Aquiles Nazoa – Laureano Márquez

Aquiles Nazoa - Laureano Márquez

Publicado en: Tal Cual

Por: Laureano Márquez

El 16 de este mes de mayo de 2020 se cumplieron 100 años del nacimiento de Aquiles Nazoa, una figura de enorme relevancia en la historia cultural de Venezuela, uno de esos faros de amor que ayudan a orientar la esperanza de todo un pueblo. Y es que la palabra pueblo y la figura de Aquiles van de la mano, porque él fue pueblo hecho cultura, expresión en sí mismo de “los poderes creadores” que vienen de las gentes sencillas y de sus cotidianidades, del que enfrenta “Los apagones” o del que está haciendo cuentas de cuánto va a tocarle del gesto del papa Pablo VI de renunciar a la tiara y repartir su valor entre los pobres.

Para los grandes espíritus literarios la procedencia humilde, lejos de ser una limitación o motivo de resentida amargura, se convierte en fuerza creadora, en espíritu de emprendimiento, en comprensión profunda de lo esencial de la vida, en definitiva, en amor… y humor.

Nacer de padre jardinero en el barrio popular de El Guarataro en la Venezuela de 1920, también podía hacer de ti un poeta, un conferencista, un librepensador, un culto autodidacta, un políglota y un humorista de extraordinario ingenio, si tu alma tenía una sensibilidad especial. La obra de Aquiles Nazoa, sus poemas, sus ensayos, su teatro para leer y su trabajo audiovisual –lamentablemente perdido en ese empeño nuestro de borrar nuestros mejores recuerdos–, constituyen una auténtica aproximación sociológica a nuestra manera de ser, de pensar, de sentir. Una comprensión amable e indulgente de lo que somos, que entiende las fallas, pero que también conlleva el anhelo, la exigencia de cambio y rectificación, el deseo de un mundo mejor, más justo, honesto y libre.

Las convicciones de Aquiles estuvieron siempre del lado de los que padecen la opresión –económica o política– de los poderosos, también de los excluidos y olvidados de siempre, del estudiante que tiene que irse a estudiar a una plaza con su termo, con sus libros, con su silla de extensión, a la luz de un farol del alumbrado público porque en su casa no puede; del mesonero en cuyo “coco” cae el coco que se desprende de lo alto en una lujosa recepción al aire libre, habiendo allí tantas cabezas dignas de un ilustre cocotazo, o del hijo que celebra el día del padre desde el cuartel de policía al que le han llevado por seguir el “ejemplo” de su progenitor.

Cuentan que Francisco Pimentel (Job Pin), uno de los grandes humoristas de Caracas, cuando fue llevado a La Rotunda en tiempos de Juan Vicente Gómez, inquirido por el alcaide sobre su profesión, respondió: “preso político” y cuando éste le exigió seriedad en sus respuestas remató diciendo: “¿Y acaso ustedes me dejan ejercer otra profesión?”. Como escuché decir a un amigo que comparte la admiración por Aquiles Nazoa, su verdadera profesión fue la de perseguido político: en 1940 un artículo suyo para El verbo democrático de Puerto Cabello le lleva a la cárcel por vez primera.

También durante la dictadura de Pérez Jiménez se le impuso el exilio, ese castigo tan nuestro que ha obligado demasiadas veces a los mejores espíritus del país a vivir lejos de todo aquello que aman y al que suele designarse con palabras tan terribles y crueles como extrañamiento o destierro.

A su regreso al país comienza la etapa más fértil de su vida creativa, que tampoco estuvo exenta de censuras y cierres de las publicaciones humorísticas en las que participaba, como aquella de El fósforo, cuyo eslogan era: “porque el cualquier momento lo raspan”. Eran los tiempos de la guerrilla en Venezuela y la cercanía de Aquiles al partido comunista, era motivo de persecución y sanciones.

Hay gente a la que le gusta especular sobre cuales serían las opiniones políticas de Aquiles Nazoa hoy. Creo que a nadie le corresponde opinar por quien no tiene cómo argumentar en su defensa. Personalmente creo que, conociendo la aguda inteligencia, el carácter librepensador de Aquiles y su manera de conmoverse ante el dolor del pueblo, no lo habría pasado bien en tiempos en que se exige incondicionalidad absoluta y donde los generales asesinan –no ya a caballos que se alimentan de jardines– sino a jóvenes que se nutren de sueños y esperanzas, quizá, en los tiempos que corren, habría hecho honor a lo que fue su verdadera profesión: la de perseguido político.

 

 

 

 

 

 

 

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