Antisemitas – Jean Maninat

Jean Maninat

Por: Jean Maninat

En su excelente libro, Wagnerism Art and Politics in the Shadow of Music (Wagnerismo: Arte y política a la sombra de la música), el más que crítico musical (¿cultural?) norteamericano, Alex Ross, asume la espinosa cuestión del antisemitismo del tanta veces admirado como odiado compositor alemán, Richard Wagner. Ha sido un tópico recurrente a la hora de valorar su obra, y uno de los filones más explosivos de las “guerras wagnerianas”.  El fundador del Festival de Bayreuth era un genial creador y un repulsivo antisemita al mismo tiempo. Dejó para la historia un lamentable panfleto,  El judaísmo en la Música y una obra magistral que tan solo con El Anillo del Nibelungo bastaría para celebrar su existencia. ¿Qué prima a la hora de valorar su contribución al arte universal?

Pero la rabia del antisemitismo en la cultura no ha sido exclusivo del de Leipzig (así parlan los expertos, se supone que todos sabemos quién es el de Leipzig), otros, en ámbitos diferentes han compartido y voceado sus prejuicios raciales sin mucho sonrojo. Sigamos de la mano de Ross, Martín Lutero publicó en 1543 su panfleto, Sobre los judíos y sus mentiras (el título es más que suficiente), o el bueno de Kant, que gustaba de pasear apaciblemente por su pueblo Könisberg, para quien el judaísmo no era de ninguna manera una religión, o el cascarrabias de Goethe, no toleraremos judíos entre nosotros, y qué decir del inefable Karl Marx quien en su ensayo Sobre la cuestión judía argumentó que,  “La emancipación social del judío es la emancipación de la sociedad del judaísmo” (A los marxistas puros, It’s nothing personal, just business). ¿Hace falta conminar a Heidegger?

Gustav Mahler sufrió el prejuicio antijudío de la Viena Austro-Húngara, y aún así, y a sabiendas del antisemitismo de Wagner, se convirtió en uno de los mejores conductores de sus óperas. Herbert von Karajan y Wilhem Furtwängler estuvieron opacamente implicados con el régimen de los nazis en Alemania, por nombrar solo a dos de los grandes. Mientras Otto Klemperer, Bruno Walter o George Solti, judíos, tuvieron que marcharse de Alemania. Y Daniel Baremboim, se atrevió a interpretar un morceau de Wagner a pesar de estar prohibido en Israel. De todo un poco en el pentagrama del Señor.

Ni hablar de Hollywood, que en sus sagas religiosas se ha encargado de mostrar -con especial saña-  a los fariseos como unos pretenciosos y antipáticos gorditos de barbas bien cuidadas, joyas y ropaje vaporoso, cuando en realidad era un importante movimiento político, social y religioso que sentó las bases de la línea rabínica ortodoxa que elaboró los Talmud. Gracias a recurrentes semanas santas, con Ben-Hur, o Barrabás, o La Biblia, podemos imprecar a cualquiera largándole: tú eres el propio fariseo, chamo.

¿Habrá que borrar del mapa cultural a todos estos grandes directores de orquesta, pensadores, y nada inocentes películas por su antisemitismo evidente? ¿Y a todo artista ruso, aplicarle la tecla de delete, por haber alabado a Putin en algún momento dado? Nos quedaríamos sin artistas rusos, ni políticos occidentales. Pasemos revista.

N.B. Quien esto escribe es un diletante musical, de ninguna manera un experto melómano clásico, cualquier juicio musical que se haya escapado es una travesura inconsecuente.

 

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