Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Algunos filósofos y no filósofos afirman categóricamente que debemos vivir solo en el presente; el pasado es lo que ya no existe, por ende triste; y el futuro es siempre lo incierto, por tanto angustioso y, además, ya nos contaron el fin triste de la película, de todas, el camposanto. Pareciera sensato.
Pero hay veces que el futuro, más o menos inmediato, lo presentimos oscuro y nos atemoriza sobre manera. Las enfermedades degenerativas agudas, digamos. El que se sabe condenado por la justicia y espera la sentencia. El enamorado convencido de que su amor se marchará. Y así. También a los pueblos les sucede lo mismo, por supuesto. Y creo que vivimos, los venezolanos, los latinoamericanos, los tercermundistas, en un momento particularmente pavoroso, una espera inevitable: el destrozo del coronavirus, del cual al parecer solo conocemos sus inicios y presagios. Lego en la materia, no sé qué dimensiones tendrá esa punta, ese estallido, esa cresta de la ola, pero lo concibo desmesurado. Se me antoja no Madrid o Nueva York, sino un Guayaquil multiplicado por un siniestro multiplicador. Y además pronto, semanas apenas. Y eso afirman los que parecen saber del tema.
Pero caben todavía, espero que todavía, algunos preparativos no para evitar lo inevitable, para al menos mitigarlo. Al fin y al cabo salvar unas cuantas miles de vidas es un noble mandato ético. Un obligante propósito, si no hemos llegado al nihilismo que algún habitante de las redes ha expresado: si se acaba medio mundo, que se acabe, a mí no me sale otra peor que morirme, igual hoy que mañana, y quién quita que me quede a mirar la devastación.
Si hay que salir de Maduro y su banda, buscado en todo el Oeste, que sea rápido. Yo no veo una vía expedita ni nadie con los que suelo conversar por teléfono o Internet. Pero a lo mejor hay secretas conversaciones entre charreteras, civilistas y palaciegos que dicen otra cosa. Uno es incrédulo, pero razones y décadas lo justifican. Sería lo óptimo, sin la menor duda. Aumentaría sustancialmente la porción de esperanza que nos queda.
Y si los caminos son otros. Parece lo más inmediato y conminante la gasolina, lo que mueve todo lo que hay que trasladar, la utilería del mundo, desde turistas alegres a instrumentos y aparatos que mueven la vida toda, pasando hasta por eso que aquí todavía llaman Metro para trabajar cada día. Pero por ahora trasladar alimentos es lo más visible y perentorio. O transportar el personal sanitario y las emergencias. Habría entonces que encontrar ya una solución para comer y curar.
No se oyen sino vagos rumores. Que si van a reparar El Palito con unos restos de otras refinerías asesinadas por el régimen. Que si se van a vender a precios internacionales, a un dólar el litro, vía empresa privada, posiblemente la apoteosis del modelo chino de Santa Teresa. Que hay un flamante mercado paralelo, para ricos evidentemente (hasta 4 dólares el litro). Pero nada de eso es solución, trapillos o fake news. Y si no se soluciona habrá hambruna, es decir, muertes, muchas y en no lejanos días. Y a la mejor la violencia de la desesperación sin norte y los tombos y sicarios matando. Y el virus ya sin barreras. Y la gasolina es solo un ejemplo.
¿Habrá tiempo y espacios para encarar esta problemática concreta y las muchas otras, vengan de donde vengan? Generalice usted, sobre lo que puede venir del exterior, que mucho puede variar, o lo que se puede juntar aquí para usar la institucionalidad y los míseros recursos que ha dejado la barbarie.
Puede que en ese escenario del futuro inmediato haya algunas variantes positivas que mis ignorancias no me dejan ver. Pero yo tengo la clara sensación de que nos estamos jugando algo muy sustancial de nuestro destino. Hoy un grupo de muy ilustres latinoamericanos ha hecho conocer un documento con paliativos sumamente concretos a la eventual hecatombe. Así comienza: “La pandemia de covid-19 es una conmoción inédita. De duración incierta y consecuencias catastróficas que, si no es abordada adecuadamente, podría convertirse en uno de los episodios más trágicos de la historia de América Latina y el Caribe”.
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