Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Supongo que pasado un breve síndrome de abstinencia, no echaremos de menos esta hiperpolitización de los últimos meses, aunque pase lo que pase, dejará secuelas importantes. Los niveles de agresividad han alcanzado cotas muy altas porque la campaña viene mezclando un malsano culto a la personalidad —o a las personalidades, pues los idolatrados son dos— con la obviedad de que uno de los candidatos va a perder. Los próximos cuatro años prometen ser definitivos. En 2022 el país será peor o mejor de lo que es hoy, pero de ningún modo será igual.
Será mejor si se consolida el espacio de centro que se ha venido abriendo, primero con la gran votación que sacó Sergio Fajardo el 27 de mayo, tras una campaña con altibajos, y ahora con el voto en blanco que va a ser un claro protagonista el 17 de junio. Una de las ventajas de este voto es que no tiene jefes ni dueños. Implica una dosis de sano anarquismo. El voto en blanco no es para hacer un gesto contra las dos candidaturas indeseables y quedarse ahí. Es una plataforma para lanzar algo, una plataforma que, claro, podrá usarse bien, regular o mal a partir del 18 de junio. A cualquiera que sea el ganador habrá que montarle una persistente y enfocada oposición.
A todos nos tomó por sorpresa que una porción grande la ciudadanía se inclinara por el voto en blanco, pues las campañas ya estaban haciendo las cuentas del tendero. Este bulto de votos para mí, este para usted, odiado enemigo. A algunos la fuerza del fenómeno no les ha gustado ni poquito. Más que todo de la campaña de Petro nos andan maltratando y regañando porque al parecer les robamos algo. Esa tendencia a dar órdenes es clásica de los extremos. ¡Haga esto, no haga aquello, cuidadito! De más está decir que en materia electoral uno hace lo que le apetece. La cosa llegó al ridículo cuando Armando Novoa, exconstituyente de la lista del M-19, se cambió la toga de magistrado por el uniforme del comisario y quiso eliminar la tercera casilla del tarjetón, con el absurdo argumento de que así se depuraba la opción democrática al volverla de dos, no de tres, y que los blaquistas podíamos abstenernos o entregar el tarjetón sin marcar. Ver a un magistrado electoral fomentando la abstención es uno de aquellos espectáculos exóticos que te depara una elección polarizada como la presente.
Sin embargo, quienes vamos a votar en blanco nunca prometimos apoyar a nadie. Un número importante de centristas sí ha apoyado a Petro, muchos menos a Duque, y todos están en su derecho de priorizar sus miedos. Ya nos encontraremos cuando pasen las elecciones.
A Duque en realidad no lo conocemos, conocemos a su mentor, Álvaro Uribe, y sabemos que abusa del poder por principio. Pero Petro también abusó y abusaría del poder a la primera oportunidad que le den. Ambos candidatos deben intentar ganar las elecciones con los votantes a los que convencieron. A quienes no convencieron, les tocará convencerlos. Si Petro no gana, como predicen las encuestas, la culpa será solo suya. Asustó a mucha gente y ahora tiene el resultado. No le creen la espectacular patraseada de la 2ª vuelta. En todo caso, a las malas uno no acompaña a nadie a ninguna parte.
En los días que faltan pretendo recurrir al viejo fatalismo que dice: lo que va a pasar pasará y no tiene remedio. Con eso aspiro a rebajar la ansiedad. Hay que activarse estos días, hacer lo que sea con alegría y desenfado. ¿Qué se cosechará? Ya lo sabremos.