Por: Jean Maninat
Los automóviles, carros, coches, son las máquinas que más han atraído a los hombres (y a las mujeres) desde que hicieron su ruidosa y contaminante presencia en las calles de tierra de las grandes ciudades que apenas comenzaban a despuntar. Los rascacielos eran proyectos para hacerle cosquillas a Dios y recordarle las proezas de sus criaturas en el planeta tierra, y el cinematógrafo comenzaría en unos años a inquietar la imaginación boquiabierta de los curiosos. Llegarían el fotógrafo y el fonógrafo para inmortalizar imágenes y sonidos, pero nada tendría la poderosa presencia de un rugiente automóvil de cuatro ruedas, desempolvando los caminos y espantando recuas y campesinos del primer mundo aún en ciernes.
Los futuristas, con Marinetti a la cabeza, hicieron de él -y de la locomotora- el símbolo del avance, del progreso de una sociedad agresiva y pujante sin límites para lo que hoy llamarían su machismo tóxico. Sus carteles, posters, y obras de arte los mostraban de frente, luminosos, saliendo vertiginosos de los marcos que los contenían, prestos a atropellar a los hipnotizados asistentes.
Embriagada de velocidad y aire libre, la bailarina Isadora Duncan moriría estrangulada por la larga chalina que llevaba al cuello al enredarse con la llanta del Amilcar CGS descapotable en que viajaba. Los autos devoran a sus usuarios.
En el cine, no ha habido carro más mítico que el Aston Martin DB5 de James Bond, y que el tonto de Sam Mendes destruyó en Skyfall, para que luego Cari Joji Fukunaga le enmendara su blasfemia al recuperarlo en toda su luminosidad y prestancia en No Time to Die. Algunos pitiyanquis argumentarán que no hay nada como el Mustang GT de 1968 que apareció en Bullit el mismo año, pero esas son peleas entre güeros gringos y los catires metecos no nos metemos.
(Hay una larga lista de películas con automóviles como primeros actores, pero no queremos pecar de frívolos recordándolos. ¡No, por favor, no The Love Bug!).
Poco tiene que ver con esos broncos e indomables antecesores el Saab 900 Turbo color rojo de 1987 (¿?) que sirve de “hilo conductor” de la excelente película japonesa Drive my Car, ganadora del Oscar por la Mejor película extranjera. Asistimos hipnotizados a esta especie de Road Movie, sentados en el asiento del copiloto, en un automóvil con conducción a la derecha en un país, Japón, donde se conduce a la izquierda, y las tres horas que dura se pasan lentamente como las cotufas que la acompañan.
Spoiler a la vista, al final la clave de la historia está en ese coche exóticamente sueco en Asia y su hipnotizante deambular de un lado al otro. Hágase un favor, como nos lo hicimos en esta columna, consígala como pueda, disfrútela, le borrará cuchufletas y pescozones y le hará recordar lo bueno que puede ser el buen cine.
(N.B. Para una apreciación profesional de la película, se recomienda acudir a la crítica cinematográfica. Aquí tan solo nos gustan los autos viejos).