Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Ya parece que las próximas elecciones presidenciales serán en 2024, al menos según la oposición. Para no ir muy lejos en esta semana Primero Justicia –¡vaya, un partido declarando!– fija explícitamente ese año de gracia como meta electoral de esta etapa de su vida, bastante discreta. Pero más importante que eso es que la reunión extraordinaria de 20 países amigos para pensar el futuro nacional, incluido Estados Unidos, más la Unión Europea, el 15 de febrero pasado, aprobó propiciar unas elecciones legislativas y presidenciales, fecha: “No más de 2024” (sí, hay un matiz, pudiera ser antes, pero es solo un matiz). Incluso si la posverdad no me hace trampa, juro haber visto una declaración del mismísimo Juan Guaidó en la que acepta por primera vez esa fecha. Por supuesto hay cantidad de espontáneos, de diversas especies, que se han sumado desde hace rato al coro y hasta algunos ya recorren los salones de palacio. El que no ha hablado claro es el gobierno, lo cual tiene su importancia supongo.
Pero partamos de que por allí van los tiros. ¿Qué haremos los opositores en ese lapso? Si nos atenemos al informe final de la Misión Observadora de la Unión Europea hay muchísimo que hacer para que esas elecciones sean limpias y castas, algo así como restituir el país demolido políticamente: reanudar el diálogo mexicano con la mejor buena fe como escenario de la obra ímproba; liberar irrestrictamente a todos los presos políticos, garantizar la independencia del Poder Judicial, igualmente del Poder Electoral, respeto a los derechos humanos, a la libertad de expresión y a la opción de los partidos y personas a participar libremente (sin inhabilitaciones ni secuestro de los partidos, vgr.) en la vida política, etc. Es un resumen, son 23 recomendaciones que expanden el informe preliminar y donde hasta la igualdad de los sexos tiene un lugar, curioso. Como se verá se trata nada menos de restablecer la constitucionalidad, la democracia, que comenzamos a perder hace un cuarto de siglo y de la cual ya no tenemos sino recuerdos desleídos. Una tareíta para menos de tres años y con una tiranía encima de gigantescas dimensiones, implantada en casi un cuarto de siglo.
Por supuesto habrá otras oposiciones menos ambiciosas: alacranes, chinos, silentes, sonrientes, pero sobre todo ávidos de dólares y de bodegones y claro algunos serenos y decentes moderados, no exageremos.
Pero aparte de los negocios con los negociantes, la verdad es que uno no ve signos en el gobierno que permitan el tonito optimista y algo florido de estos últimos documentos de los amigos exteriores. Por ejemplo, la señora Santos, coordinadora de la Misión Observadora Electoral de la UE, que de casualidad no fue sacada a patadas del país por el informe preliminar, ahora subraya algunas “mejorías” en el proceso después de los horrores acaecidos (partidos secuestrados, candidatos inhabilitados, Barinas y el TSJ, el revocatorio…) ¿No será Borrell que no quiere admitir que puso la torta?
Pero, en serio, se puede creer que este régimen putinesco, cuyos miles de millones de dólares robados recorren impúdicamente el mundo, que masacró la libertad de expresión, que millones de sus ciudadanos recorren menesterosamente el mundo, que es símbolo universal del hambre y la desigualdad, muy cruel y muy bruto… va a colaborar en esta tarea titánica de reconstrucción. ¿De verdad?