Tras el éxito de ‘La forastera’, la escritora regresa con un diario literario y periodístico de sus años como corresponsal en Moscú tras la disolución de la URSS
Publicado en: ABC
Por: Karina Sainz Borgo
Bastó un invierno ruso para acabar con Napoleón y Hitler. La escritora Olga Merino vivió cinco y con ellos ha escrito este libro. Año 1992, en la recién disuelta Unión Soviética, una reportera de 28 años se instala en Moscú como corresponsal. En la capital rusa, Merino vio pasar ‘Cinco inviernos’, los vivió en la bisagra de un mundo en trance de desaparecer. De aquellas nevadas se desprende un diario literario y periodístico que Alfaguara publica esta semana.
Tras el éxito de ‘La forastera’, una novela escrita con la aspereza de lo duradero, Olga Merino publica la bitácora de una joven periodista que, inmersa en la cultura rusa, persigue el sueño de ser escritora. Encuadernada entre la que fue y la que es hoy, Merino planta al lector ante la refutación de la historia y la forja de una vocación.
Desde la disolución del Congreso de los Diputados del Pueblo de Rusia y el Sóviet Supremo hasta la memoria de Chernóbil. Narrados por una voz que reescribe sus apuntes, los episodios de este libro describen la operación imposible de conducir a Rusia al modelo de la democracia occidental. Merino da cuenta de los años de Boris Yeltsin tras la caída del Muro de Berlín, el hervidero de las reformas económicas que no salvaron a nadie de la pobreza y jibarizaron el sueño del proletariado. Es decir, la promesa del hombre nuevo desapareciendo de un plumazo.
De aquel tiempo, Olga Merino guardó libretas a las que se asomó treinta años después y de las que emergió ‘Cinco inviernos’, un libro inclasificable. A mitad de camino entre la novela, el dietario y el periodismo de crónicas dictadas por teléfono como quien escribe a gritos un poema, Merino propone el desenlace de una potencia que hoy se rearma.
«Yo me estaba buscando a mí misma, quise dar carril a una vocación literaria desaforada en medio de un país que se venía abajo. Fui testigo y caminé sobre los cascotes humeantes», dice Merino con sus ojos profundos, delineados con lápiz negro. Vista desde el presente, la crónica de aquellos días sabe a derrota y capitulación, pero también a rebrote y amenaza. Esos años explican, sin justificarla, la Rusia expansiva y brutal de Vladimir Putin.
«Nos quedamos con el titular: la Unión Soviética acabó el 25 de diciembre del año 1991. Hablamos de las reformas de mercado y la idea de una democracia imperfecta, pero detrás de todas esas cifras hubo dolor humano. A los que tenían más de cincuenta años, de pronto alguien les dijo: ‘tu país no existe, todo lo que creías era una patraña y búscate la vida’. Veías a la gente, a la gran potencia, a los primeros que colocaron a Yuri Gagarin en la órbita terrestre, rebuscando en la fruta podrida», explica Olga Merino.
En el Moscú de 1992, la periodista intenta escribir un relato periodístico a la vez que se cuenta a sí misma. Merino narra, como Rapunzel, mientras el telón de acero se viene abajo. Entre medias, la zozobra personal y la vastedad de la llanura blanca, la mezcla entre indolencia y barbarie, el paisaje helado de la intemperie rusa. Más allá de los hechos, en ‘Cinco inviernos’ Olga Merino muestra un mundo no del todo desaparecido, un lugar donde la nieve y el alcohol lo taladran todo. En la sociedad actual, que derriba estatuas y se contagia con sus propios acantilados, este libro es un incendio, una verdad sin paliativos.
«Me gusta esa frase de Marguerite Duras: el luto por el comunismo es nuestra ideología», dice la autora al pasar revista a sus días rusos. En tiempos de Kazajistán y Ucrania, el mundo que cuenta Olga Merino llama a la puerta con urgencia. «Lo del fin de la historia fue una mentira. Ingenuamente, se creyó que al arriar la bandera roja con el martillo y la hoz del Kremlin y al aplicar recetas para las economías de países depauperados de Occidente, todo mejoraría. Pero no fue así. El Putin de hoy no se explicaría sin la humillación de la URSS».
En las páginas de ‘Cinco inviernos’, Olga Merino se hace narradora y testigo, forja su voz y ofrece al lector un retrato al que sólo lo completa el tiempo. «Pensamos que la Unión Soviética por arte de magia se convertiría en una democracia occidental. En el caos de los años 90, con Yeltsin, Rusia era como el Chicago de los años treinta, pero al menos había libertad de prensa, ahora no. Han matado a Anna Politkovskaya… Putin ha hecho lo que hemos visto. Y eso es preocupante».