Publicado en: Milenio
Por: Irene Vallejo
Necesitamos más que nunca un diálogo franco y para eso nos hace falta tener el coraje de nombrar lo que nos asusta o nos amenaza. Es peligroso ceder al miedo, porque somos una comunidad de voces que se contagian mutuamente sus temores. Existe una palabra procedente del griego, eufemismo, para describir este peligroso síntoma social. Consiste en nombrar de forma indirecta y cautelosa aquello que nos parece alarmante, feo o grosero, en la idea de que al dar un rodeo verbal se amortigua el daño.
Huyendo de la palabra “negro”, nos hemos acostumbrado a decir “personas de color”, dando a entender que existe gente incolora. Los gobiernos, para no nombrar la crisis, han acuñado expresiones ridículas como “crecimiento negativo.” Es lo que hace veinticinco siglos el historiador Tucídides llamó fraseología decorativa. Eufemismo significa embellecer al hablar, sin embargo la mera búsqueda de nombres inofensivos no mejora nuestra conversación colectiva. Los circunloquios se vuelven formas educadas de eludir la verdad, como en un chiste inglés según el cual “estamos considerando la cuestión” significa en jerga burocrática que hemos perdido el expediente, y “estudiándola en profundidad”, que intentamos encontrarlo.
Nada de lo que no somos capaces de decir desaparece: causa malestar, se enquista, nos puede llevar a encandilarnos con el sarcasmo furioso de individuos peligrosos. Si en lugar de atacar el problema decidimos atajar la palabra buscando sustitutos que suenan menos peyorativos, nos estaremos olvidando de que las palabras solo pueden ser valiosas si son valerosas.