Hay los que harían mejor en guardar silencio. Porque lo dicen nada aporta al portafolio del pensamiento. Son los que pierden la oportunidad de quedarse callados.
Hay los que todavía, a pesar de todo lo que nos ha pasado, de todo lo que hemos vivido y sufrido, de todo lo que hemos aprendido, siguen con los pies y el cerebro clavados en el pasado, argumentando que él pasado, ese pasado en el que fueron importantes, los hace pivotes de la historia.
Hay los que se creen los papás (y las mamás) de los helados. Los que miran petulantemente por encima del hombro, suponiendo que sin ellos no es posible imaginar un país republicano, para todos, donde todos podamos ser democráticos con los mismos privilegios.
Hay los que nunca hacen nada pero creen que lo merecen todo. Los que preguntan cuándo y cuánto les van a dar y no cuándo y cuánto van a dar.
Hay los que son física e intelectualmente incapaces de despegarse de prejuicios, preconceptos y estereotipos ya muy desgastados pero que les permiten agazaparse en sus cajitas de necia comodidad.
Hay los que desde lejos en sus barreras miran los toros, pero desde ese lugar protegido dictan cátedra, patronizan y nos regañan cuando las cosas no ocurren exactamente como a ellos se les antoja.
Hay los que mandan a otros a correr peligros mientras se apoltronan en seguras oficinas dentro y fuera de las fronteras, evaluando la situación y sacando cuentas.
Hay los que construyen barreras y murallas; los que impiden, estorban, incordian. Los que se quejan como plañideras de oficio y nada más. Los que restan y no suman.
Hay los que permanentemente le buscan la quinta pata al gato, los que siempre ven el vaso medio vacío, los que ponen el foco en el menos y no en el más, los dioses del “sí pero”. Los que nunca se aplicaron en el duro asunto de dejarse las pestañas estudiando pero que igual pontifican aunque terminen cada discurso o parrafada con el inefable “yo no sé nada de política pero…”.
Hay los reyes del “te lo dije”. Esos pitonisos que se llenan la boca con regaños que nos obsequian generosos cuando la cosa se pone ruda. Los que nos acusan de improvisados y en la misma frase dicen que no tenemos habilidad para la pronta reacción.
Hay los que a leco herido nos acusan de no tener una “visión” pero no se han tomado la molestia de buscar y leer las cientos o miles de páginas que están disponibles en medios, “sites” y redes en los que está claramente plasmado el Plan País, con lujo de detalles, ese plan que ha sido producto de miles de horas de trabajo de los mejores profesionales por área que tiene Venezuela.
Hay muchos más. Y parecería que sobran, que están de más. Pero no. Por ellos también llevamos años trabajando, por ellos también llevamos años luchando, por ellos también seguiremos adelante. Por una simple y sencilla razón: ellos también son venezolanos, ellos nos importan, ellos nos preocupan, a ellos los convenceremos de sumar y no restar.
Por una mala interpretación lingüística, algunos piensan que liderar es conseguir ponerse al frente y lograr que las masas te sigan. No es así. Liderazgo es colocarse en el medio, inspirar y contagiar a la gente para que se convierta en ciudadanía en ejercicio. Liderazgo no es ser la oveja grande que conduce el rebaño. Liderazgo es muchísimo más que eso. Es lograr que ese colectivo se convierta en equipo constructivo y productivo.
Nunca ha sido fácil. Nunca lo será. Los seres humanos somos la especie más compleja de la naturaleza. Como reza el chiste, “este cuento sí ha cambiado…”. Pero falta, todavía falta. Más trabajo, más esfuerzo, más sacrificio, más lucha, más hablar, más concordias. Aunque ya veamos luz al final del túnel, a este viaje le faltan muchos kilómetros por recorrer. Paciencia, prudencia, perseverancia. Esas son las claves.
Soledadmorillobelloso@gmail.com
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