A doscientos años… – Soledad Morillo Belloso

Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Aunque  parezca insólito, yo fui primero a Nueva York que a Carabobo. Fácil explicación. Vivíamos en Maracaibo. Mis idas a Caracas eran en avión. Todos nuestros  viajes por tierra consistían en recorridos por el Sur del Lago y Los Andes. Cuando mis papás armaron nuestra mudanza familiar a Caracas, mi hermana Mercedes y yo fuimos a Nueva York por razones médicas. Pasamos más de un mes allá y volvimos a Venezuela por barco, en el Santa Paula, en travesía desde el puerto de NY hasta el puerto de La Guaira, previo un toque de unas horas en Curaçao. Ya la familia estaba instalada en una casa alquilada en la urbanización Altamira en el este de Caracas. A mí me tomó mucho tiempo adaptarme al cambio.

Tan pronto hubo unos días libres, mi papá organizó viaje por carretera a la finca, La Gloria, en Santa Bárbara de(l) Zulia. En ese viaje, mi papá fue contándonos todos los lugares por donde fuimos pasando. Apenas amanecía cuando llegamos a Carabobo. “Aquí logramos finalmente ser libres”, dijo mi papá con esa voz ronca que tenía.

Yo fui una niña enamorada de los cuentos. Y Venezuela tenía montones. Quizás porque fui siempre muy buena oyente, Papá sentía que yo era perfecta para llevarme a todas partes. Inauguraciones, desfiles, paseos, visitas, recorridos. En cada lugar que íbamos  había un cuento, una anécdota, un relato.

Conozco casi toda Venezuela. Por placer, por estudios y por trabajo la he recorrido casi de punta a punta.  Me faltan dos estados: Amazonas y Delta Amacuro. Y hay lugares donde tengo que ir antes de “estirar la pata”.   Canaima, por ejemplo.

Claro está, desde aquella primera vez de niña en Carabobo he ido muchas veces. De placer y por trabajo. Y así como me pasa “cuando voy a Maracaibo y empiezo a pasar el puente, siento una emoción tan grande que se me nubla la mente”, siento que en cada oportunidad que cualquier venezolano vaya a Carabobo debe tener a flor de labios una palabra: respeto.

Este es un país de cuentos y de emociones. Quienes no lo saben y no lo  entienden creen que pueden inventar historias falsas. Eso es no solo tonto, es imposible.

El intento de redecorar Carabobo con fastos fatuos no dejará huella en la historia. Porque Carabobo es Carabobo.

 

 

 

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