Publicado en: El País
Por: Francesco Manetto y Alonso Moleiro
Una mañana en la rutina del presidente interino, de una reunión con la madre de un joven asesinado por las fuerzas especiales a la llamada de un primer ministro
Dos sofás. Algunas sillas de plástico. Una mesita reconvertida en un pequeño altar doméstico. La imagen de una sencilla vivienda de Caracas invadida por el dolor que el 25 de enero golpeó a una familia, a una madre que perdió a su hijo, asesinado por un comando de las fuerzas especiales de la policía venezolana.
Minutos después de las diez y media de la mañana, Juan Guaidó, presidente interino del país, entra en la casa a la que se desplazó Cecilia Buitrago. La mujer rememora lo sucedido entre sollozos mientras el político que desafió al aparato chavista escucha su historia. Johnny Godoy, activista de un sector popular del oeste de la ciudad, hubiera cumplido 30 años el viernes. Estaba a punto de ser padre e, igual que más de tres millones de venezolanos, según datos de Naciones Unidas, había intentado migrar para huir de la miseria. Pero alguien no se limitó a ahogar su rabia contra Nicolás Maduro, sino que paró en seco su vida. Agentes de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), unas brigadas que pertenecen a la Policía Nacional Bolivariana, llegaron a su domicilio, quizá tras una delación, y allí, en la puerta, lo asesinaron a tiros.
El encuentro, propiciado por Roberto Patiño, gestor de comedores sociales y dirigente del partido opositor Primer Justicia, ocupó ayer buena parte de la agenda de Guaidó, quien el sábado impulsó movilizaciones multitudinarias en todo el país, en las que los críticos con el chavismo demostraron su determinación a seguir adelante hasta lograr un cambio de Gobierno y la convocatoria de elecciones. Y más allá de la fotografía, el momento encierra las reivindicaciones clave de los millones de ciudadanos, en su mayoría de barrios populares, que viven bajo el yugo del régimen: la lucha contra la carestía y la represión de unos cuerpos policiales que, sobre todo en medio de las protestas, actúan al margen de la ley.
Desde el pasado 23 de enero, cuando el presidente del Parlamento juró como presidente interino, han fallecido casi 70 jóvenes. Así lo cuenta Guaidó tras recibir la llamada del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. Ese fue uno de los países que junto con EE UU reconoció de inmediato su cargo de presidente encargado. El político cree que la presión internacional, en la que la postura de la Unión Europea será determinante esta semana, y las demostraciones de hartazgo en la calle acabarán por acorralar al régimen, forzando no solo el fin de la violencia policial sino también un cambio de bando de la mayoría de los agentes. De hecho, en su opinión, ya se produjo un giro. “Un elemento muy importante de ayer es que hubo solo tres detenidos en todo el país. Eso me llama poderosamente la atención”, dice a EL PAÍS.
Guaidó, que aún se pregunta por qué no ha sido detenido, en este momento no teme tanto a las fuerzas de seguridad chavistas como a los colectivos armados, grupos de paramilitares que siembran el terror en las situaciones de tensión. “Ayer [por el sábado] me llegó un reporte de Maduro diciendo que íbamos a elecciones parlamentarias y a obligar a una negociación a través de Bolivia y Uruguay. Habló de que la emergencia no es necesaria porque sería como recibir limosnas. Creo que no está muy cerca de la realidad. Creo que está absolutamente alejado de lo que está pasando en las calles. Ayer negaron la emergencia humanitaria. Es criminal”, lamentó ante los familiares de Johnny.
“Nos quieren humillar, nos quieren aplastar. Los de los Consejos Comunales nos dicen que no van a vender las bolsas de comida si seguimos en eso”, relata Marbelis Paredes, prima de Godoy, quién trabaja en uno de los comedores que coordina Patiño. Su hermana falleció hace poco de cáncer. Ella afirma que la escasez de medicinas tuvo mucho que ver con el desenlace.
“Hay mucha gente desde afuera que está opinando y dice que no, que [los chavistas] apuestan a un diálogo”, lamenta Madelin Amaral, otra prima de la víctima. “Vengan acá, vivan la realdad, vean lo que se vive, el hambre, la miseria, cómo llegan y no te piden permiso. No tienen consideración con una madre, te apuntan y… el derecho a la vida acá no se respeta”, continúa. “¿Qué pasa? ¿Dónde están los derechos humanos? No es solamente el caso de mi tía, sino de tantas madres. Hay gente que cree que lo que está pasando aquí es algo normal y no lo es. Estamos en una dictadura. Esto es horrible”.
“SEÑOR, NO PERMITAS QUE UNA DE ESAS BALAS SEA PARA ÉL”
ALONSO MOLEIRO
El joven Johnny Godoy era uno de los muchos activistas espontáneos que había emergido de las zonas deprimidas del extrarradio de Caracas ganados a la causa de producir un cambio político en Venezuela. Estaba a punto de cumplir 30 años y su pareja estaba embarazada y próxima a dar a luz.
Johnny era conocido entre sus vecinos por haberse convertido en un furibundo crítico del líder chavista Nicolás Maduro. Agitaba banderas, arengaba a los vecinos, procuraba dar a conocer los videos virales más comprometedores contra el Gobierno. Era apasionado y carismático; por estos días encabezó las caminatas que, desde el Barrio El Sinaí, de La Vega, al oeste de Caracas, donde residía, fueron a engrosar las dos gigantescas concentraciones convocadas por la oposición para pedir la salida de Maduro del poder.
Las zonas populares de las ciudades venezolanas tienen una enorme carga de violencia social, pero es muy poco común que se produzcan ajusticiamientos por causas políticas. El procedimiento se ha estado repitiendo en otros vecindarios populares caraqueños en estos días. La policía busca a aquellos furibundos que promueven el descontento. Godoy era un ciudadano común, un vecino sin vínculos con la política.
La madre de Godoy, Cecilia Buitrago, está aterrorizada. Habla muy bajo, tiene el aliento entrecortado y hay zonas de lo sucedido a su hijo a las cuales no se quiere referir. Desde su casa pudo escuchar los disparos que asesinaron a su hijo. Se ha mudado a la casa de su hermana. Alentada por familiares y vecinos, que la han respaldado masivamente, sin embargo, ha decidido denunciar lo que le ha sucedido.
“Vi desde arriba como los policías lo tenían apuntado”, cuenta “Hijo, suba, le dije.” “Le quería dar la cédula para que se la diera a los policías. Me metí a la casa y comenzaron a sonar disparos. No quería creer que le estaban disparando. Dije “Jehová, ayúdame, tú tienes el poder de ayudarme. Señor, no permitas que una de esas balas sea para él”.
“Me encerraron en mi cuarto con mi nieto”, prosigue. “No lo vi más. Luego los policías entraron a mi casa, y uno me dijo que había muerto en un enfrentamiento. Yo le dije que aquí no había ningún enfrentamiento. “Estamos cumpliendo órdenes”, nos dijeron. Cuando estaban afuera, uno de los funcionarios le dijo al otro que se podían meter en problemas. Pensé en decirles “¿Y a ustedes no les da lástima estar matando gente así?”. Pero me dio miedo.”