Publicado en: El País
Por: David Smilde y Geoff Ramsey
Aunque el país latinoamericano no estará entre las prioridades de la Casa Blanca, puede haber espacio para un cambio respecto a la política de máxima presión de Trump
Hay mucho que la nueva Administración de Biden puede hacer para reconfigurar la política estadounidense hacia Venezuela. Podría dejar de dividir la oposición venezolana con fantasías sobre una intervención militar. Podría dejar de socavar el bienestar de los venezolanos levantando las sanciones secundarias que han complicado el acceso a combustible. Podría apoyar a los esfuerzos mediadores del Reino de Noruega en lugar de sabotearlos. Podría tratar de coordinarse con la Unión Europea en vez de acusarla de hacer una “diplomacia de vaqueros.” Podría coordinarse con Rusia, China y Cuba en lugar de amenazarlos.
Los venezolanos necesitan un alivio para una realidad gris. Enfrentan una pandemia empobrecidos y con la infraestructura y servicios en el piso; enfrentan un Ejecutivo autoritario sin un contrapeso político capaz de defenderlos. Ahora que la oposición política está marginada, el Gobierno de Maduro está atornillándose en el poder y atacando a la sociedad civil independiente y los medios de comunicación digitales que aún resisten.
Hay que tener claro que la política hacia Venezuela no va a estar entre las prioridades centrales de la Administración de Biden. Con una pandemia en auge todavía, un despliegue de vacunas carente, una economía en recesión, y los acuerdos con Irán, de París y de control de armas nucleares hechos trizas—sin mencionar la polarización interna de los EE UU—la democracia en Venezuela no va a estar entre las preocupaciones principales. Además, el arranque de la política foránea de una Administración presidencial en EE UU es lenta, ya que los nombramientos requieren aprobación del Senado, lo que puede tomar meses.
La importancia electoral del Estado de Florida es otra ancla. Es clave para llegar a la Casa Blanca y la política hacia Venezuela ha reemplazado a la política hacia Cuba como la clave de movilización política republicana allí.
Sin embargo, puede haber espacio para una reorientación. La campaña presidencial de Biden evitó el tema de Venezuela lo máximo posible para evitar rechazo entre las comunidades cubanoamericanas y venezolanas en Florida, pero no le resultó la estrategia. Más bien permitió que estos le etiquetara a Biden como de izquierda extrema, risible entre los que han seguido su trayectoria centrista de casi medio siglo; pero sumamente convincente en los círculos de medios sociales de Miami. Dado el fracaso de la estrategia de su campaña en ese Estado clave, algunos argumentan que Biden se posicionaría mejor para 2024 si adoptara una política proactiva con respecto a Venezuela que demuestre un perfil moderado, pero más astuto que la política de máxima presión que ha fracasado en Venezuela y que ha mantenido un enfrentamiento estancado con Cuba por décadas.
El primer paso sería enfocarse en el bienestar de los venezolanos dentro y fuera del país. La Administración Biden podría dar más apoyo para la respuesta de Naciones Unidas dentro de Venezuela y empujar para que haya mejor acceso para actores humanitarios nacionales e internacionales. Igualmente podría comprometerse a incrementar fondos para el Alto Comisionado de Refugiados y empujar a los países de la región a proveer acceso a servicios esenciales y un estado regular para los migrantes y refugiados venezolanos.
Este enfoque proactivo podría incluir una adaptación de la estrategia para poder coordinarse con un sector más amplio de los actores de la sociedad venezolana. Guaidó todavía tiene un apoyo internacional significativo. Pero ya no es unánime entre los que lo apoyaban en 2019. Después de una maniobra de dudosa constitucionalidad que declaró una especie de “continuidad administrativa” y creó un comité designado para continuar con el Gobierno interino después de la finalización del mandato de la Asamblea Nacional electa en 2015, el Grupo de Lima y la Unión Europea sacaron comunicados criticando las pseudo-elecciones legislativas en diciembre, pero diciendo que trabajarían con la oposición más amplia. Los comunicados ya no se referían a Guaidó como presidente interino.
Estados Unidos debería ampliar también la oposición con la cual trabaja. La tradicionalmente fracturada sociedad civil en Venezuela se ha unificado en varios niveles alrededor de la emergencia humanitaria y la necesidad de una solución política a la crisis. Le acompañan unos actores que llevan años fuera de la política nacional, como el sector empresarial, el sector sindical y hasta la religión organizada. Juntos a estos sectores de la sociedad civil organizada se reúne un sector importante de la sociedad venezolana.
Actualmente, Maduro no tiene una oposición política interna y está consolidando su control. Pero no lo tiene fácil. Los ingresos del Gobierno son insuficientes para mantener satisfechos los intereses de los oficiales. El negocio del oro no llega a reemplazar el del petróleo y los cuentos de narco-abundancia solo convencen en Washington. Maduro tiene un fuerte interés en regresar a un nivel de prosperidad y al reconocimiento internacional. EE UU tiene la llave más importante al poder levantar las sanciones. Debería usarlo para negociar un regreso a elecciones democráticas de verdad.
Por lo pronto, el quehacer más delicado para Biden es sacar a Venezuela de la competencia geopolítica. Un resultado de la agresividad de la política de Trump en 2019 fue poner a Venezuela como una ficha en las tensiones geopolíticas entre EE UU y Rusia y China. Ya hace varios años China ha demostrado que no está entusiasmado en ayudar a un Estado fallido. Y una Venezuela internacionalmente reconocida y próspera sería más atractiva para los intereses de negocio de Rusia que la situación actual.
Lo que la Administración Biden sí tiene como prioridad es regresar a la diplomacia multilateral con sus aliados tradicionales en el hemisferio y Europa. Venezuela podría ser un tema de acuerdo mutuo comparado con otras áreas más difíciles. De ahora en adelante, tanto Bruselas como Washington deben trabajar juntos para mejorar la comunicación con países claves como Cuba, China y Rusia.
Una oportunidad importante para avanzar este nuevo enfoque podría ser la reactivación del intento de organizar una cumbre de actores internacionales relevantes en Estocolmo en junio de 2019, un esfuerzo que la Administración de Trump imprudentemente decidió boicotear. El compromiso declarado de Biden con el multilateralismo podría ser una apertura importante en este sentido, y los líderes europeos se encuentran en una posición vital para ayudar a Estados Unidos a adoptar una política más sostenible a largo plazo. Esta coordinación podría ser un punto de encuentro con Biden para trabajar por un acuerdo político en Venezuela.