Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
El viernes 3 de enero Quassem Soleimani saltó hecho pedazos, víctima de misiles disparados por militares americanos contra los carros que él y una importante comitiva de líderes chiítas ocupaban a la salida del aeropuerto de Bagdad. Nadie lo esperaba y se han tejido mil teorías al respecto, pero uno no sabe por qué no se hace énfasis en la más obvia: fue una movida electoral de Trump para ganar en noviembre.
Si uno compara al actual presidente de Estados Unidos con sus antecesores republicanos, está claro que ha recurrido a la violencia abierta bastante menos que ellos. Mucho se habló, por ejemplo, de una potencial invasión a Venezuela para derrocar a Nicolás Maduro, operación que, dada la tradición de aventuras militares americanas, era fácil y expedita, pero no ocurrió y ahí sigue el gordiflón comiendo chicharrones en el Palacio de Miraflores. Lo de Trump no se puede comparar, por ejemplo, con la guerra de gran escala que George W. Bush le declaró a Saddam Hussein en 2003, camino a su propia reelección. Ojo que en todo esto no hago valoraciones éticas, apenas recurro al sentido común militar.
El Ejército de Irán no es nada del otro jueves. Empató con Hussein, tras una guerra de diez años, por lo que es obvio que, al menos en lo que hace a una campaña aérea, no tiene chico contra los gringos. Cierto sí es que hubo bastantes bajas en el proceso de liquidar a Hussein, pues se requirió de una invasión. Sin embargo, si en un eventual conflicto con Irán no participa la infantería, las bajas gringas serían mínimas, pese a que el régimen tampoco caería, así su capacidad militar ofensiva se viera muy comprometida. De todos modos, la lluvia de misiles que muchos esperaban, y que aún es posible si Irán mata soldados americanos, hasta ahora no ha sucedido.
Lo que me ha sorprendido en estas dos semanas desde el atentado contra Soleimani son los comentarios de la intelligentsia liberal gringa. Sus grandes gurús se han dedicado a hacer análisis confusos, justamente porque no quieren aceptar que todo es una estratagema electoral de Trump. A veces ignoran o minimizan lo obvio: que Soleimani era un bárbaro con mucha sangre en las manos, incluso sangre americana. Atentar contra él, pese al ruido que causó, era una opción de muy bajo costo para el gobierno de Estados Unidos. Sí, salieron millones a despedirlo, pero ellos no votan en EE. UU. Asegura la intelligentsia liberal que el régimen iraní se va a fortalecer, aunque no explican cómo liquidar al segundo hombre más fuerte de Irán, de inmensa experiencia y miles de conexiones, contribuirá a ello. ¿Qué tan popular es la teocracia iraní en el Medio Oriente y en su propio país? Pronto lo sabremos. Dicho esto, las democracias tienen la gran ventaja sobre las dictaduras de que pueden reemplazar fácilmente a un funcionario de alto nivel.
Es archisabido que los electores de Estados Unidos no son proclives a cambiar al comandante en jefe con un conflicto en proceso, a menos que se esté perdiendo, como iban perdiendo en Vietnam cuando Johnson desistió de su posible reelección. Claro que por ahora no hay guerra. La elección gringa se perfila entre Joe Biden y Trump —tanto Bernie Sanders como Elizabeth Warren serían un suicidio, dado su radicalismo—. El incumbente entra con ventaja, pero aún no hay nada decidido. De todos modos, la operación Soleimani, prevista por Trump en 2011 aunque en cabeza de Obama, le podría dar grandes réditos electorales, nos guste o no.
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