Amada televisión – Fernando Rodríguez

Publicado en: El Nacional

Por: Fernando Rodríguez

Fernando Rodríguez

La televisión venezolana ha sido siempre de una pésima calidad cultural, moral y política. Siempre, lo que no quiere decir que la de hoy no sea  la más insuperable basura, cualitativamente inferior a su antecesora “democrática”.

La privada por pobre. La de aquella democracia, de dos grandes canales, al menos tenía unos cuantos billetes que bien usados les proporcionaba suculentas ganancias que no eran solamente económicas sino, al menos en la fase final del puntofijismo, un desproporcionado poder político que empleó tan mal que de exhibir agallas y músculo por tener directamente el poder nacional terminó enterrada o prostituida, esta última modalidad, infame, obra directa de su propio dueño. La de hoy debe estar a la altura de algún país africano, tanto que no tiene ni para una telenovela o para traer un cantante de alguna, no mucha, categoría. Y sus anunciantes vernáculos son tan pobres como es pobre el país que somos.

En segundo lugar, hay una censura vulgar por parte el Estado, sin duda, mayor y más alevosa que la que practicaban los dueños otrora, que no era poca. Censura de dictadura a secas, totalitarismo de grotescas garras, desde la prohibición de registrar actos públicos no gubernamentales hasta las torturantes e inclementes cadenas o el clausurar medios radioelécricos nacionales o extranjeros o comprar en las tinieblas los canales opositores, etc. A lo bestia, pues. Y, para no extendernos, el uso de los canales del Estado, que antes eran corralones “culturosos” y sin público para no turbar los predios y atropellos de los “privados”, se convirtió en una poderosa maquinaria orwelliana para difundir ideología barata, obtusa, inculta y chillona. Tan torpes han sido con la comunicación «revolucionaria» que ni un solo periódico o medio audiovisual medianamente civilizados han logrado a pesar de su poderío absoluto y corrupto. La hojillaCon el mazo dando y las cadenas  presidenciales interminables, cátedras de  falsedad y vulgaridad, serán los signos del universo mediático bolivariano.

Por eso tratar el  tema es primordial, cuando cese el largo apagón de dos décadas. A nadie medianamente razonable se le debe ocurrir intentar volver a ese esperpento que fue el oligopolio televisivo de antaño. A ellos, señores de la cultura de masas, se les debe en buena parte no haber utilizado esos poderosos utensilios de la contemporaneidad para culturizar al país, y sobre todo, dotarlo de una firme consistencia democrática. Antes, por el contrario, le dieron cuanta basura cultural encontraban a su paso e hicieron lo posible por convencerlo de que la política era uno de las más innobles oficios que había que poner en las honestas e impolutas manos  empresariales, de las cuales ellos eran  la voz, antipolítica que dicen. A Radio Caracas le debemos el trofeo de esa edificante tarea y a Venevisión, la hermana más perversa culturalmente hablando, el haber perpetrado con las manos de su propio cacique uno de los más ominosos actos de genuflexión ante el poder de toda la historia venezolana. Pero algo de eso vendrá, volverán como aembajadores de aquellos tiempos más decentes, que lo eran. Y que en  buena parte, su deceso es obra de su soberbia y ambición.

Los comunicólogos tendrán mucho que explicarnos del entramado de poder e intereses del actual universo mediático, desde cero. Cosas tan simples y misteriosas como quiénes son los dueños de los cañones comunicacionales mayores. Será apasionante saber, verbigracia, del fenómeno Globovisión, propiedad de uno de los más grandes  corruptos del período (¿dónde anda?), predicando un mensaje de amor, rodeado de señores de buen nombre a los que no se les movió un cabello al saberse de las dimensiones embriagantes de la actividad delictiva del patrón, canal  con mucha cordialidad  con la oposición y obsecuencia indecente y desmesurada con el gobierno. Cosa rara, por Dios.

Cuando entendamos podremos planear un futuro más limpio, distinto al de la tiranía bestial, claro, y del pasado anticultural y  antipolítico, también. Aunque a lo mejor ya la TV es más bien un enfermo terminal, por obra de las nuevas tecnologías y será tarde en todos los relojes.

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