Publicado en: El Universal
Movimientos muy diversos definidos populistas, desde Getulio Vargas y Perón, signaron medio siglo de historia de Brasil y Argentina, y en latinoamericana, incluso a fuerzas que no lo fueron. En ambos países hay todavía partidos herederos de esos caudillos, y en el segundo, hoy gobiernan. La crítica original al populismo, desde los años 40, surgió de los comunistas, que nunca superaron el trauma de ser pequeñas células atropelladas por monumentales movimientos.
Rezumaban admiración y envidia desde sus cápsulas porque en las calles millones aclamaban a Vargas y Perón. Este insurge en 1946 por la incapacidad de los gobiernos militares para crear instituciones modernas, en una sociedad ya modernizada por la industrialización. Clases medias y masas de trabajadores que querían ascenso social, enclaustradas en un régimen político tradicional y opresivo. Se requerían aperturas que los militares no sabían ni querían dar. Muy parecido en el gigantesco Brasil.
Las jergas comunistas, anarquistas o trotskistas, eran sánscrito, remotas para “el pueblo”. Hablaban de los éxitos de la industrialización en la URSS, su producción de trigo, las persecuciones a los trotskistas, el heroísmo de las brigadas internacionales en España y los crímenes de Stalin. No sabían hablar con millones de campesinos violentamente urbanizados.
Los marxistas despreciaban al populismo porque no quería acabar la sociedad de clases, ni construir un estado socialista proletario, y creaban un desorden de estamentos, de grupos plutocráticos contra otros, e irresponsables regalos a los sectores populares a costillas de los productores. El populismo no es de izquierda, ni de derecha ni de centro, sino todo al mismo tiempo o conforme a la ocasión.
Setenta años no es nada
Perón fue y vino de cripto nazi, admirador de Hitler y Mussolini, a la izquierda anti imperialista. Dentro de partido justicialista convivían cómodamente la guerrilla marxista de los Montoneros, con la Triple A, terrorismo de derecha. Hay dos fases del populismo que en el caso argentino se juntan. Una es su acción política plebeya, demagógica (“mis cabecitas negras” decía Evita, “mis descamisados”, o “mañana no se trabaja: es día de san Perón”).
Etapa de de conflictos y odios entre todos los grupos, hacia el sistema, y oferente de reivindicaciones a “los pobres”. Perón posaba contra las naciones poderosas, y ellas contra él, pero las abastecía y ellas lo financiaban. Otra fase es la acción de gobierno, un distributivismo inconsciente e irresponsable de la riqueza, que conduce a la quiebra, la desestabilización y el caos. Al arribo de Perón al poder, Argentina era la segunda potencia económica del mundo.
Frente a Europa hambrienta, derruida después de la Segunda Guerra, Argentina era el primer suministrador global de alimentos y Buenos Aires tenía poco que envidiar a París. Luego de los nueve años de peronismo, devino un país en antidesarrollo tercermundista más, que después de setenta años profundiza. En 1954, ante la confesión de que “solo no podía”, Vargas se pega un tiro en un programa radial, gesto que lo honra, pero hundió más al Brasil.
Vinieron turbulencias y golpes militares hasta que llegó del “neoliberal” marxista, Fernando H. Cardoso. Al lulismo, después de una gestión brillante, se lo traga la corrupción y casi destruye los avances del país. Durante los 90 surgió el “neopopulismo” y su versión más pobre diabla en Venezuela. La demencial teoría de Giordani se propuso destruir a los productores, porque eran “oligarcas, escuálidos”, y convenía que los pobres lo fueran para tenerles cuerda corta.
El peor de los mundos
La catarata de petrodólares permitió la satánica sustitución de importaciones al revés: Betancourt cambió la importación por la producción local, ahora liquidaron la producción local por importaciones. Al pasar la oleada petrolera, hoy no hay bienes porque se destruyó el aparato productivo, y tampoco divisas para traerlos de fuera, una amenaza social que apunta a Maduro, quien se sostiene en el poder por su terquedad y resistencia.
Y al inconcebible, legendario, inenarrable venadismo de sus opositores. Giordani y su jefe pusieron la sociedad de mayor ingreso per cápita en la región, a la par de Haití. Otros países que cayeron en garras del neopopulismo, por no tener dupla equivalente, estimularon la producción y el empresariado, aunque lo derrotaron políticamente.
Muchos de los arrimados a la demencia colectivista en Venezuela, luego de su fracaso buscaron un premio de consolación, un justificativo de su error: “por lo menos hicieron sentir protagonista al pueblo” cosa que se convierte en una carcajada del Jocker cuando familias enteras protagonizan la ingesta de basura. Pero lo de las bondades protagónicas no es ocurrencia de los pobres pobretólogos locales.
Viene de una indigestión, un libelo insustancial, pedante, frívolo, descerebrado de nombre La razón populista, de Ernesto Laclau. Es una catarsis que solo ve las apariencias y ni un perejil de contenido. Un culto a la forma, la simulación, el callejerismo político sugerido. Un trabajo escrito desde las cavernas de Platón que solo ve sombras y cree que son el mundo (A pesar de que se usa elegante, catarsis en griego significa diarrea)
Lea también: “La sensualidad de la muerte“, de Carlos Raúl Hernández