Publicado en: El Universal
Más allá del mágico barrunto que, “salga pez o salga rana”, la fe planta indefectiblemente en algunos, era difícil augurar, razón mediante, lo que hoy ocurre en Venezuela. Nada hacía vislumbrar la vertiginosa recomposición de las fuerzas que adversan al gobierno de Maduro; de hecho, remontar la desconfianza respecto a los propios bríos, la aprensión, el estelero emocional que dejó la acumulación de errores recientes, lucía improbable. Como improbable era, además, aspirar a que una nueva cara surgiera de las filas de ese mismo liderazgo, hasta ayer desarticulado y maltrecho, para sintonizar con los ahogos de ese amplio sector que demanda cambios en paz. Todo eso está pasando, no obstante, para nuestra sorpresa y contento.
El susto no cesa, claro. La tenaza de los extremos, el habitual incordio de los apresurados sigue meciéndose como un avispero. Esas ingratas, a veces atrabiliarias presiones que recaen sobre el candidato a redentor, por cierto, nos recuerdan la célebre “Boule de Suif” de Guy de Maupassant. El cuento narra el viaje entre Rouen y Dieppe que emprende un grupo de franceses para huir de “la peste de la invasión” prusiana en 1870; entre ellos, una rolliza cortesana conocida como “Bola de sebo”. Al ser la única con vianda para el trayecto propone compartirla, y así acaba festejada por sus paisanos, antes crispados por su presencia. Pero el carruaje es detenido: un general prusiano pide pasar la noche con la joven a cambio de dejarlos ir a la mañana siguiente. La puja que arranca con la patriótica negativa de todos termina al tercer día, cuando Bola de Sebo es forzada a inmolarse. El viaje se reinicia, pero los mismos que la alentaron al tomar la decisión ahora la desprecian. Todos comen, menos ella. Nadie está dispuesto a salvarla de su hambre y su vergüenza.
Pero hoy, y hay que decirlo con prudencial entusiasmo, las señas insinúan otra cosa a los venezolanos: que esa egoísta embestida de la irracionalidad puede ser domeñada, que una dirigencia al tanto de las consecuencias de sus acciones sujeta el timón y apela a una visión más cauta, a una astucia (¿cierta “virtù”?) que quizás remite a punzantes, pero útiles revisiones. Que la responsable conexión con el ethos mayoritario y la acumulación efectiva de fuerzas -aunque apalancada principalmente por apoyos externos, lo cual tiende a diluir el protagonismo en la toma de decisiones- es parte del plan para enfrentar a un adversario apaleado, pero todavía con poder fáctico y ansias de perdurar.
Entonces, ¿qué sugiere esa revigorización del liderazgo? ¿Qué tan intempestiva o azarosa ha sido, realmente? ¿Estamos acaso ante un milagroso Ardid de la razón, esa mano misteriosa empujando a la historia que, según Hegel, se sirve de la pasión y los intereses humanos para poner orden en el caos aparente, para dar cabida a una “racionalidad superior”? ¿O hablamos de una bien amarrada estrategia por parte de un equipo de hombres y mujeres que, tras la recurrente pifia, decidió hacer una pausa, mirar objetivamente el momento político en que estaba inmerso para luego reorientar, blindar sus movidas?
Asidos al pesimismo de la inteligencia, al optimismo de la voluntad, desde la modesta visión del espectador podemos hilar algunas tesis. Si bien presumimos que la fortuna (“juez de la mitad de nuestras acciones”, anuncia Maquiavelo) aliñó los caminos del refrescante surgimiento de Guaidó, no es menos cierto que su aparición es fruto de un continuum, un sumario de aciertos y errores que ahora propone eludir los codazos del determinismo. “Cuando los hombres no se adueñan de la historia, esta se gira contra ellos como un chacal”, dice Bernard-Henri Lévy. La autonomía, esa consciencia de la capacidad para incidir en el destino, en fin, debería estar llevando a la oposición -que cuenta con el arma de un liderazgo creíble, a diferencia del chavismo- a optar por el paso-a-paso, a construir diques y puentes, a trabajar como un bloque que dé soporte a una real alternativa de poder.
De momento, aliviará sospechar que tanto el fatalismo como los apuros de guerreristas de distinto pelaje son atajados. Hay auspiciosas señas en el estilo llano, el discurso integrador y sin respingos homéricos del presidente de la AN (no un redentor, sino un hombre correcto en el momento y lugar correctos), el “nosotros” contrastando con el hipertrofiado “Yo” de los autócratas, el llamado a entender que este es proceso que debe librarse de arbitrarios deadlines. Asumiendo que allí se resume el vivo concurso de una saga de eventos y sus actores, de un aprendizaje precedido por los nubarrones del atropellado cálculo o el unilateral voluntarismo, quizás podríamos contar con que las próximas decisiones sigan pasando por el más juicioso de los cedazos políticos. Ojalá. Pues si bien los avances frente al opresor son promisorios, las expectativas y amenazas crecen con el tiempo. Y el tiempo, ya sabemos, sigue siendo variable feroz, una hojilla que mal calibrada siempre atenta contra las mejores intenciones.
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