Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
La mente humana funciona un poco como el campo. Caen en él (¿en ella?) muchas semillas, pero solo unas pocas germinan y crecen con el tiempo. Y vaya que la maleza también crece, a veces con más facilidad que la verdad.
La germinación de las ideas con potencial está lejos de ser instantánea. Con frecuencia uno oye alguna que le parece feliz y se pregunta cuándo se volverá realidad, ¿en dos años, en cinco, en diez, después? Lo cierto es que muchas costumbres o instituciones hoy corrientes no existían hace dos, tres, cuatro u ocho décadas. Fueron primero ideas, incluso ideas que se le ocurrieron a una sola persona o a muy pocas. De ahí la metáfora del título, que trae una implicación clara: no sobra debatir algo simplemente porque no se va a volver realidad mañana o pasado mañana. Tampoco sobra deshierbar. Ah, y en materia de ideas no aplica la noción de que solo las especies autóctonas son sanas. Es deseable que las buenas ideas viajen y se implanten en muchas partes.
Al igual que una semilla, una idea puede volverse algo gigantesco, diga usted una ceiba, o un arbusto pequeño. Las semillas al comienzo lucen igual de insignificantes. Oigan, amigos, eso de que los barcos desaparezcan en el horizonte a lo mejor significa que el planeta no es plano. Quién quita que sea parecido a la Luna. ¡Que qué! No sea loco, amigo. Una discusión como esta de seguro tuvo lugar en la Grecia antigua.
Sobra decir que la maleza y las plantas venenosas también nacen de semillas. A ver, amigos, el libre mercado es una calamidad y una injusticia. El Estado debe regular los precios de los bienes esenciales y por ahí derecho volverse propietario de todos los medios de producción. No estaría de más repetir que el camino al abismo está empedrado de buenas intenciones.
En el mundo contemporáneo abundan las malezas frondosas. ¿Por qué? Sucede que una parte importante de las huertas académicas se han dedicado con esmero a cultivar plantas tóxicas. Por ejemplo, la obsesión con las identidades, según la cual uno va por la vida definido por el color de su piel, por su sexualidad asumida, más que heredada, por su condición social, por su nacionalidad y demás. Recomiendo al respecto el testimonio incluido en la entrevista que le hace El Confidencial a Alejandro Zaera-Polo, un profesional de origen español, quien fue durante varios años decano de Arquitectura de Princeton, hasta que una cábala de fundamentalistas de la universidad —también los hay con Ph.D.— decidieron echarlo a la basura: https://bit.ly/3DgSbxq. Ojalá los lectores se indignen como me indigné yo.
Se prefieren las categorías rígidas y se hacen pasar por certidumbres académicas las que son apenas ideologías discutibles. Por ejemplo, se pide a los estudiantes obsesionarse con el lenguaje incluyente, así los usos no validen el cambiscambeo de lxs letres. La idea de fondo es generalizar la culpa de ser quien uno es. De más está decir que la reacción de la gente, a veces en las elecciones, puede sorprender a los biempensantes del paseo.
Crucial en esta analogía es la preparación de los “suelos” para que las buenas ideas echen raíz. Por lo general, esa preparación es la que más falla. El “suelo” en este caso sobre todo consiste en los procesos educativos y en los ejercicios de intercambio de experiencias. Así, si en la academia sobre todo gringa se imponen los fanáticos de la posmodernidad y de la corrección política, mala cosa. A eso se le suele agregar que lo hacen de muy mal genio.