Publicado en: El Universal
Sobre el siglo XX dicen algunos eruditos que el único pintor libre de la torrentosa, oceánica influencia de Picasso en la plástica es Jackson Polllock. Que de la impronta de Neruda estuvo exento un solo poeta latinoamericano, Nicanor Parra. Y que no hay ninguno en lengua inglesa sin la marca del norteamericano Ezra Pound. Así es la arrolladora, insondable profundidad de este Titán, capaz de escribir Cantares, un libro casi impenetrable, de extensión gigantesca, con pasajes tan sublimes que no parecen humanos.
Es tal vez el mejor representante de la llamada generación perdida norteamericana, nada perdida, por cierto, sino genial y prolífica. También se recuerda de él su generosidad, una inusual bonhomía. Durante su vida en Europa, se dedicó a estimular, proteger, financiar y promover a muchos escritores y artistas de la época. Joyce, a quien consiguió editor para Ulises, T. S. Eliot, John Doss Passos. También D. H. Lawrence, Robert Frost, Hemingway y muchos otros.
Los acompañaba en sus depresiones, les impedía suicidarse, vendía cuadros de pintores amigos, pagaba hospitales, conseguía editoriales, -y hasta novias-, y les organizaba conciertos. Llega a Italia en 1924 y viene la metamorfosis. Se hace propagandista del fascismo con un programa en Radio Roma dedicado a desmoralizar las tropas norteamericanas y enaltecer la ola totalitaria.
Es la antinomia moral entre Ezra Pound, genio gringo que milita contra el gobierno de su país, y su némesis, Thomas Mann, genio alemán que por el contrario, se nacionaliza norteamericano en disidencia de Hitler. La plasma Alta traición, recientemente puesta en escena por José Tomás Angola en la Fundación Humboldt, que confieso, en palabras de Pound, me conmovió “pegada a los huesos” y me hizo tramolear la amargura de la política.
Pedofilia y revolución
La defensa de la democracia y la vida civilizada por Mann es transparente y no lloveré sobre el mar, para ocuparme más bien de la oveja negra. Más allá de la tesis de Kristeva, que recomienda separar los hombres de sus creaciones artísticas, me acosaron varias ideas fijas. Asaltan las liebres del pensamiento y hay que asarlas.
Una: cada vez que invocamos a Pound, Heidegger, Celine, Pessoa, Cioran, Blanchot, Eliade, escoliastas de fuerzas oscuras del fascismo, se nos exige recitar antes el anatema, “pese a ser un miserable, es un gran creador…”. Muy distinto si mencionamos a Lukács, Merleau-Ponty, Sartre, Brecht, Kojeve, Neruda, Louis Aragón, Marcuse, Picasso que de formas incluso abyectas apoyaron tiranías por lo menos tan terribles como el fascismo y no se exige una letanía parecida.
Han gozado de bastante simpatía, son incluso referencias y a nadie se le ocurrió que alguno de ellos fuera recluido en el manicomio de St. Elizabeth, como Pound. Demasiados escritores de izquierda, entre ellos Sartre se arrancaron las barbas por Stalin, Mao, Pol Pot y Castro, entre otros vampiros. Y cuando no manifestaba en favor de Pol Pot hacía tríos de cama con su mujer Simone de Beauvoir y niñas curiosas. Como premio recibió nada menos que el Nobel, máximo galardón de Occidente.
Lo paradójico es que tanto los creadores fascistas o criptofascistas como los comunistas o criptocomunistas pertenecen a la misma matriz ideológica: el perverso e ingenuo desprecio por la sociedad abierta, “capitalista”, laica, pluralista, democrática, liberal, a la que se quiere someter a patrones de monstruosa pureza. Un reclamo de “orden”, naturalmente desde el Estado corporativo o proletario. Todos quieren imponer su moral a los demás.
El macho de la especie
Nuestro poeta-economista, como lo llamaban, quería que los hombres fueran igualados por la mano del Duce, a quien llamó “macho de la especie” (un dramaturgo izquierdista local llamó a Chávez el domingo 6F 92 “ese hombrón”). Como Mussolini, Pound se desplaza desde el socialismo hacia el fascismo. Entre el totalitarismo de izquierda y el de derecha las únicas diferencias observables son los colores rojo, pardo o negro de las camisas de los aporreadores en las calles.
Entre 1910 y 1921 en Gran Bretaña escribe en publicaciones fabianas con el confeso propósito de devastar los “valores burgueses” que se resumían en la vida convencional, la Iglesia, el sentido del humor británico, el comercio, la usura, el teatro de la conformidad, la poesía tradicional, el elitismo cultural de los movimientos vanguardistas y también, paradójicamente, la cultura popular adocenada.
Está fanatizado conque la suya es la mejor vía para acabar con el orden establecido igual que los marxistas por su lado. Intenta formular ideas políticas o económicas en artículos y conferencias sencillamente rupestres, hasta sorprendentes, que no se compadecen con las dimensiones del poeta y traductor, lo mismo que las atropelladas alocuciones radiofónicas.
Alta traición es una idea fuerte, estremecedora, pero que generalmente la usan los regímenes totalitarios, mientras en las democracias se suele desempolvar en casos extremos, sobre todo de nacionales que espiaron para países enemigos. Desde el punto de vista de los Derechos Humanos, nadie tiene la obligación de lealtad a regímenes monstruosos y contrahechos en su tierra. En este caso se impone la conciencia sobre la patria.
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