Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
El rasgo dominante de la realidad colombiana actual es el pesimismo generalizado de la población. Muy en particular lo refleja la encuesta #146 de Invamer de diciembre del año pasado, que se puede ver en internet. El pesimismo no es nuevo, aunque su agudeza sí es más alta que nunca antes.
Aparte de un desasosiego muy poco preciso sobre la economía, la cual estuvo muy mal en 2020 pero ahora está bastante mejor -al menos en comparación-, no parece haber una razón dominante para el pesimismo. Si uno presionara a la gente, ellos quizá contestarían con la típica fórmula de última opción de ciertas encuestas: “Todas las anteriores”. Por ejemplo, la percepción de inseguridad viene desde hace al menos 12 años, cuando no medio siglo. La corrupción ha preocupado desde el segundo gobierno de Uribe. La pobreza tuvo un notable retroceso reciente, si bien la causa principal fue la pandemia, de origen chino. El desempleo obviamente sigue siendo altísimo, aunque la dificultad para disminuirlo en buena parte depende también de la pandemia. ¿Y el medio ambiente? Talla mucho, a pesar de que el grueso de su daño ha corrido por cuenta del Primer Mundo y de China, no de países por el estilo de Colombia. El costo de vida sí está trepando ahora, pero la gente lo marcaba como problema cuando la inflación era muy baja. La gente incluso asegura que Colombia va a estar pronto en las mismas que Venezuela. ¿Indicios ciertos de esto? Nian se sabe.
El pesimismo tendrá como muy probable consecuencia electoral disminuir mucho las posibilidades del continuismo, lo que favorece básicamente a los que en estos cuatro años han estado en abierta opo-sición al gobierno de Duque, a saber: Fajardo, Alejandro Gaviria, los Galán y demás políticos de la Coalición Centro Esperanza, y Gustavo Petro.
Por supuesto que seguir con las cosas como si nada sería una fórmula para el fracaso, quizá para el desastre. En general, el pesimismo más dañino es el que cualquier candidato tiene sobre sí mismo. Dicho esto, si algo el pesimismo no es, es previsible. Vaya uno a saber a quién le compran los electores qué idea estrafalaria. Porque las mayorías pesimistas son, además, mayorías contradictorias. Por ejemplo, no quieren que asesinen a líderes sociales -yo tampoco-, pero se rehúsan a acoger las medidas que pondrían fin a la guerra contra las drogas, cuyo principal resultado es financiar a narcotraficantes asesinos. El pesimismo es enemigo de las instituciones en general, si bien la gente no cae en la cuenta de que estas son las únicas que permiten hacer algo de valor en un país. Y así.
Resulta indudable que esta visión negativa sobre casi todo no deja ver las cosas positivas, en especial si son de efecto limitado, como suele suceder con el progreso en cualquier parte del mundo. Eso sí, el pesimismo generalizado tiene una consecuencia beneficiosa: obliga a los candidatos a corporaciones y, sobre todo, a la Presidencia a tomar riesgos en lo que proponen en caso de acceder al poder. Porque para vencer al pesimismo se necesitan propuestas audaces y realizables, como lo sería la renta básica universal, con un monto de por ahí $400.000 mensuales por persona, financiada con mayores impuestos. Lo otro que no tiene vuelta atrás es una mejora muy sustancial en la educación pública, primaria, secundaria y terciaria.
En fin, ¿cuánto va a pesar en mayo y junio el voto de castigo contra el mal gobierno de Duque? Ya lo sabremos.