Por: Jean Maninat
Como en unos dibujos animados trágicos –todos lo son, de alguna manera- el régimen sigue abrazado al precipicio, prendido de una rama que aguanta –por ahora- su letal peso. Patalea en el aire mientras se aferra a la protuberancia vegetal en la roca que impide su despeño, a pesar de su pesarosa consistencia. ¿Cuán enraizada está? ¿Cuánto tiempo soportará el deslave que todo se lleva a su alrededor? ¿Hay como calibrar el peso que lo empuja hacia el vacío?
Está visto que no basta con las imprecaciones de los chamanes del: ¡Cede ya maldito rebrote! Ni las amenazas de cortarlo de una sola tajada con un machete de filo mellado. Menos aún de prestarle oído a los Chance Gardiner que desde el jardín, recurren a una inanimada respuesta vegetal para responder preguntas cruciales. La política y la botánica nunca se han llevado bien, salvo en el reinado de los hippies.
El régimen patalea con la destreza torpe de quien no se quiere ahogar, cuando se percata de que no sabe nadar. Recurre a Hollywood –of all places– para excusar su inaudita incapacidad para preservar lo que los primeros homínidos se agenciaron frotando dos palitos sobre una yesca: la lumbre que iluminó la oscuridad y desató la civilización.
La oscuridad la manejaron los poderosos en la Edad Media como ardid para dejar sin luces a la humanidad. Despojarse de las tinieblas ha sido la lucha de hombres y mujeres por hacerse un espacio en el libre albedrío heredado. ¡Tremendo regalo, para quien no lo exigió! Nos enseñó a pensar, por cuenta propia, y nos resguarda de la repetición monocorde de consignas y rezos mágicos.
Aferrado a su precipicio, el régimen quiere ahora espantar evocando paredones y anunciando terribles condenas. Veremos si tiene bríos para hacerlo. La oposición debería seguir presionando por una salida democrática negociada, que contemple un proceso electoral transparente, tal como lo sugiere la gran mayoría de la comunidad internacional.
Cuando todas las opciones sobre la mesa son válidas, se corre el peligro de que ninguna termine teniendo asidero en la realidad. Es la política del como vaya viniendo, le vamos dando. Es decir, la no política. ¡Qué mejor regalo para la nomenclatura gobernante!
Si es verdad que el régimen nunca aceptará elecciones libres, quiere decir que le teme como Drácula a una ristra de ajo. ¿Por qué no empujarlo entonces hacia ese precipicio democrático como sugiere la gran mayoría de los países que acompañan la lucha por la recuperación de la democracia en Venezuela?
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