Prólogo a mi libro de ensayos – Andrés Hoyos

Andrés Hoyos

Publicado en: El Espectador

Por: Andrés Hoyos

En unos meses quizá publique un libro con mis ensayos, de modo que va un borrador del prólogo.

En aras de la claridad, algunos lectores de prueba de los ensayos que siguen me han pedido que haga explícitas un par de premisas que los subyacen. Pues bien, para mí la discusión no es siempre ni principalmente con los especialistas que están en el extremo sutil de una polémica, más allá del ajetreo a veces turbio de las ideas comunes, sino que atañe a la cultura realmente imperante, que como lo señaló con gran tino Antonio Gramsci está cimentada en el sentido común culto y gravita desde su gran poder de inercia.

Por eso, si yo argumento que un cierto academicismo de origen medieval prima entre aquellos escritores hispanoamericanos que durante décadas disparan doctrina sobre el lenguaje desde periódicos y revistas, no estoy desconociendo que en el mundo de los lingüistas especializados el purismo es un asunto fósil.

De otro lado, recargaría excesivamente los textos si me propusiera mencionar todas las salvedades que pueden encontrarse para las afirmaciones que aventuro. Verbigracia, cuando en un ensayo sobre la novela histórica hablo del “colapso medieval de la cultura” no me siento obligado a explicar que este no fue total, que subsistieron enclaves cultos y personajes admirables que mantuvieron vivos muchos textos y tradiciones; lo que no quiere decir que ese lapso de mil años haya sido una edad iluminada, como lo proponen hoy ciertos pelillistas con un exceso de entusiasmo realmente asombroso por algunos descubrimientos recientes.

Y es que solo en medio de un auténtico colapso cultural puede desaparecer del universo hablado una lengua dominante como el latín, para que siglos más tarde emerja la colección de idiomas nuevos que si acaso empezaron a escribirse alrededor del año 1000; y solo en medio de un auténtico colapso cultural puede explicarse la pérdida de más de la mitad de los textos que se conocían en la Antigüedad o en los primeros siglos de la era cristiana. Así, aquel hereje culto y esencial que fue Pelagio y que por allá entre los siglos IV y V argumentaba a favor de la autonomía del individuo, negando nada menos que el Pecado Original, fuente metafísica de la culpa en la cultura occidental, hoy en día se conoce tan sólo a través de las citas que de él hacen san Agustín y unos pocos contemporáneos.

Aclaro por consiguiente que el ensayista, en mi opinión, ha de proponer ideas polémicas sin tener que matizarlas al extremo ni tener que realizar la casuística detallada de cada una. Esto es, que un ensayo, cuando está hecho según el carácter y el genio peculiares del género, constituye una sinopsis de un libro diez veces más extenso, que el autor decide no escribir, ya sea porque no cree que la demostración exhaustiva de sus tesis aporte nada demasiado nuevo a su formulación provocativa, ya sea porque, humano y atareado en el finito universo de las palabras posibles, no tiene tiempo para tanto. ¿Echa de menos el lector el libro del cual el ensayo es apenas un esbozo dramático? Labor cumplida, y que cada cual rellene a su modo y según su temperamento los espacios en blanco.

Algunos de los ensayos que siguen fueron publicados en revistas; los demás solicitan aquí por primera vez el beneficio de la lectura. Eso sí, todos fueron al menos retocados para la presente edición, con el fin de evitar reiteraciones y en procura de convertir algunas disonancias en armonías.

 

 

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