Angola en la era del deseo – Milagros Socorro

Angola en la era del deseo - Milagros Socorro
Cortesía: La Gran Aldea

Está claro que el auto de detención contra Carla Angola lo que persigue es más autocensura y más miedo en el gremio periodístico venezolano, pero el caso es que se condena la expresión de un deseo. Se da por hecho que el deseo es equivalente a la realidad, que el deseo puede poner en marcha la realidad, incluso, que puede sustituirla. Y lo vemos en política, el discurso se ha ido vaciando de hechos, de propuestas, de estrategias, para apuntar a fantasías. ¿Al confundir los deseos con la realidad, nos desactivamos?

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Milagros Socorro

Partamos de una obviedad: el trabajo de un periodista es público y, por tanto, sujeto al escrutinio. Cuando un periodista comete un error, el costo se carga a su credibilidad, a su prestigio, que es el mayor, quizá el único, patrimonio de un profesional de la prensa. Claro que hay deslices, equívocos puntuales, y hay sistemas de ideas, es decir, convicciones, estilos, formas habituales de abordar los hechos. Es distinto. En el primer caso, el traspié es aislado, puede ser atribuido a esa cualidad tan humana que es la equivocación. Lo segundo ya es otra cosa. 

El trabajo de un periodista se basa -o debe basarse- en hechos. No en suposiciones, hablillas o deseos. Cuando un periodista cede a los cantos de sirenas de los extremos radicalizados, su credibilidad se resiente; y si este exceso, en vez de ser una excepción, se convierte en asiduo, ese periodista se expone a la bancarrota de la confianza, que es el peor desmedro que puede sufrir alguien del oficio.

Por ese camino, si un periodista incurre en un disparate o usa su tribuna para planteamientos extra-periodísticos, lo lógico es dejar que las audiencias hagan su evaluación… y concluyan que han sido defraudadas: si alguien se presenta como periodista, sus contenidos deben amarrarse a los hechos; al desviarse de este imperativo, malversa el pacto. Es tarea de las audiencias es exigir el cumplimiento de este arreglo. Por eso, los periodistas más serios tienen las audiencias más influyentes.

Ya sabrán que esta perorata viene al caso por lo afirmado por la periodista Carla Angola en un espacio que se compromete a ser periodístico. Lo que la periodista afirmó no es un hecho, porque no puede ser comprobado, como tampoco es un acto de habla atribuible a una fuente específica. Es una fantasía, una entelequia. Muy bien, todos tenemos derechos a soñar, pero no a presentar nuestros ensueños como material periodístico. Lo que corresponde, entonces, es que las audiencias entren en sospecha y se pregunten: ¿esta conducta es inusitada o es costumbre?, y actúan en consecuencia. 

“El hombre nuevo se mueve por pasiones ideológicas, no por motivaciones políticas (…) ni mucho menos materiales, contrarias al ‘altruismo’ del socialismo del siglo XXI, que reserva el producto del saqueo para sus jerarcas”

Como ha actuado en consecuencia el historiador y líder de opinión, Elías Pino Iturrieta, quien escribió en Twitter: «A esa conocida joven no la deben imputar por apología del magnicidio, sino por idiota». En una línea, el catedrático resumió el asunto. Lo que corresponde a una desproporción, en el campo del periodismo, es el dictamen público. A unos les parecerá bien, a otros mal, a algunos una aberración y a otros, una idiotez. Así debe ser. El periodista equivocado verá a quiénes concede mayor crédito. Eso sí, para cualquier periodista es un castigo mayor ser calificado de imbécil por el doctor Pino que de magnicida por un tirano. 

Más aún, el tirano le ha hecho un favor a Carla Angola, a quien ha victimizado y claro que es víctima, puesto que no hay proporción entre hablar paja (no es cierto que en las redes sociales venezolanas se hable del tal dron), -con lo cual se perjudica el propio reportero- y acusarlo de un crimen que, como acabamos de ver, puede acarrear treinta años de cárcel y atropellos sin cuento a los familiares del señalado.

Lo más grave de este asunto no es, sin embargo, que la tiranía intente intimidar a un gremio acusando a un miembro, que es la verdadera operación. No es, tampoco, que un periodista opte por dejar de serlo al abrazar los delirios radicales (para eso está el ente regulador de las audiencias críticas, que siempre termina por imponerse). Lo más preocupante es que una sociedad deponga el imperativo de la razón para abrazar el del deseo.

Está claro que el auto de detención contra Carla Angola lo que persigue es más autocensura y más miedo en el gremio periodístico venezolano, pero el caso es que se condena la expresión de un deseo. Se da por hecho que el deseo es equivalente a la realidad, que el deseo puede poner en marcha la realidad, incluso, que puede sustituirla. Y en esto, el régimen no está solo. La sociedad venezolana en su conjunto se ha ido hundiendo en el tremedal de la superstición hasta disiparse el pudor para hablar desde paradigmas irracionales. 

Lo vemos en política. El discurso se ha ido vaciando de hechos, de propuestas, de estrategias, para apuntar a fantasías. Con la coartada de que la política se basa en emociones, el liderazgo ha devenido en modelo de irracionalidad, de boberías. Lo vemos en la medicina y la sicología: piensa positivo, lo bueno atrae lo bueno, o paparruchas así. Y, claro, al confundir los deseos con la realidad, nos desactivamos, para qué voy a hacer nada si, total, ya lo deseé. Incluso, con fuerza. 

Con el agravante de que los activistas del deseo están convencidos de que Dios, o la fuerza sobrenatural que los concede, viven en los medios de comunicación y en las redes sociales. Así, vemos en chats de profesionales universitarios mensajes con oraciones, estampitas religiosas y cuitas dirigidas a deidades diversas. Sin el más mínimo comedimiento. Por qué creen que Dios está en Facebook y hasta en el cáustico Twitter, más que en la dulce oscuridad de sus habitaciones. Lo creen porque las ansias han sustituido a la razón y porque se sienten obligados a hacer proselitismo: todo el mundo debe claudicar ante la sinrazón.

En esto no hay bandos. El país completo ha ido sumergiéndose en la lava del deseo como remplazo de la razón. Es sabido que el hombre nuevo se mueve por pasiones ideológicas, no por motivaciones políticas (cualquier iniciativa puede ofender al partido único, al tirano eterno único) ni mucho menos materiales, contrarias al “altruismo” del socialismo del siglo XXI, que reserva el producto del saqueo para sus jerarcas. En fin, no se puede hacer para cambiar el gobierno, ni mucho menos el sistema. Lo único que se puede hacer es desearlo. Y hete aquí que en la era de la irracionalidad, el deseo también puede ser un crimen.

 

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