Publicado en: The New York Times
“Diez goticas debajo de la lengua cada cuatro horas, ¡y el milagro se hace!”. Eso dijo el presidente de Venezuela el 21 de enero, asegurando que la fórmula era capaz de “neutralizar” al coronavirus al 100 por ciento y anunciando que, muy pronto, sería enviada a la Organización Mundial de la Salud para su certificación. Si el panorama de la pandemia, en Venezuela y en el mundo, no fuera tan trágico, quizás esta anécdota podría ser chistosa. Pero casi tres millones de muertos en el planeta conspiran contra el humor.
Hace dos semanas, el gobierno venezolano y la oposición llegaron a un acuerdo para —a través del Covax, un programa internacional creado para asegurar el acceso equitativo a las inoculaciones— comprar y distribuir vacunas contra la COVID-19 en Venezuela. El pacto parecía ser el final de un proceso que comenzó en junio de 2020 y el comienzo de una negociación política mayor, que abría nuevamente una posibilidad hacia una salida dialogada de la profunda crisis que vive el país. Todo esto, sin embargo, se deshizo en dos segundos. A última hora, una jugada oficial vuelve a demostrar que el chavismo no tiene ningún interés en negociar, que está dispuesto a usar la enfermedad y hasta la muerte para obtener un beneficio.
El rechazo oficial al uso de la vacuna AstraZeneca ha interrumpido el proceso impidiendo la llegada de vacunas, justo cuando —según reconoce el propio gobierno— el país se encuentra en la peor etapa de toda la pandemia. Aunque, en general, siempre ha habido escasa y poco confiable información sobre el virus —las cifras oficiales señalan un total de 160.497 casos positivos y 1602 defunciones—, en estos momentos hay indicios de una saturación de urgencias hospitalarias en Caracas, la situación está fuera de control. El gremio médico continúa reportando bajas, en marzo se contabilizó un aumento de 48 defunciones de trabajadores sanitarios. En las redes sociales se repiten cada vez con más frecuencia mensajes con peticiones de auxilio clínico o notificaciones de muertes.
¿Por qué precisamente ahora, en la peor circunstancia, el chavismo rechaza vacunas? Porque su lógica es otra, porque su prioridad no son las víctimas, porque sus acciones no están destinadas a atender la emergencia sino —más bien— a aprovecharla en función de sus objetivos, de su plan de acumulación y permanencia en el poder.
Tras culpar a la oposición, el gobierno ha hecho una nueva propuesta: usar otras vacunas, alguna de las fórmulas cubanas —Abdala o Soberana 02— y la rusa Sputnik V. Las primeras, sin embargo, se encuentran aún en fase de experimentación, y, en el mejor de los casos, será posible usarla dentro de varios meses. La segunda forma parte de otra vieja promesa del gobernante: el 15 de noviembre de 2020, Maduro anunció la compra de diez millones de vacunas a Rusia, señaló que se aplicarían en el primer trimestre de este año y también dijo que Venezuela las fabricaría en su territorio. Hasta ahora, sin embargo, no hay ninguna información clara al respecto. Solo Maduro y su esposa han aparecido en televisión recibiendo sus dosis de vacunas.
Mientras la realidad parece comenzar a desbordarse, el discurso oficial mantiene su tono incoherente, por momentos incluso delirante. La periodista Florantonia Singer ha hecho un breve registro de las “invenciones” de Maduro durante la pandemia: según él, la COVID ha sido desde “un arma de guerra” hasta un “virus colombiano” y sus posibles curas pueden ir desde la “homeopatía” hasta una “molécula” creada en Venezuela, pasando, claro está, por las fabulosas “goticas milagrosas”. Es tan absurdo que casi parece un homenaje —involuntario y permanente— a Cantinflas. Si mañana Nicolás Maduro asegurara, con un estetoscopio al hombro, que tiene una nueva vacuna hecha a base de semillas de Guayaba fermentadas en orines de leopardo marino, nadie en el planeta se sorprendería. No en balde, por promover información falsa o engañosa, Facebook acaba de bloquear su cuenta.
Pero este caos discursivo solo es una apariencia. Disfraza un orden distinto, más profundo y más cruel. Como afirma la politóloga Paola Bautista, el chavismo no ha realizado una aproximación al problema de la COVID en “clave humanitaria sino en clave del poder”. Ahora está tratando de sacar provecho de la tragedia. Más allá de situación de los ciudadanos, sin un plan de vacunación claro y con un sistema de salud debilitado desde antes de la pandemia, Maduro solo quiere ganar terreno, liberarse de la presión internacional, anular a la sociedad civil organizada e independiente, avanzar en su proyecto totalitario.
El chavismo deja en un extraño limbo la posibilidad de que lleguen vacunas a Venezuela pero, mientras tanto, sigue actuando con puntual eficacia en su modelo de control: basta recordar que casi 3000 personas fueron ejecutadas por policías o por militares durante 2020. Esta semana, por publicar una crónica en una red social, fueron detenidos los escritores Milagros Mata Gil y Juan Manuel Muñoz.
La represión, la censura y la pobreza son las “gotas” reales que el doctor Maduro le aplica a los venezolanos.
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