Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
Los términos lógico-ontológicos propios de la oposición no pueden ser confundidos con los de la distinción lógica e histórica. Es verdad, como afirma Benedetto Croce, que “un todo es todo solo porque y en cuanto tiene partes” y que “un organismo es tal porque tiene, y es, órganos y funciones: una unidad es pensable solamente en cuanto tiene en sí distinciones y es la unidad de las distinciones. La unidad sin las distinciones causa repugnancia al pensamiento, tanto como las distinciones sin la unidad” (Log, 1, VI). Pero, advierte Croce, los términos que conforman la distinción no son términos opuestos, ni se reducen a ellos. Distinta es la actividad práctica de la teórica. En la teoría, la estética es distinta a la lógica; en la práctica, la ética a la utilidad. En cambio, lo opuesto de la actividad práctica es la inactividad práctica; lo opuesto de la utilidad es la inutilidad; lo opuesto de la moralidad la inmoralidad, etc. Entre los términos opuestos no es posible agregar o insertar conceptos como la fealdad, la falsedad, la inutilidad o la maldad. No caben. Lo opuesto a la derecha es la izquierda. Pero la gansterilidad es un término que no tiene cabida entre ellos. La gansterilidad, distinta como es de la derecha o de la izquierda, es la otredad de la otredad de la propia gansterilidad, es decir, de su término idéntico correlativo, aunque este se presente como la “antigansterilidad”, bajo la forma de Estado.
En este sentido, conviene insistir, una vez más, en el hecho -lógico e histórico- de que el fenómeno contra el cual se enfrenta la sociedad civil venezolana -de la cual, por cierto, y para el asombro de unos cuantos inadvertidos, también forman parte los partidos políticos- no consiste en una relación de oposición, de antagonismo frente a “su otro”, sino en otra cosa, que no puede ser definida bajo los criterios formales, ni tradicionales o genéricos, de esa suerte de cajón de sastre que recibe el nombre de “anti-política”. Se trata de una experiencia inédita -de ahí la dificultad de su comprensión- marcada no por la oposición política sino por la distinción contra el criminal. Un político se enfrenta -se opone-, bajo los términos de la lógica política, contra otro político de otra tendencia. Y podrán luchar a muerte, pero tarde o temprano se producirá, entre ellos, el recíproco reconocimiento… No sucede lo propio respecto de un gánster, porque el gánster no solo no es político sino que es virtualmente un enemigo y un secuestrador de las relaciones políticas.
Más allá de la filmografía hollywoodense, en pleno llano venezolano, una de las puertas de entrada y salida estratégicas del gran negocio del narcotráfico, cerca de 5.000 personas han sido recientemente desplazadas, centenares han sido heridas y, por lo menos, se cuenta con más de una decena de personas asesinadas. Hasta ahora, porque la condición actual amenaza con empeorar. No obstante, y a decir verdad, la situación no es nueva. Y es que desde hace ya mucho tiempo, la población de La Victoria, en el estado Apure -al igual que la del resto de las poblaciones fronterizas de lo que va quedando de país- viene siendo controlada y sometida sistemáticamente por los poderosos carteles de “los Soles” y de “Sinaloa”. De modo que, lo que en algún momento de su historia regional diera lugar al nombre de “La Victoria”, hoy no es más que la confirmación efectiva de su completa derrota frente al terror de los narcos. No se trata de resaltar la incompetencia de los efectivos militares venezolanos en su “lucha por la defensa de la soberanía nacional”. Palabras, por cierto, absolutamente vaciadas de todo contenido. Se trata, más bien, de comprender los alcances de la confrontación, abierta y directa, entre dos mafias, entre dos estructuras criminales, que “luchan a muerte” por el control de la zona, a los efectos de defender el imperio de sus intereses o, más bien, los intereses de sus respectivos imperios.
Esta es la más estricta expresión del significado objetivo de la lógica de la oposición. La verdadera oposición al consorcio gansteril que mantiene secuestrada a Venezuela no es otra que el consorcio gansteril que, en este momento, lucha a sangre y fuego en su contra por el territorio de “La Victoria”, y que, llegado un determinado momento de las hostilidades recíprocas, es decir, tarde o temprano, tendrán la necesidad de establecer un acuerdo de convivencia, a los efectos de reconocerse recíprocamente. En otros términos, la llamada “oposición” al régimen gansteril venezolano no es –y no puede ser– una oposición, o, por lo menos, no lo es en términos reales, porque no es su término opuesto correlativo. A menos que renuncie a las formas políticas propias del juego democrático y decida incorporarse a los grandes negocios de lo que va de siglo: el narcotráfico y el terrorismo. Pero con ello dejaría de lado sus banderas de lucha y renunciaría a su propia condición. En efecto, quienes luchan por la democracia y las libertades políticas y sociales en Venezuela no pueden ser considerados como la oposición –o los opuestos– al régimen sino como los distintos al gansterato y, como tales, deben comenzar a asumirse, a autorreconocerse. Nosce te ipsum. Lo que implica demostrar en la práctica el poseer la condición civil necesaria para poder serlo.
La restitución del sistema de vida democrático en Venezuela pasa, necesariamente, por la existencia de una generación de dirigentes políticos que, como lo hiciera la llamada generación de 1928, sean lo suficientemente capaces de comprender que cuando se asume la democracia se está asumiendo un nuevo modo de vida, un innovador modo de ser y hacer, de pensar y hablar, adecuado a las ideas y valores que le son inmanentes. No bastan los tecnócratas de la política. No son suficientes los especialistas en publicidad y mercadeo. No se trata de un jingle, ni del último ritmo del rating –el de mayores ventas– en el hit parade del quehacer político. Se trata de una nueva cultura, por cierto, de una Weltanschauung, muy distinta a la que, hasta el presente, el régimen gansteril ha terminado por imponer y la mal llamada “oposición” por asumir. Ha llegado el momento de la autoconsciencia.
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