad es el resultado de esta pulsación continua, de este “impulso perpetuo hacia la perfección”. De hecho, para Spinoza, la felicidad consiste, primeramente, en la capacidad de preservarse a sí mismo, y en esa preservación encuentra los fundamentos del reconocimiento de la propia virtud. Por eso mismo, la libertad es conciencia de la necesidad. En este sentido, Vico tiene razón al afirmar -siguiendo a Spinoza- que el conatus es la fuerza generadora del movimiento in fieri de la historia, la esencia misma de la sociedad.
Por oposición, una sociedad que ha perdido su alma es una sociedad que ha entregado su conatus y se prepara para su propia destrucción. Las crisis orgánicas de los pueblos ponen de relieve la presencia del desgarramiento entre el individuo y la sociedad, entre lo que se piensa y lo que se hace, entre lo público y lo privado, entre las virtudes de la razón y los afectos pasivos de la imaginación. Todo apunta hacia la pérdida colectiva del conatus y, con él, de la fuerza motora que alimenta la libertad. Es evidente que cuando se concentra toda la atención en la resolución de las necesidades básicas (alimentarse, reproducirse, guarnecerse), cuando la sociedad entera queda sometida a las precariedades del subsistir y se concentra la atención en la adquisición de los recursos mínimos, suficientes para poder saldar los servicios básicos que garanticen alguna seguridad, la moral de la impotencia se hace manifiesta y las actuales figuras de la esclavitud se transforman en señorío. La pérdida del conatus es la garantía del despotismo, la tumba de la libertad y de la felicidad y, con ellas, del “amor intelectual de Dios”. La afirmación de Einstein: “Creo en el Dios de Spinoza, quien se revela a sí mismo en las armoniosas leyes del universo, no en un Dios que se ocupa del destino y el castigo de la humanidad”. Una clase política que no comprenda la necesidad de esta función esencial del conatus para vencer la pobreza espiritual, para generar el apetito de la libertad mediante la formación de una nueva cultura, de un nuevo “bloque histórico”, de un nuevo consenso hegemónico, con instituciones sólidas y eficientes, está condenada al fracaso, y, lo que quizá sea aún más doloroso, asegurará la ruina y la infelicidad de sus conciudadanos, porque garantizará la muerte de las ideas republicanas y de la república misma.