Publicado en: ABC
Por: Karina Sainz Borgo
«Un premio tiene algo de final de partida, porque mira en una sola dirección: a lo ya hecho». Las palabras de César Aira rasgan la calima del Guadalquivir. Ha venido el argentino a Sevilla para recibir el Formentor, que este año recupera su título Prix Formentor y ofrece una edición más de las Conversaciones Literarias, cuya celebración estaba prevista en Túnez y que un golpe de Estado en ese país obligó a cambiar la sede por Andalucía. Quizá por eso, o por las infinitas restricciones de la pandemia, la presencia de Aira tiene algo de acontecimiento. Y lo es.
Reconocido como uno de los autores de mayor peso en la literatura contemporánea, la obra de César Aira goza de la aprobación unánime de quienes lo consideran un canon literario. Así lo ha dejado por escrito el jurado del Formentor en el fallo del premio, donde se describe su literatura como una «constelación laberíntica», «un intenso crisol literario», que «sin renunciar a la certeza de la ficción novelesca», sobresale por «su capacidad fabuladora y erudición».
Prolífico y dueño de un universo narrativo que sólo lo obedece a él, a César Aira lo describen como uno de los narradores más radicalmente originales, imaginativos, inteligentes y delirantes. Su obra, que incluye unos 80 títulos entre ensayos, novelas y otros experimentos, ha sido traducida a más de veinte idiomas. Entre algunas de ellas destacan ‘Ema, la cautiva’ (1997), ‘Cumpleaños’ (2001), ‘El congreso de literatura’ (2012), ‘Los fantasmas’ (2013), ‘El santo’ (2015) o ‘El cerebro musical’ (2016).
Quien lo observa desde lejos puede llegar a concluir: se escribe como se vive. Y Aira lo hace de otra manera. Al argentino no le gusta viajar ni conceder entrevistas. Siempre lo ha dicho. Ahora, todavía más. «Este premio me ha salido caro y ahora toca pagarlo -responde con voz queda, casi distraído, ante un grupo de periodistas reunidos en el Hotel Renacimiento-. Es un honor estar aquí, pero éste ya es el último premio. No más», bromea con una sonrisa encasquillada en las comisuras, una risa que no ríe, como si le saliera en minúsculas. El auditorio contesta con carcajadas, no se sabe si por celebrar una genialidad o por esconder la contundencia del argentino.
Generoso con su tiempo y su ingenio, César Aira acumula años, pero conserva su ironía y humor. «El Estado no tiene que promover la lectura, la gente tiene que salir a trabajar y producir, no quedarse en casa leyendo novelas», contesta cuando le preguntan sobre la importancia de los libros. Luego de soltar ese titular, el argentino espera, atento, a la siguiente pregunta. Parece exhausto, y en ocasiones sobrepasado, acaso porque sabe que en una rueda de prensa la literatura no basta. «No esperen de mí loas a la democracia ni a los derechos humanos, como ciudadano puede que sí, como escritor no». Siguiente, por favor.
Rueda literalmente cuesta abajo la prensa, que pasa del parnaso a la política, de Jorge Luis Borges a Menem. Ya resignado a lo que viene, Aira recuerda haber estado en la cárcel. Evita los detalles, pero a todas luces se trata de un episodio político que no desea traer a colación. «Me siento apolítico, los políticos mencionan a Aristóteles y dicen que leen a Platón; todo eso está bien, pero la política es mala voluntad e insultos. Yo no quiero saber nada de eso». El aire ha vuelto a entumecerse, se vuelve sólido. Entonces el argentino echa mano de su repertorio de certezas que percuten, acaso por honestas. Y así lo hizo en su discurso de aceptación del premio, entregado por un jurado presidido por Basilio Baltasar, director de la Fundación Formentor.
Homenaje a Calasso
Los editores lo son todo en la historia de este premio. El Prix Formentor fue concedido por primera vez entre 1961 y 1967, con el impulso de las principales editoriales europeas, entre ellas Seix Barral, además de las míticas casas literarias como la francesa Gallimard, la italiana Einaudi o la alemana Rowolth. Autores como Jorge Luis Borges, Samuel Beckett, Saul Bellow, Jorge Semprún y Witold Gombrowicz fueron los premiados de esta primera etapa. Tras un periodo de ausencia, reapareció en 2011. Javier Marías, Carlos Fuentes, Enrique Vila-Matas, Roberto Calasso, Ricardo Piglia y ahora César Aira forman, entre otros, parte de la galería.
En esta ocasión, asisten en pleno a Sevilla los editores del autor argentino: Miguel Aguilar, director editorial de Debate, Taurus y Literatura Random House, el sello que acoge la mayor parte de su obra en España ; Clément Rives, de Francia; Aleksi Siltala, de Finlandia, así como el agente literario alemán Michael Gaeb y el periodista Jean François Fogel, quien presentará la mesa prevista para el domingo por la mañana, cuando también intervendrán los miembros del jurado del Formentor: Anna Caballé, Gerald Martin, Francisco Ferrer Lerín, Juan Antonio Masoliver Ródenas y Sergi Doria.
Si uno de los compromisos y los objetivos del Formentor desde su fundación fue «rendir tributo a las obras maestras», ni un golpe de Estado en Túnez ni los estragos de una pandemia podían ser un obstáculo para su celebración; por eso, y con la intención de rendir un homenaje este domingo al fallecido editor italiano Roberto Calasso, los editores y escritores Gustavo Guerrero, Michi Strausfeld, Jordi Gracia y Basilio Baltasar hablarán de la edición como una de las bellas artes. Lo harán acompañados por dos de las figuras más importantes de la historia de la industria, seres casi mitológicos que estos días pasean por Sevilla: Antoine Gallimard y Jorge Herralde. Más que un premio, cualquiera diría que se celebra una Semana Santa.
Vida itinerante
Las Conversaciones Literarias de Formentor que se celebran en Sevilla hasta el lunes están dedicadas a comentar los libros, testimonios, memorias y ficciones de los ‘Náufragos, peregrinos y argonautas’, título concedido en esta ocasión al encuentro. El viaje como episodio y hazaña es el origen no sólo de la literatura, sino de la reflexión sobre el acto de escribir. Para revisar la herencia de Homero, han viajado a la capital andaluza cerca de veinte escritores, quienes disertarán sobre el tema, a partir de una obra literaria elegida con antelación.
La primera mesa, titulada ‘Náufragos’, reúne a Moises Mori, Sonia Hernández, Isabel Soler, Ridha Mami y Eva Díaz Pérez, quienes reflexionarán sobre el naufragio a partir de las obras de Édouard Levé, Somerset Maugham, García Márquez y Cabeza de Vaca. Al día siguiente, Patricia Almarcegui, junto a Pilar Rubio Remiro, María Belmonte, Raquel Taranilla, Miquel Mollina y Jesús García Calero desentrañarán a los ‘Argonautas’, representados en libros de autores contemporáneos como Olga Tokarczuck o clásicos como Lawerence Durrel.
La tercera y última mesa, ‘Peregrinos’, congrega a Philippe Claudel, Jean François Botrel, Lídia Jorge, César Aira y Basilio Baltasar, quienes cerrarán esta edición de las Conversaciones Literarias, un encuentro que comenzó en los años 30, se retomó en Mallorca durante los sesenta con el patrocinio de Tomeu Buadas y la égida de Camilo José Cela y que a partir de 2008 se celebra con el mecenazgo de Simón Pedro Barceló.
El hombre que no quería más premios
Son las nueve y veinte de la mañana. César Aira (1949) genera tanto interés entre la prensa que a los periodistas los atiende de tres en tres. En esta primera de cuatro tandas, el escritor toma asiento como si de la silla de un dentista se tratara, pero en seguida remonta y atiende al compromiso con educación y cortesía. Habla de su lujosa colección de estilográficas. Cuando las usa, dice, se siente como James Bond en el casino de Montecarlo. También confiesa, con cierta coquetería, que disfruta el lujo. «Como yo no soy lujoso, me gusta».
Tenía poco más de 12 años cuando intentó sus primeros textos y no cumplía los 18 cuando conoció a Alejandra Pizarnik. Eran los años de la adolescencia y el brote de la vocación. Y aunque entonces intentó la poesía, la voz se fue por otro lado, buscó su propia grieta, mejor dicho, la horadó con el riego de quienes insisten. «Normalmente decepciono cuando esperan de mí que hable de la actualidad. Yo hablo del asunto literario, no de la cuestión social. Este Nobel lo concedieron por la lucha de su autor contra el colonialismo. Ya lo dicen así, directamente, sin hablar de literatura», explica este hombre nacido en Coronel Pringles, una ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires.
Los asuntos como la posteridad le quedan lejos a Aira, que considera ‘El llanto’ su primera novela buena. «Siempre me he sentido incomprendido, nadie ha dado con la tecla de mis libros. La única satisfacción que me produce es cuando un lector me menciona un detalle. El otro día, un chico motorista que trajo unas medicinas de la farmacia, me preguntó si yo era César Aira. Le contesté que sí. ‘Estoy con el Pequeño birrete’, dijo aludiendo a un personaje. Eso me hizo feliz».
La pandemia no lo ha tratado bien y por eso le parece «absurdo buscar algo bueno a un episodio tan patético». «A partir de ahí he dado por terminada mi vida. Ya no soy joven y no me adapto a esto -señala las mascarillas-. Me siento amenazado. Si supieras la cantidad de cosas que tuve que hacer para viajar hasta aquí. Ya no más premios ni viajes, me quedaré en casa escribiendo».