Se hace el esfuerzo. Por todas las vías. El ejercicio intelectual de hacer la lista de los pros y los contras. Se procura encontrar (emocionalmente) dentro de uno mismo ese lugar donde todavía quizás haya tal vez algo de confianza. Se juntan las manos y, bueno, a rezarle a José Gregorio (vía espiritual). Porque de veras uno necesita que la cosa funcione, que no termine siendo una escalera con peldaños rotos. Pero, cuesta, cuesta mucho. Porque ahí está, angustiándonos, este proceso para darnos eso que necesitamos con urgencia. Sí, no con importancia sino con urgencia.
Cuesta creer. Nadie está libre de sospechas. Porque se escucha argumentación que busca justificar el peor es nada. Una repartición. Tantos para unos, tantos para otros. Supuestamente así se logra el balance. No sé cómo, pero así nos dicen que sería. Y claro, no falta la frase -lo perfecto es enemigo de lo bueno- que por mil veces repetida ni se acerca a los jardines de la excelencia.
Los expertos dicen que quizás con estos nuevos pro hombres y pro mujeres saldremos del zanjón. Porque son mejores que los que están, aunque no lo parezca. Que ahora sí va a haber respeto a la voluntad ciudadana. Ahora sí las leyes no van a ser letra sobre papel mojado. Ahora sí la participación de tirios y troyanos va a marcar el ritmo de la fiesta. Ahora sí van a ser respetadas las normas en forma y fondo. ¿Ahora sí? Santo Tomás se asoma por la ventana entreabierta y frunce el ceño.
En la lista de la que se habla hay nombres nuevos (o que lo parecen) y nombres tan manchados que no hay detergente que logre limpiarlos. No nos queda sino esperar que ahora sí usen el cerebro. Que entiendan que si los nombramientos no son más que ejercicio gatopardiano, pues se continuará dentro de este círculo vicioso que solo ha producido elecciones y designaciones que no tienen algo indispensable: el reconocimiento. Porque un nombre y un cargo impresos en una tarjetica de presentación o un texto publicado en gaceta no dan legitimidad, ni generan confiabilidad y confianza. Pero se nos pide otorgar el beneficio de la duda.
En fin, se anuncia que habrá anuncio. Porque en Venezuela se anuncia que se va a anunciar. Ojalá el anuncio que se anuncia se va a anunciar no se convierta en otro inútil anuncio con errores ortográficos y gramaticales.
Que José Gregorio nos ayude. Te lo pedimos, Señor.
Lea también: “Ella, la verdad“; de Soledad Morillo Belloso