Primero se metieron en una burbuja. Luego miraron al cielo y allí, entre las nubes, descubrieron esa suerte de isla flotante. Y se encaramaron en ella. Pasaron tiempo viviendo en esa tierra del verde jengibre. Allí recibían todo. Y la vida era, si no perfecta, lo suficientemente bien lejana y perfumada como para no tener que mirar para abajo, al mundanal espacio de la verdadera realidad. Era el ejercicio recomendado por los libros de autoayuda o de psiquiatría instantánea. En ese pedacito de escapismo, se jugaba a que “la cosa no está tan mal”. Y a cierta hora, a relajarse con un merecido güisisquicito con bastante hielo. Todo dependía, claro está, de tener una reserva en verdes. Y de no salir de ahí, no fuera a ser que se contaminaran con los molestos hedores y dolores del país de verdad. Que eso es malo -dicen los coaches e influencers con título pregrado y postgrado de la universidad de la vida- para la salud del cuerpo y el espíritu.
Pero, uy, la cosa cambió. La pandemia trastocó todo y le cambió el plan de navegación a la tierra del verde jengibre. Y se puso esquiva, como en estado de flotación sin certezas, dejándose llevar por los vientos. Y, entonces, de vez en cuando se asomaban al borde y veían que abajo había una complicación adicional. Tardaron un poco en salir con un nuevo plan estratégico. Y se acordaron que ya antes, años antes, habían logrado tener lo que escaseaba. El modelo de bachaquerismo también servía para estos tiempos de bichos. Y, zas, apareció el mercado negro, otra vez, para lo que fuere necesario, y así solventar la angustia. Recuperaron la sonrisa.
Ahora es otra cosa. Y hasta mejor. Porque la tierra del verde jengibre aterrizó sin mayores inconvenientes. No hay que seguir flotando. Nada de andar a la deriva. Porque ahora hay de todo. Y los bodegones son tan lindos. No hay de todo para todos. Pero sí hay de todo para quien pueda pagarlo. Lástima que ese “quien pueda” no sea ni el 15% de la población. Lástima. “Rezaré por ellos”, se dicen a sí mismos, mientras se prueban el traje para la boda fastuosa a la que fueron invitados, o para acudir al restaurant/casino en el que hicieron reservación -cumpliendo estrictamente los protocolos del COVID- o para subir al cerro y degustar un cóctel con nombre de primer mundo en el hotel que lleva el nombre del gran geógrafo alemán.
Todo bien, todo sereno, todo cómodo en la tierra del verde jengibre. Fotos en redes para compartir con amigos y familiares.
Y yo, mientras tanto, releo a Cabrujas. En fin… Para no olvidar quién soy.