El cambio que se avecina – Sergio Dahbar

Por: Sergio Dahbar

Un académico hebreo, profesor de historia de la Universidad de Jerusalem, Yuval Noah Harari, tiene una frase que merece cuidado: “Para organizar una revolución, nunca basta con los números’’. Las revoluciones, dice, las hacen pequeñas “redes de agitadores y no las masas’’.

Su argumentación apela a la Revolución Rusa: unos comunistas entendieron lo que debían hacer para cambiar la historia. Y lo hicieron. Para Harari lo importante no es cuánta gente lo apoya a uno, sino ¿cuántos de los que me dan su apoyo son capaces de colaborar para que cambien las cosas? ¿Remenber “Vamos a Miraflores’’?

Hay un dato que sorprende: en 1917 el partido comunista ruso tenía 23.000 miembros. Estaban organizados. Y lograron que un país de 180 millones de campesinos se sacudiera el poder del Zar. La chispa se encendió en 1917 y no se fueron hasta 1989. Ocho décadas infames, terribles, devastadoras, criminales… Abandonaron el poder cuando dejaron de estar organizados.

Uno de los que partió, trágicamente, fue Ceaucescu. El 21 de diciembre de 1989 organizó una  manifestación de apoyo a su gobierno en Bucarest. 80.000 personas. Ya la Unión Soviética le había quitado su apoyo a los países comunistas de del Este, el Muro de Berlín eran unas piedras y en cinco países había revueltas irreversibles. Ceaucescu quería demostrar que aún lo querían.

Apeló a unas de esas cadenas fastidosas. Se puede ver en You Tube. Ceaucescu empezó una frase y no la pudo terminar. El público lo abucheó. Hay discusión sobre quién fue el primero, pero ahí está registrado. Veinte millones de habitantes habían obedecido desde 1965. Bastó un segundo y aquel tirano se vino abajo.

Hasta ese momento la dictadura rumana había garantizado tres situaciones estratégicas: que comunistas leales permanecieran en posiciones claves en el ejercito, los sindicatos y las asociaciones deportivas; que se descabezara cualquier organización política, económica y social que hiciera oposición; que contaran con el apoyo de partidos comunistas cercanos.

Lo dramático es que 20 millones de habitantes no lograron articular una oposición. Cuando las tres patas del poder se vinieron abajo, no había organización que pudiera hacerse cargo del cambio que se avencinaba. Algo lamentable.

¿Quiénes tomaron el poder? El Frente de Salvación Nacional, disfraz de los comunistas moderados. Estaban organizados. Habían sido camaradas. Entendieron el viento de cambio y no quisieron inmolarse.

¿Qué hicieron? Privatizaron todo. Compraron barato. Se volvieron millonarios. Se metieron el país en el bolsillo. El lider de ese movimiento en la sombra era nada menos que Ion Iliescu, que había sido jefe del departamento de propaganda del partido. Un pragmático que supo adaptarse.

Las masas que se jugaron la vida en Bucarest y Timisoara recibieron monedas. Estaban desarticuladas. No crearon una organización opositora. Cómo lo refirió El País, “El Frente de Salvación Nacional tiene una ambigüedad: ha servido para encauzar el retorno a la libertad y, a la vez, para proteger a los viejos dirigentes comunistas’’.

¿Cual fue la clave de la tragedia rumana? La incapacidad de los partidos que intentaban efrentarse al tirano, con figuras deslucidas, más preocupados en disputas personales que en buscar una alternativa real de cambio. No hubo organización. No hubo foco. No se prepararon.

Muchas de estas ideas, expuestas en un libro excepcional, Homo Deus (Debate, 2016), le sirven a Yuval Noah Harari para destacar la importancia de la cooperación. Triunfan quienes cooperan. Y quienes le enseñan a los demás que de manera aislada y desorganizada sólo le hacen un favor a los que quieren quedarse en el poder para siempre.

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