Por: Luis Ugalde
La Iglesia promueve el ayuno y la abstinencia en Cuaresma como especial de preparación espiritual para celebrar en Semana Santa la muerte y resurrección de Jesucristo. Ayunar significa repudiar y corregir las conductas que matan al Justo y al hermano. Tiempo para la vida y corregirla, hacer penitencia y volver a Dios por el camino de vida, amor y esperanza. Pero en Venezuela, gracias a los disparates del régimen, la mayoría está obligada al permanente ayuno y abstinencia sin carne ni pescado a su alcance.
El ayuno que Dios rechaza
Isaías, uno de los grandes profetas de Israel, hace unos 2.750 años habló a su pueblo que sufría el exilio obligado y la violenta ocupación de su tierra por el imperio asirio. Muchos en aquella tragedia se sentían abandonados por su Dios y le reclamaban: “¿Para qué ayunar, si tu no haces caso, mortificarnos, si tú no te fijas?”. Isaías recoge ese reclamo del pueblo y responde en nombre de Yahvé: “Es que el día en que ustedes ayunan encuentran la forma de hacer negocios y oprimen a sus trabajadores; ayunan entre peleas y disputas dando puñetazos sin piedad” (Isaías 58,3-4). Dios rechaza esos ayunos y penitencias rituales mientras se maltrata al prójimo: “Harto estoy de holocaustos de carneros, de grasa de animales cebados, la sangre de novillos, corderos y chivos no me agrada” (Is. 1, 11). “No me traigan más ofrendas sin valor, el humo del incienso es detestable”; “cuando extienden las manos, cierro los ojos; aunque multipliquen las plegarías, no los escucharé. Sus manos están llenas de sangre”. “Cesen de obrar el mal, aprendan a obrar el bien; busquen el derecho, socorran al oprimido, defiendan al huérfano, protejan a la viuda” (Is. 1 11-17). Décadas después el pastor profeta Amós vuelve a repudiar en nombre de Yahvé la religiosidad sin prójimo: “Yo aborrezco y desprecio sus fiestas, me repugnan sus reuniones litúrgicas; por muchos holocaustos y ofrendas que me traigan, no aceptaré ni miraré sus víctimas cebadas. Retiren de mi presencia el ruido de los cantos, no quiero oír la música de la cítara; que corra como el agua el derecho y la justicia como arroyo inagotable (Amós 5, 21-24).
“El ayuno que Dios quiere y Venezuela necesita”
“El ayuno que yo quiero, dice el Señor, es que rompas las cadenas injustas y levantes los yugos opresores; que liberes a los oprimidos y rompas todos los yugos; que compartas tu pan con el hambriento y abras tu casa al pobre sin techo; que vistas al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano” (Is. 58,6-7).
Hoy más que nunca Venezuela necesita este ayuno. Hay que parar la máquina de fabricar miseria y opresión en lo que se ha convertido la “revolución”. Indigna el cinismo de quienes luego de saquear, arruinar el país y ostentar lujos y cuentas bancarias, tratan de lavarse las manos echando la culpa al imperio y a la injerencia europea. Este año más que nunca el ayuno que Dios bendice es cambiar este sistema opresor y liberar a Venezuela de las cadenas, devolver las fortunas robadas y las empresas secuestradas, liberar a los presos perseguidos, devolver la dignidad a los pobres y partidos a quienes les pertenecen… dotar a los hospitales de vida, abrir las escuelas y universidades arruinadas… restablecer los salarios envilecidos… Este régimen ni quiere ni puede hacer nada de esto.
El pueblo entero como soberano necesita restablecer la Constitución y la democracia con todos los derechos humanos: En lugar de insultar a los países democráticos y romper con ellos, necesitamos recuperar su amistad y su alianza activa, porque solos no podemos. No basta que quiten las sanciones provocadas por el régimen, sino que nos hace falta una fuerte y sostenida colaboración para reconstruir tras esta guerra insensata que ha arrasado al país. Necesitamos de ellos para juntos ser productores de una nueva Venezuela democrática libre y justa.
No te agradan los sacrificios rituales de quienes defienden o toleran un sistema de opresión. “El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado, un corazón arrepentido y humillado, oh, Dios, no lo desprecies (Salmo 51,18-19).
Jesús reforzó esta voz de los profetas y maldijo a los hambreadores: “apártense de mi malditos, porque tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, era emigrante y no me recibieron, estaba desnudo y no me vistieron, estaba enfermo y encarcelado y no me visitaron (Mateo 25, 41-43). El papa Francisco en su mensaje de Cuaresma nos exhorta: “Vivir una Cuaresma de caridad quiere decir cuidar a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia de COVID-19”. Quienes buscamos la bendición de Dios no podemos promover ni defender el sistema que produce hambre, enfermedad, persecución y exilio. Trabajar para cambiarlo es lo que Dios nos pide en esta Cuaresma. Lo contrario es crucificar a Jesús y al pueblo.
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